Tanto al orar como al alimentar a un pájaro, se necesita quietud, paciencia y presencia. Las tres, todas juntas.
La verdadera quietud es espiritual y profunda. Es tranquila y silenciosa y está allí mismo donde estás: en el aquí y ahora. La quietud da descanso al clamor que agita la mente humana. La quietud no se trata de estar solo o aislado. La soledad no es más que un zumbido interior, que la quietud calma. La quietud detiene totalmente la inquietud y nos hace conscientes de lo que Dios da. No es necesariamente la ausencia de sonido; es realmente la ausencia de ruido. Cuando nos quedamos quietos, estamos listos para escuchar al Espíritu, Dios: nuestra verdadera fuente de la existencia.
Esta quietud, que necesitamos todos los días, está llena de bondad y verdadero significado. Esta hermosa ausencia de ruido es una pacífica ausencia de conflictos; es poder estacionario. Mientras esperamos en Dios, el bien, la quietud nos permite enfocarnos en la majestuosa presencia del bien, que está en todas partes. Y sentimos que esta quietud respalda algo que todos necesitamos, todo el tiempo: paciencia.
Pienso en la paciencia como una fuerza específica y constante que nos permite experimentar a Dios al expulsar todo temor. Sin paciencia, puede ser difícil sentir paz interior. La paciencia no se desanima por la demora, por la pretensión de un callejón sin salida o por el cambio, sino que revela bondad, misericordia y paz. En el Evangelio de Lucas leemos: “En su paciencia poseen sus almas” (21:19, KJV). No se le puede negar ningún bien al que es paciente y perseverante, y más paciente aún. Todo termina bien porque Dios es el Alfa y la Omega de todo.
La quietud y la paciencia nos hacen receptivos a la presencia constante de Dios, que es el tercer aspecto importante que necesitamos para ser sanados por medio de la oración. Al estar conscientes de la presencia de Dios, estamos despiertos al bien divino que Él nos está dando. No te pierdes el evento. Sentir la presencia de Dios no es un trabajo arduo. Sentimos a Dios cuando estamos callados. Y nada nos empodera más para experimentar la presencia divina que la gratitud. La verdadera gratitud es estar presente con Dios.
Si no puedes sentir nada bueno, o nada en absoluto, abraza la quietud, la paciencia y la presencia. Si no puedes ir más allá de una sensación de pérdida, acepta la quietud, la paciencia y la presencia. Son transformadoras. Estas tres no son logros humanos; no son una actuación ni un triunfo. Son regalos divinos directamente de Dios, que ofrecen oportunidades para la acción correcta. Los desempaquetamos sin esfuerzo. Son modos apacibles de vivir en la Mente, Dios, la consciencia suprema que todos expresamos.
A menudo leo Retrospección e Introspección, escrito por Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana. La última vez, esta hermosa y poderosa declaración de la verdad llamó mi atención: “La Mente demuestra omnipresencia y omnipotencia, pero la Mente gira sobre un eje espiritual, y su poder se despliega y su presencia se siente en la quietud eterna y Amor inamovible” (págs. 88-89). Esta es una promesa. “Eterna” aquí indica que, a lo largo de todos los tiempos, cualquiera puede estar quieto y ser paciente. Todos, en realidad, estamos ahora mismo en la presencia de la bondad de Dios. Estar presente con Dios es natural y sencillo. La presencia de Dios es, y podemos sentirla y experimentarla.
Por lo tanto, si oramos, podemos abordarla como lo haríamos al alimentar a un pájaro: nos callamos (o como dice un amigo, “nos volvemos invisibles”), esperamos pacientemente y estamos presentes con Dios. Entonces no nos perderemos el evento.
De esta manera, he conocido arrendajos azules, azulejos, cardenales, jilgueros y pájaros carpinteros; y sé que muchos se han posado en nuestros comederos cuando yo no estaba allí, ocupada con otra cosa. Al no estar presente, me perdí el evento.
Con quietud, paciencia y presencia, no me pierdo nada. Encuentro nuevas vislumbres que llegan en las alas de la inspiración. Experimento una nueva esperanza y doy la bienvenida con un corazón abierto a los pensamientos sanadores que traen transformación mental y física.
Si deseamos vivir para la humanidad —si realmente queremos trabajar para la humanidad— la quietud, la paciencia y la presencia divina son nuestras amigas. No somos una consciencia a tiempo parcial o una idea divina aficionada, porque no es así como Dios nos hizo. El hombre es una idea plena, completa, divina y, por lo tanto, está vivo y progresa. Nuestro ser es un aparecer gentil y continuo del bien, un progreso constante, presente con Dios. Pablo escribe con suprema gracia: “Estamos confiados, sí, más bien complacidos de estar ausentes del cuerpo y estar presentes con el Señor” (2 Corintios 5:8, New King James Version).
Todos vivimos en la atmósfera de la inteligencia, de la Mente divina. Aparecerán nuevos puntos de vista; se presentarán nuevas formas de ser útil; nuevos pensamientos alegrarán nuestro mundo; y estas revelaciones de la bondad de Dios nos deleitarán a nosotros y a los demás a medida que practiquemos la quietud, la paciencia y la presencia.