A veces, algo que hemos leído y reflexionado una y otra vez penetra tan profundamente en el pensamiento que lo personificamos, a menudo sin darnos cuenta. Más que simplemente memorizar las palabras, sentimos su significado en nuestro corazón y alma, y no nos los pueden quitar. Para muchos, esto es cierto de los pasajes de la Biblia, que nos inspiran y sanan. A menudo he escrito notas junto a versículos de la Biblia sobre cómo llevaron a una curación, por ejemplo, “sané de un dolor de oídos” o “superé un temor intenso” o “perdoné a un vecino”.
Si bien es posible que hayamos tenido experiencias en las que una verdad espiritual específica trajo curación sin mucho esfuerzo, es probable que también haya habido otras en las que tuvimos que quedarnos con una o más verdades un poco más de tiempo —tuvimos que persistir en nuestra posición espiritual— o incluso arremangarnos y ahondar más hasta que vimos y sentimos el poder de Dios en la situación.
¿Por qué la diferencia? He descubierto que a menudo tiene que ver con lo bien que estoy protegiendo mi pensamiento, lo bien que soy “el portero”. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, aconseja en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Sé el portero a la puerta del pensamiento. Admitiendo sólo las conclusiones que deseas que se realicen en resultados corporales, te controlarás armoniosamente a ti mismo” (pág. 392).
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