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Sweetie me guio a la iglesia

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 19 de septiembre de 2024


Tuve una infancia llena de traumas; el mensaje que recibía constantemente era que era estúpida y que no era lo suficientemente buena. Durante cuarenta años creí en esos mensajes, incluso mientras buscaba una forma diferente de ver la vida. Gasté gran cantidad de dinero en terapeutas y programas de desarrollo personal e incluso me convertí en terapeuta para descubrir qué me pasaba. Aun así, no veía el sentido de vivir una existencia tan insoportablemente dolorosa. El hecho de siempre buscar y jamás encontrar; estaba cayendo en una espiral de autodestrucción. Conocía intelectualmente a Dios, pero si había un Dios, ¿por qué ocurrían todas estas cosas malas? De hecho, cada cosa negativa que sucedía reforzaba para mí la creencia de que si Dios existía, me había abandonado y no era digna de Su amor ni del de nadie más. 

En mi desesperación, oré a un Dios en el que no creía, pidiendo morir de un golpe o que me guiara a un camino mejor. Unos días más tarde, mi perrita, Sweetie, me llevó al otro lado de la calle a Primera Iglesia de Cristo, Científico, de Reading, Pensilvania. 

Desde el momento en que crucé el umbral de la iglesia, sentí que estaba en casa. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, la Iglesia es definida, en parte, como “la estructura de la Verdad y el Amor” (pág. 583). Y busqué esa estructura, asistiendo a las reuniones de testimonios de los miércoles y a los servicios dominicales a partir de ese momento. Sabía que estaba en el lugar correcto y que Dios me estaba sanando a través de los servicios de la iglesia. Todos los martes miraba por la ventana y veía que la Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana estaba abierta. No tenía otro lugar donde estar, así que iba. Hablaba con la bibliotecaria sobre las revelaciones de mi vida que me parecían milagrosas, y ella respondía a mis preguntas y me dirigía a los recursos que allí había. 

Comencé a leer la Lección Bíblica semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana todos los días. Sentí paz y un sentido de dirección, aunque en la superficie mi vida parecía ser un caos. Al principio me sugirieron que leyera el capítulo “Recapitulación” de Ciencia y Salud, y mientras leía, supe que leía la verdad. Estaba adquiriendo una comprensión de mi relación con Dios y fortaleciéndome en la fe. Un sentido de tranquilidad acerca de mi situación guiaba cada acción.

Unos dos meses después de comenzar a asistir, esta iglesia filial ofreció una charla de un conferenciante de la Ciencia Cristiana. Sentí como si el conferenciante me estuviera hablando directamente a mí. Después, me acerqué al conferenciante y oramos juntos en ese mismo momento. Esa fue mi primera experiencia trabajando con un practicista de la Ciencia Cristiana y aprendiendo a apoyarme en Dios para sanar. Cuanto más estudiaba, más mejoraba mi vida. Jesús habla de entrar en nuestro aposento para orar (véase Mateo 6:6), y aunque esto se entiende en sentido figurado, lo hice literalmente porque fue allí donde había encontrado la mayor paz y seguridad en mi juventud. La profunda tristeza que había estado acarreando durante décadas se desvaneció cuando encontré mi unidad con Dios en mi aposento. 

Cuanto más estudiaba la Ciencia Cristiana, más en paz me sentía. La fortaleza y la fe que leía en las biografías de la Sra. Eddy me hicieron sentir inspirada y fortalecida. Estaba siendo testigo de muchas cosas maravillosas que sucedían en mi vida. Me hice miembro de La Iglesia Madre (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston), y tomé instrucción de clase, un curso de dos semanas totalmente enfocado en el capítulo “Recapitulación”. Descubrí que podía sanarme a mí misma y a los demás al disipar el miedo al orar de la manera que Cristo Jesús enseñó. Me di cuenta de que tenía un llamado cuando leí esto de La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, escrito por la Sra. Eddy: “Como parte activa del único estupendo todo, la bondad identifica al hombre con el bien universal. Que cada miembro de esta iglesia pueda así elevarse por encima de la tan repetida pregunta: ¿Qué soy yo?, a la respuesta científica: Yo soy capaz de impartir verdad, salud y felicidad, y ésta es mi roca de salvación y la razón de mi existencia” (pág. 165). Me sentí llamada a ser enfermera de la Ciencia Cristiana y a demostrar el Amor divino dondequiera que estuviera. Para entonces, me estaba convirtiendo en una persona feliz y libre de preocupaciones, dispuesta a hacer cualquier cosa que fuera revelada por el Cristo, la Verdad. 

No puedo decirles cuán agradecida estoy de poder estar al servicio de Dios a través de mi práctica de la Ciencia Cristiana, que me ha revelado la verdad espiritual que trae tantas bendiciones al mundo. Verdaderamente, lo que bendice a uno, bendice a todos. Podemos demostrar juntos que la Ciencia Cristiana sana tanto hoy como lo hizo cuando Jesús lo demostró tan plenamente.

Ahora que sé más acerca de la omnipotencia de Dios, veo evidencia de Él todos los días. Esa existencia llena de temor y dolor se ha desvanecido. Me he dado cuenta de que “como una nube oculta el sol que no puede extinguir, así la creencia falsa silencia por un tiempo la voz de la armonía inmutable, pero la creencia falsa no puede destruir la Ciencia armada de fe, esperanza y realización” (Ciencia y Salud, pág. 298).

Pude ver crecer la fe, la esperanza y la realización a medida que participaba en nuestra filial de la Iglesia de Cristo, Científico, y estudiaba la Biblia y Ciencia y Salud.

Recientemente me hice miembro de una iglesia filial, y es realmente una alegría servir como ujier y saludar a la congregación cuando entra. Es un placer servir en la Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana. Hoy me veo a mí misma como el reflejo de Dios, el Amor divino, y digna de ser amada. También veo la oportunidad de servir a Dios y bendecir al mundo como una efusión del amor de Dios, tanto para mí como para aquellos a quienes puedo ayudar. Encontrar la Ciencia Cristiana ha sido un regalo tan precioso que me siento obligada a compartir este relato de mi travesía. 

Antes solo veía oscuridad y desesperación; hoy veo luz y amor. Dar mi vida al servicio de Dios es un pequeño precio a pagar por esta hermosa forma de vida.

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