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Aprendamos a caminar juntos

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 31 de marzo de 2025


Incluso algo tan simple como elegir una película para ver con alguien puede requerir mutuas concesiones. Y no todas las situaciones que requieren acuerdos son tan sencillas. Probablemente muchos de nosotros recordamos experiencias en las que el consenso era realmente difícil y parecía imposible hacer un compromiso. Si bien los diferentes puntos de vista pueden ser realmente enriquecedores, en otras ocasiones parecen promover la fricción o el resentimiento que mantendría la armonía bien oculta.

La Biblia pregunta: “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?” (Amós 3:3). Para mí, esta pregunta indica esperanza, no desesperación, porque si pensamos en el acuerdo no tanto como en que todos tengan las mismas opiniones, sino más bien desde una perspectiva espiritual, esto fomenta interacciones productivas incluso cuando no tenemos las mismas opiniones.

¿Cómo podemos encontrar esa base segura y permanente que abre el camino para que haya una mayor coincidencia y colaboración; para simplemente acordar caminar juntos?

Cuando parece difícil llegar a un acuerdo con los demás, una cosa que he encontrado útil es recurrir a Dios —el Amor divino mismo— para ver con más claridad que todos estamos inherentemente “de acuerdo” con la naturaleza divina del Amor. Lo que quiero decir con esto es que podemos hacer esto a través de la oración, mediante la cual comprendemos más profundamente que Dios, el Espíritu, nos ha creado a cada uno de nosotros a Su propia semejanza: espiritual, bueno y puro. Esta semejanza espiritual de Dios constituye nuestra única identidad real.

En esta unión totalmente divina e inseparable, Dios da libre e igualmente a todos ideas y cualidades que son enteramente espirituales y buenas. Aunque se expresan de manera individual, representan eternamente la sustancia permanente del Espíritu y el Amor que incluimos como reflejo de Dios.

Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, describe bellamente este abrazo unificador del Amor de esta manera: “... el Amor es el Principio de la unidad, la base de todo buen pensamiento y toda buena obra; cumple con la ley. Somos de un mismo parecer, y conocemos como somos conocidos, reciprocamos la bondad y obramos sabiamente en la medida en que amamos” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 117).

Debido a nuestra unidad indisoluble con Dios, el bien, estamos aliados con Dios y unos a otros. Dar nuestro consentimiento a esta poderosa realidad espiritual acerca de nuestra verdadera identidad nos permite expresar de manera más consistente cualidades como respeto, consideración, altruismo y humildad unos a otros cuando buscamos un acuerdo sobre algún tema. Ver y apreciar que tales cualidades también son inherentes a los demás, abre el camino para una reciprocidad genuina que nos permite caminar juntos, incluso cuando los puntos de vista difieren.

Hace años, tuve una experiencia que me instó a profundizar mi sentido de armonía y concordia desde esta base espiritual. Trabajaba con alguien con quien me sentía en desacuerdo todo el tiempo.

Durante décadas, había resuelto muchos problemas de relación a través de la oración en la Ciencia Cristiana, y en mi corazón sabía que también había una respuesta para esta situación. Así que oré. No obstante, luché mentalmente con nuestros diferentes puntos de vista durante meses. Un día, llorando, llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara conmigo para restaurar una visión espiritualmente precisa de mí misma y de esta persona.

Algo que dijo el practicista me despertó de inmediato para apreciar la individualidad y naturaleza espirituales que Dios me ha dado, las cuales solo incluyen la bendición de la armonía y el bien. Aunque esta situación podría haber sido etiquetada como un “conflicto de personalidad”, estaba claro para mí en ese momento que no había tal cosa como un “conflicto de individualidad”, ya que nuestra individualidad espiritual —que es el Amor divino que a todos nos es dado, incluso a mi compañero de trabajo y a mí— jamás es menos que el reflejo del Amor.

Una paz abrumadora inundó mi pensamiento, y la preocupación por trabajar con esta persona y lidiar con nuestros diferentes puntos de vista literalmente se desvaneció. A partir de ese momento, realmente consideré a mi compañero de trabajo con respeto y calidez, y disfruté trabajando con él durante el resto de nuestro tiempo como colegas.

Es posible que haya muchos pasos hacia adelante, hacia atrás, luego hacia adelante nuevamente hasta que estemos caminando juntos constantemente. Pero incluso una vislumbre de nuestra unidad con Dios y la bendición del bien divino puede iluminar el camino por delante, y es una invitación abierta a caminar con los demás en paz.

Publicado originalmente en la columna Christian Science Perspective de The Christian Science Monitor el 20 de noviembre de 2024.

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