El amor de Cristo Jesús por los niños pequeños era evidente de muchas maneras. Una vez, cuando sus discípulos reprendieron a los que le traían niños pequeños para que los bendiga, él respondió: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de los cielos” (Mateo 19:14).
Las Escuelas Dominicales de la Ciencia Cristiana ofrecen el amor semejante al del Cristo por los niños que el Maestro enseñó. La atracción misma de la Escuela Dominical es el Cristo. Es el amor como el del Cristo el que los atrae a donde pueden aprender más acerca de Dios y cuánto los ama. Es este amor el que impulsa al maestro de la Escuela Dominical a reconocer a cada niño como la creación espiritual de Dios.
Un buen ejemplo del poder del amor y la visión propios del Cristo ocurrió en una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana cuando yo era superintendente. Una maestra sustituta informó que un niño de siete años interrumpía la clase con su energía desenfrenada. El domingo siguiente, antes de que comenzara la Escuela Dominical, oré para obtener una renovada inspiración sobre el problema. Recurrí a Ciencia y Salud de la Sra. Eddy, y se abrió en estas líneas: “Debemos examinar en profundidad lo que es real en vez de aceptar sólo el sentido exterior de las cosas” (Ciencia y Salud, pág. 129). Al abrir otra página, leí: “La metafísica resuelve las cosas en pensamientos y cambia los objetos de los sentidos por las ideas del Alma” (Ibíd, pág. 269).
Aquí estaba la respuesta que buscaba. Me quedó claro que la Mente divina, Dios, es la fuente de todo pensamiento y acción. “Examinar en profundidad lo que es real” me obligó a aceptar y admitir que la creación espiritual del ser es lo real (ver la creación espiritual y original del hombre que Dios hizo como la única creación) y a rechazar como irreal el sentido mortal de Adán ( el concepto material erróneo de que el hombre es un mortal físico). Sabía que al hacer este intercambio mental, lo que parecía ser un niño travieso cedería al hecho espiritual, y naturalmente habría armonía. “Los objetos de los sentidos” serían reemplazados por “las ideas del Alma”.
Esa mañana, el salón de la Escuela Dominical me pareció resplandecer con el Cristo, la radiante idea espiritual de Dios que actúa en la conciencia humana. Apareció como luz, una luz casi visible que iluminaba la sesión de la Escuela Dominical. Reinaba el orden y todas las clases expresaban espiritualidad, interés, cooperación y productividad. Sentí como si toda la Escuela Dominical reflejara el realismo de Dios.
Ese niño ha continuado creciendo como semejanza de Dios, y la curación del comportamiento perturbador ha sido permanente. Todavía es muy activo, pero la actividad se expresa en un comportamiento más propio del Cristo. ¡Qué privilegio es ser testigo del poder del amor y la visión de Cristo para sanar y reformar!