Nos bombardean informes de conflictos aparentemente inabordables dentro de las naciones y entre ellas. En la medida en que estos informes subrayan las limitaciones e incluso el fracaso de las formas y medios humanos sin ofrecer alternativas viables, tienden a sembrar desesperación.
Pero en lugar de aceptar la conclusión de que estas situaciones son desesperadas, podemos abrir nuestro pensamiento a un punto de vista espiritual inspirado. Esto viene cuando oramos para comprender mejor la totalidad y la omnipotencia de Dios, el Amor divino. Con esta perspectiva espiritual, confiadamente podemos esperar que haya una solución dirigida por Dios que se hará evidente. Podemos desafiar y reemplazar la resignación ante las predicciones e informes desalentadores con el conocimiento de lo que es espiritualmente verdadero. Esta comprensión tiene un efecto poderoso cuando se aplica a las circunstancias cotidianas, incluso a aquellas que parecen inmanejables o abrumadoras.
A pesar de las apariencias en contrario, el hecho espiritual es que Dios, que es a la vez el Amor omnipresente y la Mente única e infinita, está al timón de Su creación y está gobernando todo, incluido el hombre, armoniosamente. Por ser idea de la Mente, este hombre espiritual —la verdadera naturaleza e identidad de todos— es receptivo y obediente a la dirección y al control amoroso de Dios y a nadie más. La oración que nos lleva a ver estos hechos espirituales guía la resolución amorosa e inteligente de cada situación.
La consciencia de Dios como el bien omnipotente nos permite presenciar pruebas convincentes de que incluso las situaciones más difíciles y obstinadas, cuando se abordan a través de la oración dirigida por Dios, pueden resolverse. El resultado sacado a la luz mediante la acción del Espíritu divino debe beneficiar a todas las partes, porque el Espíritu, Dios, ama y cuida imparcialmente a todos Sus hijos. Por lo tanto, podemos esperar ver concesiones equitativas de Sus bendiciones infinitamente sabias y buenas.
Fui testigo de una resolución de este tipo hace algunos años. Formaba parte de un grupo de trabajo internacional asignado para desarrollar un tratado cultural entre dos países. Este tratado bendeciría sustancialmente a ambas naciones al proporcionar el intercambio de eruditos, investigadores académicos y artistas.
Después de un año de negociaciones amistosas, las delegaciones que representaban a los dos países parecían preparadas para la ceremonia oficial de firma del tratado. Pero entonces, sin ninguna explicación, una delegación se negó a firmar en la ceremonia. El inesperado estancamiento parecía imposible de resolver porque estos delegados se negaron a explicar su posición. Esto dejó al grupo de trabajo en la oscuridad, y parecía imposible para nosotros identificar los obstáculos que ellos percibían. Ambas delegaciones acordaron posponer las discusiones hasta la mañana siguiente.
Mi equipo regresó a nuestra oficina para tratar de idear una nueva estrategia, incluso cuando temíamos perder el trabajo de un año. Pero parecía que no había forma de salir del estancamiento.
Para prepararme para las conversaciones de la mañana siguiente, me llevé a casa una carpeta de diez centímetros que documentaba el desarrollo del tratado, con la esperanza de identificar el lenguaje o las propuestas a las que la otra delegación podría estar objetando. Mi escrutinio de este material no arrojó ninguna respuesta, pero me sentí aliviada cuando terminé de leer la última página: estaba segura de que había hecho mi debida diligencia y ahora podía dormir unas horas.
Pero entonces me vino el pensamiento: “No has hecho lo más importante en preparación para la reunión de mañana: no oraste”. Reconocí que este era un mensaje de Dios que me decía que la oración basada en la espiritualidad era la prioridad del momento, mucho más que revisar documentos o incluso descansar bien por la noche.
Así que oré para establecer firmemente en mi pensamiento que la Mente divina, Dios, era la única causa y poder que operaba en esta y en todas las situaciones. Encontré consuelo y guía en esta declaración de Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana: “En la Ciencia, sólo el Amor divino gobierna al hombre, y el Científico Cristiano refleja la dulce amenidad del Amor, al reprender el pecado, al expresar verdadera confraternidad, caridad y perdón” (Manual de La Iglesia Madre, pág. 40).
Me di cuenta de que, a pesar de la desconcertante situación, podía afirmar con alegría que nadie tenía realmente el poder o el deseo de ser injusto o de aprovecharse de los demás, y que podía ver a todos en cada delegación como mi hermana o hermano en Cristo, la Verdad. Esta afirmación del libro de texto de la Ciencia Cristiana fue especialmente pertinente: “Los motivos rectos dan alas al pensamiento, y fuerza y soltura a la palabra y a la acción” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 454).
Sabía que los motivos correctos que habían llevado a este tratado podían elevar y bendecir, y que no tenía por qué haber obstáculos. También refuté la pretensión de que podía existir un poder que podría descarrilar los esfuerzos por establecer la buena voluntad entre los países. Mi oración estableció paz en mi pensamiento. Resolví ir a la próxima reunión con la certeza de que el amor de Dios era el único poder en esta situación, que estaba operando sin oposición y que cada persona envuelta en ella sentiría el amor y la guía de Dios.
Antes de reunirnos a la mañana siguiente, oré expectante con estas palabras de un himno:
Alumbra Amor a todas las naciones,
la salvación y el bien muestra a los hombres;
el odio vencerá,
y amando hallamos paz.
¡Amor, poder triunfal!
(Margaret Morrison, Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 179, © CSBD)
Cuando se inauguró la sesión, la delegación que se había opuesto al tratado el día anterior cambió de posición y anunció que estaba dispuesta a firmar el tratado original sin más demora. Todos estaban agradecidos y felices. Ese tratado estuvo en vigor durante muchas décadas, trayendo gran alegría y enriqueciendo la vida de innumerables personas y públicos.
Jamás hay un momento o situación en la que el amor y el poder de Dios no estén presentes y en completo control. Esta es una ley espiritual que está siempre en operación, y al aferrarnos firmemente a este hecho al orar, podemos confiar y esperar verlo manifestado. Como Cristo Jesús prometió: “Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lucas 18:27).