Durante muchos años, traté de obtener una comprensión más clara de Dios. También anhelaba saber la razón de mi existencia. Puesto que la iglesia en la que me había criado no tenía respuestas satisfactorias a mis preguntas, comencé a investigar otras iglesias, pero ninguna de ellas me proporcionó la iluminación que buscaba. Leía la Biblia a diario y me gustaba el contenido, pero entendía muy poco de él. A menudo me sentía desanimada y triste.
Entonces, un día, un compañero de trabajo me habló de la Ciencia Cristiana. Me dio un ejemplar de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, una revista mensual, y me dijo que una practicista de la Ciencia Cristiana lo había ayudado en un período crítico de su vida cuando había estado contemplando suicidarse. Hice una cita con esta practicista y comenzamos a reunirnos semanalmente. Yo no buscaba asistir a una iglesia, sino hablar con alguien que pudiera ayudarme a comprender a Dios y mi relación con Él.
Le hice muchas preguntas a la practicista, y ella me explicó pasajes de la Biblia de una manera que nunca antes había escuchado, y me dio a conocer Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, de Mary Baker Eddy; comencé a leerlo de inmediato. Aunque al principio no entendía mucho, seguí leyendo y unos meses más tarde empecé a asistir a los servicios de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico.