“Tuya es, oh Señor, la grandeza y el poder y la gloria y la victoria y la majestad, en verdad, todo lo que hay en los cielos y en la tierra; tuyo es el dominio, oh Señor, y tú te exaltas como soberano sobre todo. De ti proceden la riqueza y el honor; tú reinas sobre todo” (1.° Crónicas 29:11, 12, LBLA). Esta fue la oración del rey David cuando transfirió el poder a su hijo Salomón, y estableció una norma elevada para el gobierno de una nación. Hizo de la ley de Dios, el Principio divino, la base del reinado de Salomón, no la riqueza, el privilegio y el estatus que heredaría.
¿Cómo podemos orar con más eficacia para contemplar el gobierno de Dios, sin importar dónde vivamos?
Cristo Jesús enseña, a través del Padre Nuestro, que el reino de Dios está destinado a estar en la tierra, como en el cielo. La verdadera idea de Dios y la adoración de un pueblo es clave para ver el gobierno de Dios más plenamente expresado, por lo que es vital que nuestra comprensión de Dios se espiritualice y fortalezca y que nuestras oraciones sean puras y consistentes. Estas palabras de Isaías: “Porque el Señor es nuestro juez, el Señor es nuestro legislador, el Señor es nuestro rey; Él nos salvará” (33:22, LBLA), señalan la supremacía y la guía de Dios en las funciones judiciales, legislativas y ejecutivas de cualquier gobierno, sin mencionar el partido o la personalidad.
La palabra ley proviene de un término que significa “lo que está establecido” (The American Heritage Dictionary of the English Language). En Génesis 1, leemos numerosas veces: “Y dijo Dios… y fue así”. Por lo tanto, en realidad, todo el universo, incluido el hombre, es, por mandato de Dios, la expresión de la Mente divina única, que no tiene segundo ni igual.
A finales del siglo XIX, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, dijo: “En el Génesis espiritual de la creación, toda ley radicaba en el Legislador, el cual era una ley para Sí mismo. …
“Cuando el Legislador era la única ley de la creación, reinaba la libertad, y era el patrimonio del hombre; pero esta libertad era el poder moral del bien, no del mal: era la Ciencia divina, en la cual Dios es supremo, y la única ley del ser” (Escritos Misceláneos 1883-1896, págs. 258, 259).
Ver este tipo de gobierno más manifestado en nuestra experiencia requiere una gran humildad y una comprensión más profunda de la ley de Dios que gobierna a todas las personas, sin tener en cuenta a los grupos. De hecho, es importante profundizar y fortalecer nuestra lealtad a Dios y a Su gobierno por encima de todo. Esto nos permite orar de manera pura para apoyar a los que están en el gobierno a tomar decisiones acertadas. Y si estamos trabajando en el gobierno, ya sea electos o no, nuestro trabajo de oración pura nos permite ver soluciones correctas para el bien común y tener más de la sabiduría de estadista que Salomón le pidió al Señor.
Es instructivo que cuando se le preguntó a la Sra. Eddy: “¿Cuáles son sus ideas políticas?”, ella respondió: “En realidad no tengo ninguna, sino la de apoyar a un gobierno justo, amar a Dios supremamente y a mi prójimo como a mí misma” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 276).
Reitero, ¿cómo puede nuestra oración por “un gobierno justo” ser lo más eficaz posible? Cualquiera que sea la parte del mundo en la que nos encontremos, es posible que no siempre veamos un elevado nivel de gobierno a nuestro alrededor. Pero es posible aprender a reconocer el motivo y la intención, e identificar y liberarnos de la creencia de que el hipnotismo, el mesmerismo masivo, la intimidación, las ideologías en conflicto, el desaliento, la confusión o incluso la IA (inteligencia artificial), tienen el poder de influir en nuestro ambiente mental y convertir cualquier país en un campo de batalla.
Orar desde la base de teorías humanas contradictorias no alcanza el nivel de ese versículo en Isaías, en el cual no hay indicio alguno de tomar partido. Es vital que nuestra base para la oración descanse en los hechos espirituales de Dios y no en puntos de vista humanos o la evidencia de los sentidos materiales.
Por ejemplo, entre los escritos de nuestra Guía en Miscelánea, el artículo “El poder de la oración” explica por qué, a pesar de que gran parte de todo el país estaba orando, el presidente McKinley no sobrevivió después de recibir un disparo. La Sra. Eddy hace una distinción entre las oraciones humanas sinceras que se anulan involuntariamente entre sí, y la comprensión científica del poder de la Verdad absoluta, la ley inexpugnable de Dios, que sana. Ella escribe: “El conocimiento de que todas las cosas son posibles para Dios, excluye la duda, pero los conceptos humanos que difieren con respecto al poder y propósito divinos de la Mente infinita, y el llamado poder de la materia, actúan como se supone que lo hacen las diferentes propiedades de los medicamentos —uno contra otro— y este compuesto de mente y materia se neutraliza a sí mismo” (pág. 292).
La oración que surge de emociones humanas conflictivas, como la duda y el miedo, y que surge de un sentido material de las cosas, nunca puede alcanzar la altura de la sólida convicción de que Dios es el único poder.
La oración consistentemente eficaz eleva nuestro pensamiento por encima del deseo humano y reconoce el poder del Principio divino infinito, el Amor, para disolver el odio, la codicia, la ambición personal o cualquier creencia en una influencia o fuerza que no sea el gran Yo soy, en quien está toda la existencia. Ningún portavoz del error y el odio en ninguna parte del mundo —por más engreído que sea— tiene poder en el reino de Dios. Los pensamientos malos o impíos no son realmente los pensamientos de nadie y no pueden tener poder, ya que la Mente divina infinita, Dios, es inteligencia y la fuente de todo pensamiento correcto, y el hombre verdadero y espiritual es la expresión de Dios.
Hace décadas, cuando era estudiante en la Universidad de Wisconsin, nuestra organización de la Ciencia Cristiana (OCC) participaba activamente en orar por los problemas mundiales. Durante el conflicto de Vietnam, el campus era a menudo escenario de protestas contra la guerra. Nuestro edificio, que era en parte residencial pero también incluía nuestra sala de reuniones y estudio, estaba ubicado a media cuadra del campus principal y al otro lado de la calle de un edificio atacado por los manifestantes. Cuando surgió la amenaza de confrontación entre los estudiantes y la policía, nos reunimos en persona o nos comunicamos a través de llamadas en cadena para orar, a veces dejando de lado el trabajo de clase para hacerlo.
En una de esas ocasiones, toda la universidad estaba nerviosa ante el regreso de los reclutadores de empleo de una empresa química que producía el napalm utilizado en Vietnam. La manifestación del año anterior se había convertido en una gran violencia, y podíamos sentir el miedo a nuestro alrededor.
Un par de días antes de la visita de los reclutadores de la compañía —sabiendo que los manifestantes estaban en una reunión en el campus esa noche para discutir una propuesta para tomar el edificio al otro lado de la calle de nosotros— nos quedamos juntos, después de nuestra reunión habitual de testimonios de la OCC los martes por la noche, durante aproximadamente una hora para compartir ideas espirituales hasta que nos sentimos en paz y tuvimos una comprensión más clara del poder del gobierno de Dios.
Al día siguiente, un periódico de Madison informó: “Se estima que 1.300 personas en el Union Theatre rechazaron un llamado radical para tomar control de un edificio de la Universidad por un margen de aproximadamente 4 a 1” (The Capital Times, November 6, 1968).
Días después, el editorial de un periódico hizo estos comentarios: “La protesta del 8 de noviembre de 1968 puede ser recordada por su naturaleza pacífica, pero de gran utilidad. …
“Fue completamente diferente a la infame protesta del 18 de octubre de 1967 de Dow [Chemical Co.]. …
“No es fácil precisar las razones por las que esta protesta no fue violenta. Seguramente los estudiantes que encabezaron la marcha y llevaron los carteles debían tener un estado de ánimo diferente” (Wisconsin State Journal, 11 de noviembre de 1968).
La oración colectiva que reconoce genuinamente el poder de Dios tiene un efecto armonizador. Cuando nuestro grupo de estudiantes oró juntos, reconocimos el poder de la presencia de Dios y negamos que pudiera, en Verdad, haber lados en conflicto donde un lado gana sobre el otro. El poder de esta presencia espiritual de Dios envuelve a toda la creación, incluido el hombre.
Esta experiencia me demostró que jamás tenemos que aceptar la sugestión de que estamos indefensos en situaciones adversas. La oración científica —la oración basada en la presencia omnipresente del poder divino, no en la creencia en el poder de la materia o el pensamiento materialista— es eficaz. Jesús declaró con plena convicción: “Para Dios todo es posible” (Mateo 19:26).
Otros ejemplos sustanciales de lo que parecía imposible que se lograra a través de la oración consagrada son los edificios de la iglesia en la sede de la Ciencia Cristiana en Boston. En 1906, poco más de una década después de que la iglesia original fuera construida triunfalmente a tiempo, uno de los primeros Científicos Cristianos, James Rome, estuvo “velando” en oración en apoyo de la construcción de la enorme Extensión de La Iglesia Madre. Más tarde escribió: “Las lecciones que he aprendido acerca del poder que tiene la Mente divina para eliminar las trabas humanas, han sido muy preciosas”. Además, escribió: “Un aspecto de la obra me interesó. Noté que en cuanto los obreros comenzaron a admitir que el trabajo se podría hacer, todo pareció moverse como por arte de magia; la mente humana estaba dando su consentimiento” (Miscelánea, pág. 61).
La armonía y consistencia de la creación de Dios establecida en el primer capítulo del Génesis es un hecho espiritual. Y el hombre, como expresión del ser de Dios, debe, por Su ley, mostrar un propósito, una percepción, un pensamiento y una acción correctos. Toda animosidad, instinto animal, deseo de controlar o creencia de “nosotros y ellos” por parte de cualquier persona en cualquier lugar es absorbida por el inmenso cálculo de la presencia de Dios, el Principio divino, el Amor y lo que Él ha ordenado. Es inevitable que la influencia divina del Cristo, expresando el mensaje de bien de Dios a la humanidad, continúe elevando la consciencia humana para experimentar demostraciones justas y humanas del gobierno de Dios.
El reino de los cielos no está lejos. Como dijo Jesús: “He aquí, el reino de Dios dentro de vosotros está” (Lucas 17:21, KJV). Ya está presente en la consciencia espiritualizada. Está en nuestros corazones aquí y ahora. A medida que comprendamos cada vez más que vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser en el Espíritu, en el reino del Amor divino, veremos más evidencia de ese reino aquí y ahora. Es “el reino de la armonía en la Ciencia divina; el reino de la Mente infalible, eterna y omnipotente; la atmósfera del Espíritu, donde el Alma es suprema” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 590).
La declaración de la Sra. Eddy “Es confiable dejar en Dios el gobierno del hombre”, es reconfortante (Retrospección e Introspección, pág. 90). Apunta a confiar de todo corazón en que Dios y Su Cristo y Consolador son verdaderamente los que gobiernan. Nuestra función principal, ya sea como ciudadanos comunes o en puestos gubernamentales, es profundizar en Dios y Su omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia, y reconocer pura y firmemente que esto es lo único que realmente reina. La Biblia promete que en la medida en que nos adhiramos en pensamiento a este reino divino, nosotros y otros veremos cada vez más evidencia de ello en nuestras vidas.
