Las temperaturas eran de tres dígitos en una tarde seca y ventosa de un miércoles el pasado mes de julio, cuando llegó el informe de un incendio forestal que estaba quemando más de 10 hectáreas de pastizales en un parque natural cerca de la ciudad. Antes de la reunión de testimonios de esa noche en nuestra filial de la Iglesia de Cristo, Científico, una amiga de la iglesia que estaba fuera de la ciudad, me mandó un mensaje de texto, pidiéndome pensamientos tranquilizadores. Se había enterado del incendio y su casa estaba en el camino de las llamas, que para entonces se habían extendido a más de doscientas hectáreas.
Le recordé a mi amiga que la naturaleza del mal es distraernos, intentar sustituir el miedo por la paz en nuestra consciencia. En este caso, el mal nos tentaba a ser arrastrados por el drama; a obtener informes sobre el tamaño y la proximidad del incendio y a temer por la seguridad de los bomberos, nuestros hogares, etc. Pero detrás de todos los temores estaba la sugestión de que podía haber un poder aparte de Dios, el bien.
Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, de Mary Baker Eddy, dice: “Tenemos que aprender que el mal es el horrible engaño e irrealidad de la existencia. El mal no es supremo; el bien no está desamparado; ni son primarias las supuestas leyes de la materia y secundaria la ley del Espíritu” (pág. 207).