Estoy muy agradecida por haber sanado los sentimientos de odio hacia una chica que conocí en la escuela.
En la primaria, había tenido una mejor amiga. Pero luego esta chica que llegó a desagradarme hizo todo lo posible y se transformó en la mejor amiga de mi mejor amiga. Su amistad continuó durante el bachillerato, excluyéndome por completo. Yo odiaba que se hubiera convertido en la mejor amiga de mi antigua mejor amiga, y que yo sintiera que me habían excluido y dejado atrás. En el bachillerato tuve algunos amigos, pero me mantuve mayormente sola.
Después de la escuela, pensaba en esta chica de vez en cuando, y cada vez que lo hacía, mis pensamientos seguían siendo negativos. No lograba superar la ira y el dolor que sentía.
No sé cuándo sucedió, pero a medida que estudiaba la Ciencia Cristiana, me di cuenta de que no estaba bien aferrarse a esos sentimientos negativos. Sabía que era posible cambiar mi forma de pensar sobre ella, y me propuse hacerlo. Comencé a verla como había aprendido que Dios la ve: gentil, atenta, amable y una buena amiga. Sé que así es como Dios la ve porque es como Él nos ve a todos nosotros. Dios es bueno y nos hizo para ser como Él: buenos y amorosos.
También pensé en mis razones para dejar a un lado mi dolor y mi ira. Un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana lo expresa muy bien: “Amaos los unos a los otros, palabra de revelación; / el Amor libera de la esclavitud del error, el Amor es liberación” (Margaret Morrison, N.º 179, alt. © CSBD, según versión en inglés).
Cuando amamos, en realidad nos ayuda a sentirnos libres. Quería ese sentimiento mucho más que cualquiera de los negativos. Y Jesús dijo que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (véase Mateo 19:19).
Estas ideas me ayudaron a dejar de lado mis pensamientos negativos sobre esta chica, y el antiguo resentimiento y dolor fueron reemplazados por paz.
Unos quince años después, la volví a ver. Charlamos y me esforcé por tener pensamientos amables acerca de ella. No pensé mucho en esta chica después de eso.
Hasta que un día, de la nada, me llamó. Ella fue amable y cálida, y me preguntó si quería que nos reuniéramos. Me quedé muy sorprendida. Esta chica nunca me había prestado atención en el bachillerato, y no habíamos estado en contacto desde la última vez que nos vimos. Sabía que este era Dios, el Amor, en acción, y que podía recibir esta bendición como resultado directo de permitir que el Amor cambiara mis pensamientos acerca de ella.
Estoy muy agradecida por nuestra nueva amistad y el poder sanador del amor y el perdón.