A principios del verano, estaba haciendo ciclismo de montaña con mi equipo cuando di un salto más rápido de lo que esperaba y salí volando por encima del manubrio.
Cuando aterricé, sentí un dolor agudo en el antebrazo. El entrenador que me había estado siguiendo se detuvo para ayudarme. Caminamos juntos de regreso a la base porque no podía usar mi brazo para aplicar los frenos. En el camino, pensé en la última vez que me lastimé el brazo andando en bicicleta de montaña, y me entristeció que la mayor parte de mi verano probablemente se vería arruinada una vez más por una lesión similar.
Mi mamá dijo que podíamos apoyarnos en la Ciencia Cristiana para la curación. Saber que tenía una opción me dio fortaleza.