“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46:1). Aprecio mucho la verdad de estas palabras de la Biblia.
Antes de conocer la Ciencia Cristiana, estaba muy angustiada debido a unos problemas de espalda que me impedían dormir y moverme normalmente. Sufría día y noche.
Después de una resonancia magnética, los médicos diagnosticaron que el problema eran hernias de disco y una gran inflamación en la parte baja de la espalda. Fui a muchas sesiones de fisioterapia, en vano. Nadie sugirió que me sometiera a una cirugía porque el problema más grande era la inflamación. Pero incluso después de las inyecciones antiinflamatorias, nada cambió. Ninguno de los especialistas que consulté previó un futuro prometedor para mí. Me sentí desmoralizada.
Mi esposo y yo nos habíamos hecho cargo de una pequeña empresa, así que no podía dejar de trabajar. Y como teníamos dos hijos pequeños, también tenía muchas responsabilidades en la casa. Continué buscando una solución.
Cuando fui a ver a un quiropráctico, me dijo amablemente que era normal tener dolor de espalda a mi edad. Incapaz de aceptar esta noción, salí de su oficina, negándome a creer que nada podría aliviarme el dolor y que tendría que vivir con este sufrimiento por el resto de mi vida.
En ese momento comencé a buscar medicinas alternativas, como la aromaterapia, que tampoco tuvo ningún efecto. Un acupunturista homeopático con el que hablé a menudo me dijo un día: “No puedes soportar toda la miseria del mundo sobre tus hombros”. Además de mis problemas de salud, me sentía agobiada por todo lo que estaba sucediendo en el mundo y tenía mucho miedo del futuro. ¿Dónde podía encontrar consuelo duradero? ¿Quién podía ayudarme y cómo? No tenía ninguna respuesta a estas preguntas. Después de años de consultas y tratamientos, parecía que no se podía hacer nada.
Para que me ayudara a distraerme y relajarme un poco, decidí salir a caminar con una amiga una tarde cada semana. Mientras hablábamos, me trajo mucho consuelo. No fueron tanto sus palabras las que me conmovieron, como el espíritu que manifestaba: su dulzura y benevolencia. Tenía una forma muy diferente de ver a las personas y las situaciones. Ella expresaba un amor y una bondad que yo nunca había conocido. Esperaba con entusiasmo nuestro tiempo juntas cada semana y era receptiva a las nuevas y enriquecedoras ideas que compartía. Al principio, no sabía de dónde venían, pero me traían paz.
Finalmente, un día me sentí impulsada a preguntarle a mi amiga si había un libro que pudiera leer para aprender más sobre las maravillosas ideas que compartía conmigo. Ella acababa de recibir un ejemplar del libro de Mary Baker Eddy Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras que había encargado, y me lo dio.
A lo largo de los muchos años que había estado buscando soluciones a mis problemas, nunca había considerado acercarme a Dios, a quien no conocía. Cuando abrí Ciencia y Salud por primera vez, aprendí que Dios es bueno y que lo creó todo para que fuera solo bueno. Esto fue una revelación.
No entendía todo lo que leía, pero seguí leyendo este libro todos los días. Las verdades que se decían en él me encantaban y quería saber más. Qué gran alegría es progresar y enriquecerse constantemente a través de una comprensión creciente de Dios, el bien.
A medida que me familiarizaba con Dios, Lo amaba cada vez más. Crecía espiritualmente todos los días con las verdades que estaba aprendiendo. Muy rápidamente me suscribí a las Lecciones Bíblicas del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana y a la edición francesa de El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Reconocí mi propio viaje en ciertos testimonios en el Heraldo y me sentí cerca de los autores. La confianza en el bien siempre presente estaba ahuyentando gradualmente los temores sobre el futuro.
Obtuve una mejor comprensión de Dios como Vida y de mi verdadera identidad espiritual como el reflejo saludable y plenamente capaz de Dios. El pasaje bíblico citado anteriormente, “Dios es nuestro amparo y fortaleza...”, gradualmente adquirió un significado más pleno. Me di cuenta de que ya no tenía que depender de un cuerpo material frágil, sino que podía apoyarme en un respaldo permanente, estable, poderoso y siempre presente: Dios. Comprendí entonces que mi única fortaleza real es Dios, no mi espalda. Ese fue el final del problema de espalda.
No puedo decir cuándo desapareció el dolor, pero hace por lo menos cinco años que he estado libre. He reanudado todas mis actividades diarias, así como el esquí, la jardinería y los cursos de cuerdas con mis hijos.
Hoy continúo mi estudio y práctica de la Ciencia Cristiana con inmensa alegría. Me he convertido en miembro de La Iglesia Madre y de una Iglesia filial de Cristo, Científico, en Francia. Estoy muy feliz de compartir esta Ciencia con muchas personas, porque es un regalo inestimable que no se puede ocultar.
Pascale Roux
Saint Genès de Castillon, Francia
