Cuando era niño, me enfermé y me diagnosticaron leucemia. Mi padre era Científico Cristiano; mi madre no lo era. Pero cuando tenía doce años y los médicos dijeron que no había nada más que pudieran hacer por mí, mi mamá, mis abuelos y yo comenzamos a estudiar la Ciencia Cristiana, junto con mi padre.
Surgieron muchos problemas de salud asociados con esta enfermedad, y la Ciencia Cristiana me permitió resolverlos uno por uno. Los calambres eran la molestia más frecuente en mi cuerpo; sin embargo a través de nuestro estudio de la Ciencia Cristiana, los ataques se volvieron menos severos hasta que finalmente, cuando tenía unos dieciséis años, tuve un último episodio. Esa noche fue muy larga. Fue una lucha como la de Jacob con el ángel (véase Génesis 32:24-30). Mis padres me leyeron la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy. Una cosa que recuerdo que leyeron fue esta cita del libro de texto: “No hay dolor en la Verdad, y no hay verdad en el dolor...” (pág. 113).
Mis padres me leyeron en voz alta hasta que finalmente me quedé dormido. Cuando me desperté por la mañana, me sentí renovado y sentí como si me hubiera despertado de un mal sueño. Después de esto, nunca más volví a experimentar calambres ni ningún otro síntoma de la enfermedad. Quedé completamente sano.
También fui sanado de algunos desafíos de personalidad. Por ejemplo, solía ser extremadamente tímido al punto de no querer hablar nunca. Pero cuando me gradué del bachillerato, sin haber orado específicamente por esto, se me dio una mención de honor como la persona más sociable del colegio. También solía ser muy agresivo físicamente, al punto que me peleaba a puñetazos con otras personas. Después de una pelea que inicié en la que unas treinta personas me golpearon en represalia, mi padre me preguntó: “¿Cómo lo quieres resolver?”. Una opción era legalmente. Otra fue pedirles a algunos parientes fuertes que fueran a pelear conmigo. Pero por sugerencia de mi padre, decidí empezar a pensar en las cualidades espirituales de las personas que me habían golpeado, y cambiar lo que pensaba de ellas. Después de eso, me sentí capaz de resolver problemas sin agresividad y ya no me peleé con nadie. Sentí que Dios me mostraba cómo resolver las cosas de manera diferente y enfocarme en las cualidades divinas de las personas.
Cuando tenía entre dieciséis y veintidós años, me vi frecuentemente envuelto en accidentes automovilísticos. Luego, mi padre, que se convirtió en practicista de la Ciencia Cristiana en esa época, me animó a comenzar a orar desde el punto de vista de que Dios es todo. Me recomendó que hiciera un fuerte trabajo de oración cada vez que conducía, entendiendo que hay una sola Mente que guía nuestro manejo, no muchas mentes.
Entonces, cada vez que veía a alguien ir rápido, en lugar de pensar que me iba a chocar, comencé a bendecirlos y a saber que todos estábamos protegidos. O, si veía a alguien conduciendo despacio, no lo criticaba, sino que sabía que era una idea capaz de Dios. A medida que hice esto, se acabaron los accidentes.
También tuve muchas dificultades cuando empecé la universidad. Reprobé el primer y segundo semestre, entonces le dije a mi papá que no quería estudiar esas materias; quería ser abogado. Mi papá me dijo que seguiríamos orando y esforzándonos por comprender mi identidad y mis cualidades divinas. Comencé a orar con la idea de que yo no era un desastre como estudiante, sino una idea de Dios. Me comenzaron a dar ganas de estudiar, y no reprobé ninguna materia. Incluso terminé con éxito todos los exámenes finales que deben dar los abogados y completé con éxito mi carrera y luego agregué una especialización.
Tengo una bendición, o prueba más del poder de Dios, para compartir. Trabajo para una entidad pública, y nuestro trabajo es inspeccionar las instituciones financieras y verificar que cumplan adecuadamente con todos sus procesos para que los consumidores no se vean afectados negativamente. Me pusieron a cargo de un equipo; el otro equipo estaba dirigido por una persona que era muy difícil, arrogante, malhumorada y conflictiva. Las reuniones entre nosotros eran muy desafiantes.
En lugar de reaccionar a su actitud despectiva, comencé a orar para entender que ella era hija de Dios. Fue difícil para mí porque los sentidos mostraban otra cosa. Pero seguí orando con esa verdad, y el día de la reunión, cuando íbamos a hacer nuestras presentaciones a nuestros gerentes, estaba muy seguro de la confianza que sentía en Dios. Nos habían dicho que las personas que iban a ver nuestra presentación eran personas con mucho conocimiento, mucho prestigio. Yo sabía que sólo hay una inteligencia —que es Dios, la Mente única, que gobierna a todos— no muchas mentes que realizan diferentes actividades. Y cuando empecé a trabajar con esta otra líder de equipo, me sentí tranquilo. Sabía que no iba a enfrentarme a mentes diferentes, sino a una sola Mente, y que la inteligencia divina prevalecería.
Cuando ella empezó a presentar, le hicieron preguntas muy difíciles. Ella se bloqueó, y tuve el fugaz pensamiento de alegrarme por eso. En cambio, comencé a bendecirla, sabiendo que era capaz e inteligente. Ella logró encarrilar las cosas y su parte de la reunión terminó, sin mayores contratiempos.
Luego fue mi turno de hacer mi presentación. Sentí la presencia de Dios durante este tiempo, y vi a las personas en la sala como hijos de Dios. Después, los gerentes sintieron que el material que yo tenía era tan impactante que decidieron llevarlo al siguiente nivel y me invitaron a presentarlo a toda la institución.
Cuando llegó el momento de hacer la presentación, la mesa era como esas mesas del rey Arturo, donde hay muchísimos caballeros, mucha gente de la nobleza. Y sentí como si no perteneciera allí. Pero cuando comencé, sentí un apoyo divino y una voz interior que me dijo: “Este es tu lugar y tienes derecho a grandes cosas”. Me sentí en verdad en la presencia de Dios, y fue realmente hermoso. Todo el trabajo que se había hecho fue exitoso. Pude llevar a cabo el proyecto en el que estaba trabajando y todo se completó con total armonía.
Después de esta época difícil y penosa de la vida vinieron muchas alegrías y muchas bendiciones, entre ellas mi hermosa familia: una esposa y dos hijos. La Ciencia Cristiana es verdaderamente la “perla de gran precio” (Mateo 13:46). Incluso me he hecho muy amigo de mi compañera de trabajo que había sido tan difícil. En cada situación que he enfrentado y superado, más de una vez al día, me he recordado a mí mismo que Dios es la fuente de mi paz y que nada ni nadie puede quitármela. Con todas las ideas anteriores, puedo empezar a comprender la totalidad de Dios, entendiendo que, dado que Dios lo es todo, no hay lugar para el caos, la enfermedad o cualquier otra situación que parezca grave y que, sin embargo, cuando cambiamos nuestra perspectiva correctamente, desaparece en la nada.
David Agudelo
Bogotá, Colombia