Vista desde el espacio, la tierra es hermosa, como una canica azul brillante con remolinos blancos que la rodean en medio de colores marrones, amarillos y verdes. ¡Es asombroso pensar que, a nosotros, por ser hijos de Dios, se nos ha dado un dominio amoroso sobre ella!
En Génesis, leemos que Dios le dio al hombre “dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra” (1:26, LBLA). Este dominio no se trata de dominación. No incluye una licencia para abusar o dañar, sino más bien trasciende el control manipulador con paz y ecuanimidad para apreciar y valorar a toda la creación. Podemos mirar más allá de la apariencia física de un pájaro, un pez o cualquier cosa en la tierra y percibir las cualidades espirituales que expresa. Ejercer este dominio sobre nuestro propio pensamiento nos permite ser una influencia sanadora en el mundo.
Al pensar en nuestro medio ambiente y en el llamado a la acción, en muchos frentes, para cuidarlo y protegerlo, es reconfortante saber que todos tenemos este precioso don del dominio y, por lo tanto, podemos saber cómo proceder con sabiduría para mostrar las bendiciones que este dominio que Dios nos ha dado puede traer a la tierra.
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, la Ciencia Cristiana define la tierra de esta manera: “Una esfera; un símbolo de la eternidad e inmortalidad, que igualmente no tienen comienzo ni fin.
“Para el sentido material, la tierra es materia; para el sentido espiritual, es una idea compuesta” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 585). No hay dos tierras. Más bien, esta definición dual tiene que ver realmente con la percepción; el hecho de ver el universo real y espiritual a través del sentido espiritual allí mismo donde parece haber un sentido falso y material del universo y la tierra.
Ver la tierra como materia está plagado de interpretaciones erróneas, discordias y limitaciones, lo cual perpetúa un ciclo continuo de vida y muerte, y un planeta vulnerable a la decadencia y la muerte. En cambio, ver la tierra como una idea espiritual compuesta de Dios, un tipo o ejemplo de la eternidad, abre perspectivas nuevas y sanadoras que reflejan la visión que tiene Dios de Su creación gloriosa y en perpetuo desarrollo.
La Vida, Dios, sostiene, mantiene y perpetúa eternamente Su creación, su propia autoexpresión. Puesto que la vida es Todo-en-todo, no puede haber fuerzas destructivas llamadas toxinas, virus, contaminación o incluso los llamados desastres naturales, para descomponer la vida o dañar cualquier cosa en la tierra. Abrazar nuestro don de dominio incluye usar el sentido espiritual: ver que nuestra tierra y todo lo que incluye es puramente espiritual, eterno e inmortal, y expresa inteligencia, hermosura y todas las demás cualidades de la naturaleza divina.
Cómo pensamos acerca de la tierra —ya sea como material y finita o como una idea compuesta que expresa la eternidad— marca una diferencia para el planeta. Los estudios científicos muestran que nuestros pensamientos afectan nuestro medio ambiente, incluidas las plantas, los animales y el agua. El Dr. Konstantin G. Korotkov, profesor de biofísica en la Universidad Técnica Estatal de San Petersburgo, dice que cuando tenemos pensamientos positivos y negativos, cada uno tiene un impacto diferente en nuestro entorno. Este sentimiento se hace eco de la declaración de la Sra. Eddy: “La atmósfera de la mente mortal constituye nuestro ambiente mortal. Aquello que los mortales oyen, ven, palpan, gustan y huelen, constituye su tierra y cielo actuales...” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 86).
Nuestro entorno es realmente el pensamiento colectivo. Por lo tanto, mejorar nuestro medio ambiente comienza con elevar nuestros pensamientos acerca de toda vida en la tierra, incluidos nuestros vecinos. El Amor universal que ama a toda la creación elimina los pensamientos de fatalidad, fría indiferencia, codicia y odio que contaminarían la atmósfera colectiva del pensamiento.
Los pensamientos edificantes que necesitamos provienen de Dios, quien ve todo lo que hizo como completamente bueno, hermoso, amoroso, precioso, inmutable e inmortal. Como hijos de Dios, nuestros pensamientos están naturalmente alineados con esta Mente, Dios. Ejercer nuestro dominio sobre la tierra al ejercer dominio sobre nuestro pensamiento incluye demostrar la comprensión espiritual de que todas las cosas que Dios nos ha dado no están basadas en la materia, no son dañinas ni vulnerables al daño, sino eternas, y expresan para siempre la única sustancia: el Espíritu, la Vida que es Dios.
Estas ideas me han resultado prácticas en mi propia experiencia con el medio ambiente. En un momento dado, mi familia se mudó cerca de un lago donde había habido un ciclo anual en el que un virus infectaba a ciertas especies de peces y causaba que oleadas de peces muertos llegaran a la orilla. El primer año que nos mudamos, ejercí mi dominio al saber que realmente no existe ninguna forma de vida dañina. Toda vida expresa a su fuente, Dios, por lo que no es destructiva ni destructible. Sabía que la pureza de la creación de Dios no incluye nada perjudicial. Así que ninguna criatura de Dios podía infectarse o ser portadora de la infección. Los peces en el lago nunca más fueron infectados por ese virus. El patrón de ese ciclo anual destructivo se había roto.
Las criaturas de la creación del Amor tienen naturalezas divinas y no son carnívoras, venenosas, invasivas o molestas, sino más bien inofensivas, tienen un propósito, son mutuamente beneficiosas y duraderas. Cada una tiene un lugar correcto y necesario en el diseño del Amor. Al discernir la verdadera naturaleza de las criaturas del Amor, encontré armonía incluso en una marmota que tenía diferentes planes para mi jardín que los míos.
Mi jardín había sido seleccionado para aparecer en un paseo por el jardín del vecindario. A medida que se acercaba el evento, noté que había varias flores cortadas y esparcidas. Pronto descubrí que una marmota era la fuente de la poda no deseada. Pensé en mi dominio sobre toda cosa que se arrastra y cómo el Amor tiene un lugar adecuado para cada una de sus ideas.
Un día, mientras caminaba por el barranco, me encontré cara a cara con la marmota parada sobre sus ancas, con una flor colgando de su boca. Se detuvo en seco cuando hicimos contacto visual. Le hablé amorosamente de su naturaleza divina, que expresa inteligencia, actividad correcta y armonía, cualidades que de ninguna manera están en conflicto con la belleza de las flores. Le dije que ella era una criatura querida del entorno que compartíamos, apreciaba a todos los seres vivos y, por lo tanto, estaba en perfecta armonía con toda la naturaleza.
A medida que sentía un gran sentimiento de amor por esta criatura, la vi inclinarse suavemente hacia adelante, dejar la flor con cuidado y marcharse amablemente. Ese fue el final de la actividad destructiva en mi jardín. Cuando ves que la identidad de una criatura es espiritual, disciernes su expresión innata de amor. Todas las criaturas de Dios expresan la inteligencia y el amor de Dios.
Es maravilloso comprender que Dios está continuamente cuidando la tierra y todo lo que en ella hay. Este amor de Madre proporciona todo lo necesario para que todo florezca y sea continuamente fructífero. La amorosa inteligencia divina de Dios guía a toda la creación para que esté eternamente en perfecta armonía. Esta es la Madre Naturaleza divina que abarca y sostiene todo. Al alinearnos con este entendimiento espiritual, ejercemos nuestro dominio de maneras que bendicen la tierra.
Esta visión espiritual del dominio nos guía a realizar acciones que honran la naturaleza eterna de toda la tierra, ya sea al apreciar a todas las criaturas, mirar amorosamente nuestros majestuosos bosques y plantas, cuidar la pureza de nuestra atmósfera, mantener las aguas dulces o abrazar compasivamente a todos los pueblos de la tierra.
Ciertamente, las bendiciones y el progreso abundarán al hacerlo. Al final de cada día, como si tuviéramos brazos infinitos, podemos rodear amorosamente la tierra, incluso a toda la creación, en un abrazo espiritual, apreciando profundamente las cualidades eternas distintivas de cada idea individual y regocijándonos en el precioso don del dominio.
