Hace un tiempo, me desperté en medio de la noche; respiraba con mucha dificultad y tenía agudos dolores en el pecho. Una de mis hijas todavía estaba despierta y sentada en el sofá de la sala de estar. Abrí el libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, al que recurro junto con la Biblia cuando quiero sanar, y le pedí a mi hija que me leyera muy lentamente. Así lo hizo.
Mientras escuchaba las palabras que ella leía, las ideas que expresaban calmaron mis temores y pude sentir la presencia sanadora de Dios. Las palabras estaban respaldadas por la verdad bíblica y llenas del espíritu del Cristo. Fue el momento más preciado —dos personas que juntas se volvieron sinceramente a Dios— y mi cuerpo se calmó por completo. Le agradecí profusamente a mi hija y pronto me quedé dormido. Y ese fue el final. Estaba muy agradecido de tener a alguien que me leyera y orara conmigo durante esta experiencia.
Qué maravilloso es saber que cuando tenemos tanto miedo que nos sentimos incapaces de orar o pensar con claridad, podemos recurrir a otro para que ore con nosotros. Me recuerda estas palabras de Jesús: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20).