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El trono de Dios

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 16 de junio de 2025


No hay nada más reconfortante, ante los temores cotidianos que nos bombardean, que la certeza de que sólo Dios gobierna y reina. La Biblia y las enseñanzas de la Ciencia Cristiana afirman que Dios es supremo, que no hay más que un solo Dios del todo bueno y que Él gobierna el universo entero. Por poco realista o engañoso que esto pueda sonar para algunos, innumerables ejemplos de curación en la Biblia y en las publicaciones de la Ciencia Cristiana ilustran cómo la supremacía del poder de Dios se hace evidente cuando es reconocida y se recurre a ella. 

El poder de Dios es descrito en la Biblia de muchas maneras diferentes. Una forma convincente, en numerosos pasajes, es a través del uso de un trono como símbolo de la supremacía de Dios, símbolo bien entendido en los tiempos bíblicos.

Isaías y los Salmos hablan con audacia, con autoridad y convicción, de la supremacía de Dios. El salmista declaró: “Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre” (Salmos 45:6). Y Dios habló a Isaías diciendo: “El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies” (Isaías 66:1). Esto establece que Dios, la Mente omnipotente, tiene poder divino y celestial sobre toda la creación. 

De acuerdo con merriam-webster.com, la palabra trono significa “poder real y dignidad: soberanía”. También dice que la palabra soberanía puede significar “poder supremo”, “libre de control externo” o “influencia controladora”. El poder real de Dios es el poder supremo en nuestras vidas. No hay fuerzas o influencias externas que puedan alterar este hecho absoluto.

El libro del Apocalipsis dice: “He aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado” (4:2). Hay uno en el trono como el Gobernante de la creación, solo uno. Dios no comparte este trono o autoridad con otro, ni hay tronos coexistentes. Esto no significa que Dios sea un super dictador o emperador material. Más bien, Él es la Vida, la Verdad y el Amor divinos, muy tangiblemente presentes y todopoderosos.

Cristo Jesús demostró esto a lo largo de su ministerio de curación. Reveló y dio evidencia de la soberanía de Dios a la humanidad, para ayudarnos a comprender que Dios es todopoderoso y supremo, y que Su bondad reina en nuestra vida cotidiana, ahora y para siempre. “Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mateo 9:35).

La enseñanza del Maestro se refería repetidamente a que el reino de los cielos o el reino de Dios estaba cerca y dentro de nosotros. Terminó la oración que dio a sus discípulos, el Padre Nuestro, con esta enfática declaración: “Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos” (Mateo 6:13). Jesús se volvía constantemente a Dios y reconocía Su autoridad divina sobre toda Su creación, y su vida y ministerio de curación demostraron la supremacía de Dios al vencer y triunfar sobre las leyes y las creencias basadas en la materia.

La supremacía y el gobierno de Dios fueron verdaderos a lo largo de siglos de historia bíblica y siguen siendo ciertos a lo largo del tiempo. Están establecidos ahora mismo, hoy. Nada los ha cambiado, ni nada puede cambiarlos en el futuro. No hay pretensiones o circunstancias contrarias o basadas en la materia que puedan alterarlo.   

Al apreciar y meditar en lo que Jesús y muchos otros en las Escrituras evidenciaron del poder de Dios, Mary Baker Eddy descubrió y demostró que había una Ciencia divina detrás de las numerosas demostraciones de la autoridad de Dios en la Biblia. Ella sabía que la creación espiritual de Dios incluye la verdadera identidad de cada uno de nosotros. Y cuanto más reconozca y comprenda esto cada uno de nosotros, más evidencia veremos de la guía y las cualidades de Dios expresadas en nuestra experiencia directa y más allá. 

Al recurrir a la Biblia como, en sus palabras, su “única autoridad” para guiarla “en el estrecho y angosto camino de la Verdad” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, págs. 103-104), la Sra. Eddy confiaba únicamente en Dios para que la guiara. Convencida de la supremacía absoluta de la Mente infinita, permaneció sin dejarse impresionar por ninguna imagen o evidencia material y trabajó firmemente para demostrar el control de Dios sobre todo. Sabía que sus demostraciones no eran el resultado de su personalidad, habilidad o control humanos, sino que se debían a su comprensión de la supremacía de Dios. Ella nos enseñó que podemos confiar en el control total de Dios en cada aspecto de nuestras vidas, al sanar y ver restaurada la armonía sin importar cuáles parezcan ser las circunstancias. En su Mensaje para La Iglesia Madre para 1900, afirma: “... nuestra esperanza se ancla en Dios quien reina, y la justicia y el juicio son el cimiento de Su trono para siempre” (pág. 10).

Necesitamos estar activamente conscientes de la presencia eterna, de toda la bondad y del poder de Dios para rechazar sistemáticamente la tentación de creer que las imágenes materiales que nos rodean son verdaderas. Y podemos protegernos de los pensamientos negativos que nos tientan a creer que hay un poder en lugar de, además de, o mayor que el gobierno de Dios. Nunca necesitamos aceptar que algo en nuestra experiencia está fuera del alcance de Dios, fuera de Su reino. No importa cuál sea la situación, volverse humildemente en oración a Dios como supremo sobre todo traerá calma y orden a lo que parece estar mal o fuera de control. Dios solo da el bien, y aferrarnos a los hechos espirituales acerca de Su reino todopoderoso nos ayuda a ver y experimentar Su abundante bondad.  

Hace algunos años enfrenté una situación que parecía desesperada, sin medios evidentes de ayuda. Mi esposo y yo acabábamos de regresar a los Estados Unidos después de vivir en Alemania, donde yo había enseñado educación especial en las escuelas del Departamento de Defensa durante cuatro años. Había aceptado un nuevo trabajo de enseñanza (con una licencia provisional) y había solicitado mi licencia de enseñanza estatal completa y también para la escuela de posgrado. 

Sin embargo, puesto que había estado viviendo en el extranjero, no cumplía con el reciente requisito de residencia para las solicitudes, a pesar de que había estado trabajando para el gobierno de los EE. UU. La situación era muy frustrante y parecía increíblemente injusta y sin principios. Y no importaba desde qué ángulo lo abordara, parecía ser un callejón sin salida. En ese momento me di cuenta de que necesitaba confiar completamente en Dios.

Nuestra decisión de regresar a los EE. UU. y nuestros pasos para encontrar nuestro nuevo hogar y trabajos se habían basado en la oración. Estábamos convencidos de que estábamos en el lugar correcto, y todo lo demás había encajado maravillosamente. Reconocí que Dios había tenido el control total sobre nuestra mudanza, y que esto no había cambiado. Su supremacía no tenía límites. Continuamos orando y sabiendo que no había situaciones imposibles y que Dios estaba de hecho en el trono, siempre y bajo toda circunstancia. El pasaje bíblico “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmos 46:10) era un recordatorio diario para permanecer quietos, tranquilos y confiados. 

A las dos semanas, mi esposo descubrió que la legislatura estatal acababa de cambiar una ley relacionada, anulando la restricción que había obstruido mi camino y el de otros recién llegados al estado. Pude solicitar con éxito mi licencia de enseñanza y fui aceptada en la escuela de posgrado antes del siguiente semestre, el momento perfecto para ambos. Además, había una nueva beca que estaba disponible en mi campo de estudio, lo que disminuyó drásticamente el costo de mis estudios de posgrado.

Mis compañeros de trabajo en mi nuevo empleo como profesora quedaron asombrados por este notable y rápido giro de los acontecimientos. Como no habíamos dado ningún paso humano para resolver la situación, para mí esto era una clara demostración de las obras de Dios en Su trono y Su control de cada aspecto de nuestras vidas.

Nunca necesitamos rendirnos ante ninguna situación injusta o ante la llamada ley material, ni necesitamos creer que estamos acarreando la carga de arreglar cualquier situación discordante o injusta. A medida que profundizamos nuestra comprensión de la unicidad y omnipotencia de Dios, nos volvemos cada vez más seguros de Su completo control. No importa cuál sea la situación, podemos volvernos a Dios con confianza y reconocer Su autoridad divina sobre toda Su creación. Ceder a esta autoridad divina restaura la armonía y demuestra el control completo de Dios, mostrando que Él es de hecho el único que gobierna en el trono.

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