Un querido amigo de la universidad me dio a conocer la Ciencia Cristiana en 2016. Antes de esto, había luchado con mi travesía espiritual, buscando algo más profundo.
Había sido criado en otra religión, y al principio, la Ciencia Cristiana no tuvo un efecto profundo en mí. No obstante, algo sobre sus enseñanzas seguía resonando en mi corazón que me impulsaba a explorar más a fondo. Comencé a asistir a los servicios de la iglesia y más tarde me hice miembro de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, en Nairobi y de La Iglesia Madre (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston).
En 2020, me sentí atraído a seguir un curso de estudio en una escuela para Científicos Cristianos. Cuando les conté a mis padres mis planes, se resistieron y se preocuparon al enterarse de mi vinculación con la Ciencia Cristiana. Les resultaba difícil entender cómo el cristianismo podía armonizarse con lo que percibían como un razonamiento científico. A pesar de mis intentos de explicarlo, no estaban convencidos y dejaron en claro que no querían que perteneciera o asistiera a esta iglesia.