A lo largo de mi vida, he experimentado muchas curaciones maravillosas. Crecí con la Ciencia Cristiana y mi madre es practicista de la Ciencia Cristiana. Así que tuve el gran privilegio de aprender desde la infancia que siempre puedo confiar en Dios pase lo que pase, que nunca estoy separada de Él porque soy Su imagen y semejanza, y que esta conexión con Dios es inquebrantable. Mary Baker Eddy escribe en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El hombre es, y eternamente ha sido, el reflejo de Dios. Dios es infinito, por lo tanto siempre presente, y no hay otro poder ni otra presencia” (pág. 471).
Una curación que experimenté y que cambió profundamente mi vida ocurrió durante un viaje a Australia que hice después de graduarme del bachillerato; viaje que había soñado hacer desde que era niña.
Al comienzo del viaje, sentí la profunda necesidad de cambiar mi concepto de mí misma y comprender mejor mi conexión con Dios. En aquella época estaba lidiando con mucho autodesprecio y autocondena. No tenía mucha confianza en mí misma, a menudo criticaba mi propio comportamiento y apariencia, y en general no estaba muy contenta conmigo misma. En otras palabras, me percibía a mí misma como algo muy separado del reflejo de Dios.
Mi padre a menudo me decía que mi insatisfacción conmigo misma era en realidad una expresión de ingratitud por la maravillosa creación de Dios. Después de todo, de hecho, afirmaba constantemente que Dios podía crear algo feo y no bueno.
No obstante, al comienzo de mi viaje a Australia, pareció como que, en lugar de comprender mejor mi conexión con Dios, me perdí. Comencé a vivir una vida que, muy pronto me di cuenta, no era realmente mía, pero sentía que, por ser una adolescente “normal”, tenía que vivir de esa manera. Me perdía en pensamientos materiales, iba a muchas fiestas y estaba muy preocupada por cosas superficiales y por pensar en mí misma como un ser humano.
Antes de comenzar mi viaje, una amiga de mi iglesia me había dado la información de contacto de una amiga suya que vivía en Australia y también estaba estudiando las ideas espirituales de la Ciencia Cristiana. Durante el viaje, me comuniqué con esta persona y me invitaron a quedarme en su casa por un período prolongado.
Cuando llegué, estaba rodeada por la misma atmósfera espiritual que había estado conmigo durante toda mi infancia, y me vino el pensamiento: “Ahora finalmente estás de vuelta donde perteneces”. No se trataba del lugar, sino de la consciencia espiritual. Durante mi estadía me embargó un día una profunda paz y sentí un Amor infinito y divino que lo abrazaba todo, incluyéndome a mí. ¡Un verdadero momento de gracia! Todavía no había aprendido a amarme plenamente a mí misma, sin embargo, el ilimitado amor de Dios me alcanzó de todos modos.
Sentí como si me hubieran quitado un gran peso de encima —¡en realidad me sentí más liviana! — y comprendí en ese momento que soy completamente amada y buena como Dios me hizo. Como dice el Génesis: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (1:31).
Vislumbré lo que significa ser la expresión del Amor divino. Fue un sentimiento indescriptible que se ha quedado conmigo desde entonces. Cada vez que me siento perdida o atrapada en pensamientos sobre mí misma como mortal, recuerdo ese momento y ese sentimiento increíble y encuentro paz nuevamente.
No puedo expresar cuán agradecida estoy por esta experiencia. Noté muchos cambios después de eso; el más grande fue que mi imagen personal cambió por completo. Dejé de observarme y criticarme a mí misma todo el tiempo. Pude ser yo misma y ser abierta incluso con extraños. Ya no sentía que necesitaba presentarme de cierta manera o que tenía algo que demostrar. ¡Qué libertad! A partir de entonces, incluso podía pasar delante de un espejo y estar feliz con lo que veía. Además, también dejé de vivir como pensaba que lo haría un adolescente típico y comencé a vivir de la manera que imaginaba, de acuerdo con lo que Dios me creó para ser.
Y también hubo otros pequeños cambios. Uno, por ejemplo, era que mi percepción de las arañas había cambiado repentinamente. Hasta entonces les había tenido mucho miedo. Incluso las más pequeñas me asustaban tanto que tenía que salir de la habitación. Pero de repente pude atrapar a las arañas grandes en Australia que se habían extraviado en la casa y sacarlas afuera sin miedo ni asco. ¡Hasta me parecieron hermosas!
Mi relación con otras personas también cambió. Me resultó mucho más fácil ver la perfección de los demás como hijos de Dios y sentir una unidad con ellos. Y me volví mucho más abierta a tener nuevas experiencias. Antes, sentía que, si no podía dominar algo y hacerlo bien de inmediato, prefería no intentarlo en absoluto. Pero como resultado de mi progreso espiritual, comenzó a gustarme probar cosas, sin importarme si lo lograba de inmediato o no, o lo que pensaran los demás.
Como expresa Ciencia y Salud tan bellamente: “Ciudadanos del mundo, ¡acepten ‘la libertad gloriosa de los hijos de Dios’ y sean libres! Este es su derecho divino” (pág. 227).