A lo largo de mi vida, he experimentado muchas curaciones maravillosas. Crecí con la Ciencia Cristiana y mi madre es practicista de la Ciencia Cristiana. Así que tuve el gran privilegio de aprender desde la infancia que siempre puedo confiar en Dios pase lo que pase, que nunca estoy separada de Él porque soy Su imagen y semejanza, y que esta conexión con Dios es inquebrantable. Mary Baker Eddy escribe en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El hombre es, y eternamente ha sido, el reflejo de Dios. Dios es infinito, por lo tanto siempre presente, y no hay otro poder ni otra presencia” (pág. 471).
Una curación que experimenté y que cambió profundamente mi vida ocurrió durante un viaje a Australia que hice después de graduarme del bachillerato; viaje que había soñado hacer desde que era niña.
Al comienzo del viaje, sentí la profunda necesidad de cambiar mi concepto de mí misma y comprender mejor mi conexión con Dios. En aquella época estaba lidiando con mucho autodesprecio y autocondena. No tenía mucha confianza en mí misma, a menudo criticaba mi propio comportamiento y apariencia, y en general no estaba muy contenta conmigo misma. En otras palabras, me percibía a mí misma como algo muy separado del reflejo de Dios.