Durante muchos años, había luchado con mis clases de matemáticas. Había logrado salir adelante, pero me había costado mucho trabajo. Las pruebas eran las peores. Siempre me producían gran ansiedad, incluso cuando estaba segura de conocer el material.
Pero uno de mis primeros exámenes en mi clase de precálculo me tenía más que ansiosa. Estaba muy asustada. Por mucho que estudiaba, no me sentía preparada.
Durante la prueba, traté de calmarme, pero dudaba de cada respuesta. Me sentía estúpida e incapaz, como lo había hecho en mis últimas clases de matemáticas. No tenía idea de qué hacer y sentí que iba a llorar.
De repente, se me ocurrió una idea: podía volverme a Dios.
"Dios, sé que estás conmigo en este momento. Por favor, ayúdame", pensé.
En la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana he aprendido que siempre podemos acudir a Dios en busca de ayuda y que Él, que es la inteligencia infinita y la Mente única y omnisciente, siempre nos dará las ideas correctas. Así que en eso me estaba apoyando en este momento.
Fue tan solo un breve reconocimiento de la presencia de Dios, y segundos después, volví a la prueba. Desearía poder decir que me sentí segura cuando la entregué, pero todavía estaba preocupaba de estar a punto de obtener el peor puntaje de mi vida.
Cuando recibí la notificación de que los resultados de nuestros exámenes se habían incluido en el libro de calificaciones, no estaba segura de querer mirar. Pero cuando finalmente cedí y revisé mi puntaje, ¡era del 99 por ciento! Incluso estaba el comentario de mi profesora que decía: "¡Guau, buen trabajo!".
De inmediato, me eché a reír. Claramente era un error. Ella debió haber puesto la calificación de otra persona por equivocación.
Entré a clase al día siguiente preparada para ver mi verdadera puntuación cuando entregara los exámenes. Mi maestra sonrió alentándome al darme el examen. Todavía decía el 99 por ciento. Yo estaba atónita. Revisé el nombre en la parte superior del papel: Mi nombre. Mi letra. Mi trabajo. Mi puntuación. ¿Cómo había sucedido esto?
Entonces me di cuenta. Había olvidado por completo que me había vuelto a Dios. El momento había sido tan breve que se había perdido en el remolino de ansiedad que me había abrumado durante la prueba. Pero Dios había estado conmigo todo el tiempo. Ese pequeño momento en que reconocí Su presencia había hecho toda la diferencia. Jamás había estado sola. Ni siquiera mi miedo podía separarme de Dios, de la Mente divina.
Esta comprensión de que Dios nunca me abandona a mi suerte cambió totalmente mi perspectiva para el resto del año. Descubrí que ya no me ponía ansiosa antes de dar los exámenes. No tenía miedo de enfrentarme a algo que no podía manejar. Antes de cada prueba, reconocía que no estaba haciendo nada por mi cuenta y que Dios estaría conmigo todo el tiempo.
Todo el año fue más tranquilo que nunca, e incluso dejé de odiar las matemáticas.
Esta experiencia ha cambiado la forma en que abordo todas mis clases. En cualquier situación, sé que puedo sentirme reconfortada por la confianza de que Dios está conmigo.