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Los síntomas crónicos desaparecieron

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 20 de octubre de 2025


Siempre había sido muy saludable, sin embargo, desde mis días del bachillerato durante los meses de invierno me atormentaban ataques periódicos de síntomas que asociaba con la amigdalitis. Durante casi veinte años, estos ataques se repitieron dos o tres veces al año, durando un par de días cada vez.   

Dado que estos episodios eran esporádicos y causaban molestias menores, durante años no sentí la urgencia de orar por la condición o incluso de profundizar más en el estudio de la Ciencia Cristiana, aunque me crie en la Ciencia y para entonces tenía una larga historia de curaciones espirituales a través de la oración. 

Entonces, un año, los ataques comenzaron a ser más frecuentes y se volvieron cada vez más agudos, al punto que era casi imposible comer. Incluso hablar era doloroso. 

A medida que avanzaba el año, los síntomas empeoraron y experimenté períodos de buena salud cada vez más cortos. Para entonces me di cuenta de la gran necesidad de sanar. Comencé a orar diligentemente todos los días y a leer la Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras de Mary Baker Eddy; las Lecciones Bíblicas; y artículos del Christian Science Sentinel, ejemplares de los cuales llevaba conmigo todo el tiempo. 

Muchas veces temí que podría necesitar recurrir a alguna ayuda material para sanarme. Esto no se debió a ninguna duda sobre las verdades que había aprendido en la Ciencia Cristiana. Tal vez fue porque dudaba de mi propia capacidad para ver más allá de la niebla del mal, para encontrar ese rayo de luz que estaba buscando. No obstante, seguí orando a Dios para que me ayudara en esta lucha para liberarme. 

Un día de otoño, sentí que ya no podía seguir en esta condición. Era mediodía y acababa de pedir un refresco y un sándwich para el almuerzo, sin saber cómo iba a poder tragar ni el bocado más pequeño. Me acerqué a la ventana de mi oficina, que daba desde el piso 22 a un puerto donde trabajaban un par de barcos y un remolcador. Era un día hermoso. El cielo estaba despejado sin una briza de viento. El agua del puerto reflejaba perfectamente como un espejo todas las formas y objetos que flotaban en él o en las cercanías. 

Mientras miraba esta vista, me sorprendió la perfección con la que el agua reproducía las formas y los colores. Los reflejos eran siempre la semejanza exacta de los originales; sus colores, formas y movimientos no podían ser diferentes de ninguna manera. Una garza blanca como la nieve voló perezosamente y su reflejo también era blanco como la nieve y se movía exactamente como lo hacía el pájaro. En un instante me di cuenta de que nosotros, como reflejos de Dios, no podemos ser diferentes de nuestro original, sin importar cómo aparezcan las cosas o lo que suceda a nuestro alrededor.

El primer capítulo del Génesis nos dice: “Creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (versículo 27). Ciencia y Salud explica que esta imagen o reflejo es espiritual: “Tal como tu reflejo aparece en el espejo, así tú, siendo espiritual, eres el reflejo de Dios. La sustancia, la Vida, la inteligencia, la Verdad y el Amor, que constituyen la Deidad, son reflejados por Su creación; y cuando subordinemos el falso testimonio de los sentidos corporales a los hechos de la Ciencia, veremos esta semejanza y reflejo verdaderos en todas partes” (pág. 516).  

En ese momento vislumbré mi perfección real e inmutable como el reflejo de Dios, nuestro Padre-Madre, que guía y cuida de todo. Perdí la noción de lo que me rodeaba y de todo el tiempo y el espacio mientras me concentraba en estos conceptos espirituales. Lo siguiente que recuerdo fue que caminé por una de las calles cercanas de la ciudad, disfrutando del cálido sol, gozando de la perfección de mi ser, libre de todos los síntomas de la enfermedad. No había absolutamente ningún dolor o hinchazón u otros signos de enfermedad. ¡Todos los síntomas se habían desvanecido en su nada nativa! Me sentí como si estuviera caminando en el aire. Algunas personas tal vez me hayan mirado de manera extraña mientras cantaba suavemente un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana, disfrutando del uso de las cuerdas vocales que acababa de recuperar. 

Mientras disfrutaba de las vislumbres espirituales que me habían dado, me había comido todo el sándwich, bebido el refresco, me había puesto la chaqueta y había tomado el ascensor hasta la planta baja, antes de cruzar una calle concurrida de ocho carriles con tráfico en ambos sentidos y sin semáforos y luego caminado unas cinco cuadras. No recuerdo conscientemente haber hecho nada de esto, pero recuerdo hasta el día de hoy la sensación de libertad que sentí en esa caminata.

La curación completa aún estaba por llegar. Una mañana, unas semanas después, los síntomas reaparecieron. Estaba en el baño y miré mi reflejo en el espejo y sonreí. Sabía sin lugar a duda que yo —el reflejo del único creador— solo podía ser perfecto. Y ese fue el final de la enfermedad. Esto sucedió hace más de cuarenta años. 

La Ciencia Cristiana siempre ha sido mi roca, mi refugio, mi guía. Pero esta experiencia, más que todas las demás, fortaleció mi confianza en Dios, la Verdad divina y mi comprensión del reino de Dios. Sabía que la armonía está aquí ahora, y que un instante de comprensión espiritual es lo único que se necesita para destruir cualquier falsa creencia material.  

Desde entonces, he tenido muchas otras curaciones a través de la oración como se enseña en la Ciencia Cristiana. Recientemente, tomé la instrucción de clase de la Ciencia Cristiana, una experiencia verdaderamente maravillosa que desearía haber tenido hace mucho tiempo.

Peter Henderson
Buenos Aires, Argentina

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