Después de 25 años de dedicado trabajo, a mí, junto con aproximadamente tres cuartas partes de mis asociados, nos informaron que seríamos relevados de nuestros puestos profesionales en el instituto en el que trabajábamos. Antes de dejarnos cesantes, había habido una acelerada agitación política tanto dentro como fuera de nuestro lugar de trabajo; y me había sentido cada vez más insatisfecho con el deterioro de las condiciones que sofocaban mi capacidad de poner en práctica técnicas más creativas y eficaces para mantener una elevada norma en mi trabajo. No obstante, el anuncio de nuestros despidos me sorprendió y decepcionó, ya que en ese momento no podía ver una mejor alternativa de empleo.
Poco después del anuncio de nuestro despido, me comuniqué con un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí acerca de mi aparentemente incierto e inestable futuro.
El practicista afirmó de inmediato que sabíamos que Dios determinaba mi lugar correcto, no una persona. También me recordó que Dios es la única causa, que Él causa solo el bien, y que, por lo tanto, yo debo estar en el lugar correcto, en el momento correcto, haciendo el trabajo correcto con la recompensa correcta. Además, afirmó que no podía haber separación del bien, porque yo no podía estar separado de Dios. Estaba agradecido por la confianza del practicista en la ley del Amor de Dios que gobierna mi experiencia.