Después de 25 años de dedicado trabajo, a mí, junto con aproximadamente tres cuartas partes de mis asociados, nos informaron que seríamos relevados de nuestros puestos profesionales en el instituto en el que trabajábamos. Antes de dejarnos cesantes, había habido una acelerada agitación política tanto dentro como fuera de nuestro lugar de trabajo; y me había sentido cada vez más insatisfecho con el deterioro de las condiciones que sofocaban mi capacidad de poner en práctica técnicas más creativas y eficaces para mantener una elevada norma en mi trabajo. No obstante, el anuncio de nuestros despidos me sorprendió y decepcionó, ya que en ese momento no podía ver una mejor alternativa de empleo.
Poco después del anuncio de nuestro despido, me comuniqué con un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí acerca de mi aparentemente incierto e inestable futuro.
El practicista afirmó de inmediato que sabíamos que Dios determinaba mi lugar correcto, no una persona. También me recordó que Dios es la única causa, que Él causa solo el bien, y que, por lo tanto, yo debo estar en el lugar correcto, en el momento correcto, haciendo el trabajo correcto con la recompensa correcta. Además, afirmó que no podía haber separación del bien, porque yo no podía estar separado de Dios. Estaba agradecido por la confianza del practicista en la ley del Amor de Dios que gobierna mi experiencia.
Junto con las oraciones y palabras del practicista, encontré consuelo en la gran promesa de Cristo Jesús a sus discípulos en el Evangelio de Juan: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (14:2).
Con estas ideas y el continuo apoyo mediante la oración del practicista, comencé a tomar medidas para encontrar un nuevo trabajo antes de que eliminaran mi empleo. Sin embargo, luego de muchas semanas de enviar numerosos currículos, había recibido tan solo una invitación para una entrevista. Después de un día notablemente abundante de rechazos, me desanimé significativamente y llamé a una parienta cercana mía que también es una dedicada Científica Cristiana. Me dijo que era hora de detenerme y pedirle con humildad a Dios que me guiara. Añadió que, en efecto, Dios me pondría en el lugar más adecuado, y que el Amor divino siempre quiere progreso para sus hijos, pero que este puesto no estaría necesariamente exento de desafíos. Sentí una sensación de paz mucho más grande después de aceptar su consejo y decidí que no daría ningún otro paso a menos que tuviera la absoluta certeza de que Dios me estaba guiando.
A la mañana siguiente, una conversación casual con un compañero de trabajo me llevó a comunicarme con un antiguo colega que se había convertido en el principal administrador de un instituto reconocido a nivel nacional ubicado no lejos de mi casa. Le informé a mi ex colega de mi situación laboral actual y a los pocos días me entrevistaron y me ofrecieron un puesto en el instituto, que acepté con gratitud. Como mi parienta había dicho acertadamente, el trabajo en mi nuevo empleo presentó grandes desafíos, sin embargo, mi ampliada capacidad para participar en gratificantes emprendimientos, así como el crecimiento académico y personal que obtuve durante los años que trabajé allí, fueron más allá de lo que podría haber imaginado.
En la página 233 de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy declara: “Cada día nos exige pruebas más convincentes en lugar de profesiones de poder cristiano. … el progreso es la ley de Dios, cuya ley exige de nosotros sólo lo que ciertamente podemos cumplir”. Puesto que todos somos el reflejo de Dios, la Vida infinita, debemos tener la certeza de que jamás podemos ser disminuidos, inhibidos ni estar ocultos.