¿Alguna vez te has encontrado en medio de una situación angustiosa y no has sabido cómo responder? Tal vez escuchaste una discusión acalorada o viste a alguien comportándose groseramente bajo la influencia del alcohol. O quizá notaste que alguien luchaba contra una enfermedad o discapacidad.
Incluso si no hemos tenido nada que ver con lo que pasa, eso no hace que sea más fácil presenciar algo alarmante. Cuando los problemas llaman a la puerta de nuestra consciencia, podemos preguntarnos: “¿Hay alguna forma en que pueda ayudar?”.
Como imagen y semejanza del Amor, Dios, tenemos el instinto natural de querer traer paz y resolución dondequiera que veamos falta de armonía. Pero a veces tal vez dudemos de que podemos hacerlo, o sentimos que no es de nuestra incumbencia.
En la Ciencia Cristiana, he aprendido que no solo podemos ayudar, sino que también tenemos el deber de traer paz y curación a la humanidad, tal como el maestro cristiano, Cristo Jesús, ordenó a sus seguidores que hicieran. Él dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15); “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8).
Algunas personas quieren y necesitan ayuda, pero es posible que otras no acepten la interferencia o pueden estar demasiado asustadas o enojadas como para pensar con claridad. Cuando me siento impotente o inútil en tal situación, he aprendido a recurrir a Dios en busca de respuestas, como indica la Biblia. Con humildad podemos preguntarle sobre el si, el qué, el cuándo y el cómo de ayudar a nuestro prójimo. La Biblia aconseja: “Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócele en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas” (Proverbios 3:5, 6, LBLA).
Qué reconfortante es saber que seguimos la dirección de Dios, no tratando de resolver el problema a través del razonamiento y el conocimiento humanos limitados. La Mente divina que es todo-conocimiento, todo-visión, todo-amor proporcionará las respuestas. Cuando reconocemos la omnipresencia de Dios y nos detenemos para escuchar Su voz, podemos esperar escuchar una respuesta cada vez, lo que trae resultados sanadores. La Biblia dice: “Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído” (Isaías 65:24).
Todo lo que Dios creó es bueno en gran manera, como dice Génesis 1:31. Puesto que Dios es infinito, nada es invisible o desconocido para Él, por lo tanto, podemos confiar en que cualquier cosa que necesite ser conocida, se conoce a través de la única Mente divina, que es otro nombre para Dios. Como reflejo de la Mente, el hombre expresa la inteligencia, el amor y el poder para hacer el bien en todo momento y en todas las situaciones. Jamás estamos separados de la gran sabiduría y guía de Dios.
En una ocasión, una pareja casada viajaba en la parte trasera de nuestro automóvil. Mi esposo y yo estábamos en el asiento delantero. De repente, comenzaron a pelearse a gritos, se acusaban y criticaban. Mi esposo y yo nos miramos desesperados. Mi primer instinto fue reprenderlos por su comportamiento inapropiado, pero sentí que no era asunto mío y pensé que probablemente me lo dirían.
Entonces me di cuenta de que estaba reaccionando a una mentira sobre el hombre de Dios, en lugar de ser obediente al Primer Mandamiento sabiendo que no hay poder aparte de Dios y Su ley de armonía. Así que escuché para recibir la guía de Dios, una respuesta de paz. Se me ocurrió escribir en un pequeño trozo de papel las dos primeras líneas de “Oración vespertina de la Madre”, un poema e himno de Mary Baker Eddy: “Gentil presencia, gozo, paz, poder, / divina Vida, Tuyo todo es” (Escritos Misceláneos, pág. 389).
Me acerqué sin mirar y les entregué el papel. Uno de ellos lo tomó e inmediatamente los gritos cesaron. Había paz y tranquilidad. Uno a la vez, cada uno se disculpó muy suave y mansamente. Fue tan maravilloso ver cómo regresaba su verdadera naturaleza como hijos amorosos de Dios. El resto del día con ellos fue alegre y armonioso.
En otra ocasión, mi familia y yo visitamos un balneario en las Bahamas. Vimos mucha alegría y risas entre las familias allí, y me llenó de gratitud presenciar tal armonía. Pero toda la alegría terminó abruptamente cuando una niña pareció tener una convulsión y cayó a la acera de concreto, golpeándose la cabeza. El silencio cayó sobre la multitud que se reunió alrededor de la niña inconsciente. Todos se veían tristes y asustados por lo que acababa de ocurrir. Se llamó al personal de emergencia, pero tardaron un poco en llegar.
Yo sabía que lo que había visto no era de Dios. Recordé una reconfortante declaración en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Esta es la doctrina de la Ciencia Cristiana: que el Amor divino no puede ser privado de su manifestación u objeto; que el gozo no puede convertirse en pesar, pues el pesar no es el amo del gozo; …” (Mary Baker Eddy, pág. 304).
Mientras estaba allí con mi familia, mi hija se volvió hacia mí y me preguntó: “Mamá, ¿no puedes hacer algo al respecto?”. Debido a que soy practicista de la Ciencia Cristiana —alguien que ora con las personas para sanar cuando se le pide— mi hija estaba segura de que podría ayudar.
La Sra. Eddy deja en claro que, en general, los Científicos Cristianos no deben orar específicamente por alguien sin su permiso, así que seguí esa regla en este caso. Pero la confianza propia de un niño de mi hija en el bien me hizo dar cuenta de que tenía que haber una respuesta aparte de lo que presentaban los sentidos físicos. Me alejé de la escena para dirigirme de todo corazón a Dios en oración, para aquietar mi propio pensamiento y escuchar Su guía. Humildemente pregunté: “Padre, ¿hay algo que yo pueda hacer aquí?”.
La respuesta llegó al instante: “¡Sí!” Me alegró escuchar eso, así que le pregunté: “Padre, ¿qué necesito saber?”.
La respuesta del Todopoderoso llegó instantáneamente de nuevo: “Todo lo que sabes sobre Mí es cierto acerca de Mis hijos”. Este fue un recordatorio para mantener claramente en mi propio pensamiento la verdad acerca de Dios y Su creación. ¿Estaba permitiendo que una imagen de enfermedad, emergencia o miedo desplazara ese profundo sentimiento de gratitud y armonía que abrazaba momentos antes? Sabía que podía orar por mí misma para aferrarme a esa certeza sanadora de Dios y ser testigo de su efecto.
Al igual que con la pareja en el auto, me di cuenta de que no necesitaba arreglar a una persona en apuros. Lo que necesitaba corregir era lo que estaba aceptando como realidad aparte de Dios. Comencé a afirmar en oración que Dios jamás hizo la enfermedad ni ningún otro mal, por lo que no era parte de Su reino. Esto calmó mis temores y me ayudó a encontrar paz acerca de la situación. Orar de esta manera me ayudó a dar cuenta de que todos ya están eternamente bajo el cuidado de Dios, y fue un privilegio para mí comprender y aceptar que ese gran hecho era la verdad en ese momento.
Lo que no es cierto acerca de Dios no puede ser verdad acerca de ninguno de Sus hijos, que son creados a Su imagen y semejanza. Esta es una verdad universal que abraza a todos, en todas partes. Estaba tan inspirada por la realidad espiritual de que Dios, el bien, tiene el control total que ya no podía aceptar la imagen de la enfermedad o el accidente como algo real.
No había orado por la niña específicamente, sin embargo, cuando regresé para estar con mi familia, el personal de emergencia estaba desatando a la niña de su camilla, ya que sus dedos habían comenzado a moverse y sus ojos se habían abierto.
De inmediato, todos, incluida la niña, volvieron a reír y alegrarse. Estaba muy agradecida por este rápido cambio para la niña y su familia. También estaba agradecida por la lección que aprendí sobre no dejar que mi comprensión de la realidad sea definida por la pretensión de falta de armonía de cualquier nombre o naturaleza. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana leemos: “... nada inarmónico puede entrar en la existencia, porque la Vida es Dios” (Ciencia y Salud, pág. 228).
Entonces, cuando encontramos problemas entre nosotros, incluso si no se nos ha pedido ayuda, siempre hay algo que podemos hacer. Podemos volver nuestro pensamiento completamente a Dios y confiar en Él para que nos ayude a ver la paz que nunca puede perderse.
Como nos ordena la Sra. Eddy: “Amados Científicos Cristianos: Mantened la mente tan llena de Verdad y Amor que el pecado, la enfermedad, y la muerte no puedan entrar en ella. … Los buenos pensamientos son una armadura impenetrable; revestidos con ellos estáis completamente protegidos contra los ataques de toda clase de error. Y no sólo vosotros estáis a salvo, sino que todos aquellos en quienes reposan vuestros pensamientos también son por ello beneficiados” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 210).
