En respuesta a la pregunta “¿Existe un hombre personal?”. Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana, explica: “Las Escrituras nos informan que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. … A mi parecer, no hemos visto aún todo lo que constituye el hombre; aquel que es la imagen y semejanza del infinito” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 97).
Comprender la verdadera naturaleza de cada uno de nosotros como creación de Dios —el hombre espiritual— me ayudó cuando enfrenté un problema en el trabajo. Una nueva empleada de nuestro departamento inicialmente parecía amable y ansiosa por aprender. Pero cuando un compañero de trabajo y yo tratamos de entrenarla, nos dimos cuenta de que era rápida para juzgar y se resistía a recibir cualquier entrenamiento.
Al orar en busca de dirección espiritual, pensé en el consejo que la Sra. Eddy le dio a uno de sus estudiantes (refiriéndose a la comprensión espiritual de que las enfermedades no tienen realidad en la infinita bondad de Dios): “No hay personalidad, y esto es más importante que saber que no hay enfermedad” (Yvonne Caché von Fettweis y Robert Townsend Warneck, Mary Baker Eddy: Christian Healer, Amplified Edition, p. 229). Esto me resultó tan útil que copié estas palabras y el párrafo en el que estaban en mi teléfono.
Se me ocurrió que una personalidad es como una máscara de Halloween. Alguien puede mostrarle al mundo una persona que cree que otros admirarían y respetarían, pero escondida detrás de esa máscara hay una individualidad espiritual creada divinamente mucho más inteligente, segura, radiante, amorosa y adorable que cualquier máscara falsa.
Comencé a preguntarme sobre la mujer en el trabajo. ¿Quién era ella realmente, en la verdadera identidad que estaba oculta a nuestra vista? Razoné que, si no hay un hombre personal, ningún impostor con máscara, entonces lo único que ella podía ser era la imagen y semejanza de Dios. Y, como rayos de luz, la verdad sobre ella comenzó a brillar en nuestras interacciones diarias. Me di cuenta de lo amable y cariñosa que era con sus perros y gato cuando interrumpían nuestras sesiones de entrenamiento de Zoom. Y era tan inteligente, que rápidamente captó los aspectos más difíciles del trabajo que estaba aprendiendo.
Un día, mi colega con quien la estaba entrenando me dijo que esta mujer había cometido algunos errores graves, pero que, en lugar de asumir la responsabilidad de ellos, había culpado a nuestro entrenamiento. Nos reuniríamos con ella en aproximadamente una hora.
Antes de la reunión, saqué mi teléfono para volver a leer ese párrafo de Christian Healer sobre la personalidad. Mis ojos se posaron en esta frase: “Debes saber que nada puede venir a ti, ni salir de ti, sino lo que Dios envía, y, por lo tanto, que ninguna mente mortal puede influenciarte; porque existe solo una Mente, y esta es el Amor Inmortal”.
Esto me ayudó a ver que Dios no enviaría a alguien que nos apuñalara por la espalda; Él envía solo bendiciones. Solo hay una Mente, el Amor inmortal, y solo esta Mente —no las máscaras de Halloween— puede influenciar el pensamiento de alguien. Me bañé mentalmente en esa seguridad hasta que desapareció el temor a la próxima reunión. Sabía que Dios nos gobernaba a los tres.
La reunión estuvo bien y, al final, todos nos estábamos riendo y disfrutando de la mutua compañía. Aproximadamente un mes después, la nueva empleada fue transferida a un departamento diferente y no he sabido nada de ella desde entonces. Pero puedo decir honestamente que cuando pienso en ella, es con una sonrisa en mi rostro. Había mirado detrás de la máscara y vislumbrado su verdadera individualidad. Y ya no hay animosidad, miedo o juicio, solo amor.
