La Ciencia Cristiana fue descubierta por Mary Baker Eddy en la última parte del siglo XIX. Durante la primera mitad del siglo XX, destacados científicos materiales comenzaron a apartarse de los antiguos conceptos concernientes a la materia y al llamado universo material; el pensamiento humano estaba cediendo a los eternos impulsos de la Verdad. El inspirado descubrimiento de la Sra. Eddy era Ciencia pura, pues en ella estaban las pruebas de la verdadera sabiduría, simplicidad y probabilidad: la Ciencia del Cristo, que fuera practicada en Galilea por el más grandioso Científico que haya vivido jamás, hace casi dos mil años.
En el Evangelio de San Juan dice que si se escribieran todas las cosas que hizo Cristo Jesús, el mundo entero no podría contener los libros que las registrarían. ¡Qué riqueza de sabiduría cayó en oídos torpes y cuánto tiempo ha tomado para que el camino de la investigación erudita nos guiara nuevamente a las palabras del Maestro! Pero ahora el mundo ha llegado a ese nivel de progreso espiritual donde puede conocer y probar la Ciencia pura, la idea verdadera de Dios, el hombre, y el universo. Desde qué vastos horizontes de visión espiritual habrá surgido esta declaración que Jesús dijo a sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (Juan 16:12, 13). Aquí está la profecía de que la totalidad de la sabiduría debe ser la Ciencia del Espíritu, no de la materia.
Es sólo a medida que los hombres se sientan a los pies del maestro Metafísico que pueden aprender la Ciencia verdadera y apoyar su comprensión con evidencias. Jesús trajo a la tierra el conocimiento de que el universo es creado espiritualmente, conocimiento que existía antes del principio del tiempo, y que abrió una perspectiva de la existencia que va más allá del horizonte físico. No exploró el llamado reino de la materia en la tierra o en los cielos para explicar las leyes de la creación, sino que habló y trabajó a partir del conocimiento que tenía con Dios antes de que el mundo fuera. Jesús profundizó la obra de Dios mediante la sabiduría de Dios.
La Ciencia del Maestro es, indudablemente, la Ciencia de la eternidad y de la infinitud; entonces no es de origen humano. Surge de la realidad espiritual fundamental. No es el resultado del razonamiento humano, sino del decreto divino. Por lo tanto, debe abordarse desde el punto de vista de la aceptación seguida por la demostración, más bien que mediante la duda y la crítica, como es el método de la mente humana cuando trata sus teorías de creencia. Aceptar de todo corazón la Ciencia divina no es de ninguna manera una ofensa contra la razón, como tampoco es una restricción arbitraria de la libertad de pensamiento. Consiste en abrir la ventana mental a través de la cual la iluminación de la Verdad llena la consciencia humana con la perfecta comprensión y el poder de la demostración.
Las llamadas ciencias humanamente desarrolladas son imperfectas, cambiantes y están encadenadas a la materia. Necesitan el enfoque del escepticismo y la crítica para poder eliminar la confianza radical en aquello que no es eternamente cierto. La Ciencia de Dios y Su universo no debe cuestionarse, sino practicarse. No es algo sobre lo que se debe argumentar o experimentar, como tampoco es razonamiento o suposición convencionales. Es la presencia pulsante del Amor divino, desenvolviendo los recursos de lo inmensurable. Es la Palabra de Dios, por medio de la cual la creación fue formada y se desenvuelve para siempre. Ardiendo con el poder de la santidad, revela la causa divina.
Esta Ciencia pura demuestra el reino de Dios con los hombres, moviendo de ese modo a la humanidad hacia los caminos del infinito. A medida que la verdadera idea del ser se vuelve más tangible para la humanidad, esta es la única dirección en la que pueden moverse: hacia el infinito, no hacia el fin; desde el infinito, no desde un comienzo. La Descubridora y Fundadora de la Ciencia del Cristo escribe en su libro La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea: “La Verdad es pletórica de destino; toma la vida profundamente; mide lo infinito contra lo finito” (págs. 229, 330). Esto se vio claramente ilustrado en la vida del Metafísico perfecto, cuya práctica de la Ciencia divina lo llevó del desamparo de la cuna al dominio de la ascensión, ¡de lo finito al infinito!
El estudio consagrado de la Ciencia del Cristo, como se resume en la vida del justo galileo, indica que esta Ciencia es el medio mediante el cual el Principio divino se expresa a sí mismo a través de todo su universo de ideas. Actuando con energía espiritual, la Ciencia versa sobre la perfección; es exacta, imperiosa, suprema, desenvolviendo infinitamente las realidades de la existencia inmortal. Le pertenecen todas las leyes de la sustancia, Vida e inteligencia, y todos los elementos, esencia y naturaleza del ser actúan de acuerdo con ella. A medida que este conocimiento divinamente sistematizado es gradualmente revelado al buscador, es reconocido como la única verdadera Ciencia que puede existir, porque es la Ciencia de Dios, el Todo-en-todo. Se entiende que es el orden divino del creador y de la creación, que constituye la suma total de la sabiduría y la demostración.
Mientras el estudiante de la Ciencia divina pasa de estudiar a probar la sabiduría espiritual, toma consciencia de que la Ciencia de la Vida es también la Ciencia del Amor, porque comienza inmediatamente a bendecirlo. En ella no hay ningún elemento destructivo. Las creencias erradas son corregidas; lo que parecía ser una ley malévola es anulada; las falsas dependencias ya no parecen deseables; las barreras al progreso son eliminadas; y las respuestas diarias a los problemas de la experiencia humana surten efecto. La Ciencia de vivir y amar como el Maestro enseñó, repite su maravilla del cielo hoy para aquel que obedece la ley divina.
Los Científicos Cristianos están progresando en la comprensión de las energías de la Vida eterna y en la demostración del uso de esta sabiduría para protección y salvación de la humanidad. A medida que llegan a comprender el vasto potencial que hay en su campo de descubrimiento espiritual, sus investigaciones y práctica llenarán y desbordarán las horas. De esa manera el conocimiento de la realidad divina estará al alcance de la raza humana mucho más rápidamente. Tal sabiduría es tan poderosa, que va más allá de toda explicación humana; es la acción atómica de la Mente al liberar a toda la tierra de la aparente destrucción de la creencia mortal. Cristo Jesús dio un ejemplo de esta verdad cuando su tumba fue abierta para revelar que el hombre sigue viviendo, es el triunfador sobre la muerte y la tumba.
Un incisivo párrafo sobre el tema del verdadero poder atómico, como parte de la Ciencia divina que realizó las obras de Jesús, se encuentra en la página 190 de Escritos Misceláneos de la Sra. Eddy, y dice lo siguiente: "La acción atómica es Mente, no materia. No es ni la energía de la materia, ni el resultado de la organización, ni el producto de vida introducida en la materia: es Espíritu, Verdad y Vida infinitos, desafiadores del error o la materia. La Ciencia divina demuestra que la Mente disipa un sentido falso y da el sentido verdadero de sí misma, de Dios, y del universo; en el cual lo mortal no produce lo inmortal, ni lo material culmina en lo espiritual; en el cual el hombre coexiste con la Mente, y es reconocido como el reflejo de la Vida y el Amor infinitos”.
El dedicado estudiante de matemáticas que comienza con su tabla de multiplicar, percibe vislumbres de las magnitudes y operaciones sin fin. Su cálculo más simple es siempre una profecía del gran todo. A medida que usa las unidades de su ciencia con infalible obediencia a la ley, llega a la solución de cada problema, desde el más sencillo al más complejo. De igual manera el Científico Cristiano, cediendo al desenvolvimiento divinamente iniciado, constantemente estará demostrando las interpretaciones más profundas del ser. La Sra. Eddy escribe en el Mensaje a La Iglesia Madre para 1901: “Yo comienzo a los pies de Cristo y con la tabla de sumar de la Ciencia Cristiana”. Luego continúa: “Me adhiero a mi texto, que uno más uno son dos desde el comienzo hasta el cálculo infinito del Dios infinito” (pág. 22).
Puesto que el maestro Metafísico usó las unidades de la Ciencia del Cristo con perfecta obediencia a la ley divina, en la ascensión él llegó a la solución suprema del ser eterno. El orden primario de la filiación espiritual del hombre con Dios fue demostrada como un hecho inalterable, y el aparente desorden temporal del materialismo dio lugar eterno a la realidad. Podía impartir sólo a unos pocos cierto entendimiento del dominio que tiene el hombre sobre toda la tierra, pero podía confiar en que llegaría el momento cuando los oídos de la humanidad estarían imparables para escuchar la voz de la Verdad, explicando el camino de la armonía eterna. Dijo que sus palabras jamás desaparecerían, y esta profecía se cumple nuevamente con la llegada de la Ciencia Cristiana.
Mediante la revelación, la Ciencia pura está al alcance tanto de unos como de otros. La comunión con Dios no la educación académica, es el canal por medio del cual esta Ciencia fluye hacia la humanidad. A medida que la realidad es revelada a la humanidad, la Ciencia pura abraza cada paso de progreso dentro de su propia ley, de manera que la manera de obrar de los hombres pueda cambiar de la revolución, a la revelación. La Ciencia del Cristo sigue siendo el camino de la resurrección, la ascensión y la inmortalidad.
La práctica de la Ciencia divina que efectuaba Cristo Jesús era su reflejo de la inteligencia de Dios. Esta es la única forma en que todos los hombres pueden tener conocimiento y demostrar el dominio que tiene el hombre sobre la tierra. Los descubrimientos de los sabios han llevado a una aparente magnificación del mal, así como del bien. En la exploración del transitorio reino de la materia surgen peligros, y los hombres pueden transformarse en víctimas de sus propios empeños. Al explorar el reino espiritual, sólo la incesante Ciencia de la armonía divina espera al explorador. Esta experiencia lo libera en todo sentido de los confines y peligros de un sentido material de la existencia, y abre las puertas del progreso que lleva a la Vida eterna.
La Ciencia Cristiana verifica la irrealidad del mal y la infinitud de la realidad divina. Esta Ciencia quita permanentemente de la consciencia humana las creencias falsas de vida en la materia al explicar la espiritualidad del universo. Declara y prueba que todo el poder pertenece a Dios —al Espíritu, la Mente, la Verdad, el Amor, el Principio— y que el funcionamiento de este poder es el reino de los cielos.
La Ciencia divina lleva a los hombres más allá de la creencia mortal de la tierra y las estrellas, al reconocimiento del reino de Dios dentro del hombre y a través de la vastedad de la Mente. Con el descubrimiento de la Ciencia Cristiana se le ha dado al mundo la respuesta a lo que se ha llamado el enigma del universo.
