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Cambio de consciencia y de evidencia

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 25 de noviembre de 2014

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Septiembre de 1947.


Dios, el Espíritu, quien lo creó todo, comprende que todo es tan espiritual y perfecto como Él lo hizo. La armonía y la perfección del hombre, la expresión de Dios, están intactas, no tienen opuesto y son evidentes por toda la eternidad. Para la Mente que todo lo sabe y el hombre a Su imagen, todo en el universo de Dios está presente, es armonioso e inalterable. Si todo lo que existe es perfecto y eternamente evidente para la Mente infinita y para el hombre real a semejanza de la Mente divina, es obvio que la evidencia espiritual de la armonía y la totalidad de la creación de Dios, no necesita y no puede ser mejorada, y en realidad no existe ninguna otra evidencia.

Lo único que necesita cambiar es el pensamiento errado, la falsa evidencia de los sentidos materiales respecto al hombre. Los conceptos falsos del hombre no cambian prestando atención a lo que el dogma, la tradición o el sentido material dicen acerca de él, sino comprendiendo que la identidad espiritual gloriosa del hombre real incluye para siempre toda idea y facultad correcta.

Fue el concepto correcto que tenía Jesús acerca del hombre lo que cambiaba la evidencia falsa y le permitía sanar a los enfermos. Al igual que Jesús, tú y yo, por ser hijos de Dios, la Mente omnisciente, no carecemos de la inteligencia para discernir qué es el hombre, como tampoco de la fe de que la comprensión espiritual que reflejamos disipa el testimonio del sentido errado que oscurecería la perfección presente de la creación espiritual de Dios. Si nos parece que no podemos hablar a la enfermedad con la autoridad de Jesús, podemos rechazar la evidencia engañosa de los sentidos y, como la siguiente experiencia ilustra, reconocer la evidencia espiritual por siempre a la mano, hasta que tengamos la comprensión que cambia la evidencia falsa, y sana.

Una enfermera de la Ciencia Cristiana estaba cuidando a un niño que lloraba constantemente y se quejaba a los gritos del dolor debido a un serio trastorno en la columna vertebral. Después de orar, ella le mostró al niño que si no podía dejar de llorar, él podía por lo menos dejar de expresar el error. Ella le dijo: “Tú puedes hablar, y cuando lo haces, deberías expresar la verdad acerca de ti mismo, porque expresar el error es aceptarlo, y esa aceptación parece aumentar el error”. Le aseguró que por ser el hijo perfecto y espiritual del Amor divino, él era sano y feliz, y que estas verdades eran realmente las que él debía pensar y expresar. “Es más”, le dijo, “trata de comprender y aceptar las verdades que piensas y hablas”. 

El niño estuvo muy dispuesto, y dijo: “Voy a dejar de llorar en cuanto pueda, y a partir de ahora voy a declarar la verdad y no voy a expresar el error otra vez”. Y así lo hizo. El llanto disminuyó de inmediato, y en pocos días el llanto y el dolor desaparecieron por completo. En poco más de una semana estaba totalmente sano.

Nosotros, como este niño, a veces nos enfrentamos con la necesidad de controlar nuestro pensamiento cuando se manifiestan la enfermedad, la escasez y la tristeza. Lo cierto es que solo pueden transformarse en parte de nuestra experiencia si los aceptamos, y desaparecen de ella cuando los repudiamos.

Inherente a cada individuo es el amor del bien y la verdad. Igualmente inherente a cada uno, en cualquier situación, es el poder de pensar correctamente, de reflejar la Mente divina al aceptar como real solo aquellos pensamientos que emanan de la Mente, y son buenos y verdaderos. También podemos rechazar lo que sea indeseable y falso cuando el error los sugiere agresivamente. En este control de nuestro pensamiento mediante la comprensión espiritual, radica su dominio.

El magnetismo animal diabólicamente afirma que cuando uno lo necesita no puede reconocer su perfección espiritual presente. Si la persona acepta esta pretensión, está aceptando contender a favor de la evidencia irreal de la enfermedad. Aquel que accede a dicha sugestión puede incluso considerar que la escasez y la discordancia son reales y que la suficiencia y la armonía del hombre, que son un hecho presente, son simplemente una teoría. En este estado mental engañoso nos apropiamos de aquello que no queremos, no necesitamos tener y, en realidad, no podemos poseer. Nos oponemos a nuestra propia armonía y dominio en lugar de resistir con la fortaleza del Espíritu el error que está tratando de oscurecerlos. Lo hacemos porque escuchamos el testimonio de los sentidos materiales que afirman falsamente ser verdaderos, en vez de adherirnos a la evidencia espiritual que está siempre presente, y que infaliblemente acalla toda mentira mesmérica. 

Un pedazo de papel no puede impedirnos borrar una cifra equivocada escrita en él, y reemplazarla con las cifras correctas. De igual manera, nada que pretenda estar en el cuerpo material puede oponerse al pensamiento espiritualizado e iluminado. Esa forma de pensar inevitablemente borra el error mental llamado enfermedad delineado en el cuerpo, y lo reemplaza con el hecho espiritual.  

Un iluminador pasaje de nuestro libro de texto, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, nos demuestra cómo evaluar correctamente la evidencia falsa. Dice así: “Toda supuesta información, que procede del cuerpo o de la materia inerte como si el uno o la otra fueran inteligentes, es una ilusión de la mente mortal, uno de sus sueños. Date cuenta de que la evidencia de los sentidos no ha de ser aceptada en caso de enfermedad, como tampoco en caso de pecado” (págs. 385, 386). Y Jeremías escribió: “No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte” (1:8). ¿Librarnos de qué? De aceptar como real lo que nos presenta la mente mortal, lo cual intenta oscurecer la perfección del hombre que es evidente al pensamiento espiritualizado. 

Ahora vemos que la evidencia que hay que cambiar es la consciencia material, que es en realidad solo una forma de pensar ilusoria. Puesto que la mente mortal y la materia se combinan en una, la creencia y la llamada condición discordante no son dos cosas, sino una y la misma cosa. La discordancia nunca existe separada del consentimiento mental de la misma. La creencia es la enfermedad. Además, es un error mental falso, que en realidad no existe; por lo tanto, debe ceder a medida que el Cristo, la Verdad, disipe la creencia errada en la enfermedad. El reconocimiento de que no existe ninguna condición material que deba superarse, sino solo un pensamiento mesmérico errado a ser rechazado mediante la comprensión espiritual, destruye el temor. El ver y afirmar la armonía y la perfección que están presentes y son evidentes al sentido espiritual, las revelará humanamente.

Armado con estos hechos, el individuo que recurre a la Ciencia Cristiana en busca de curación se encuentra sobre suelo seguro. Encontrará que su principal dificultad es la forma de pensar material, para la cual, las irrealidades parecen ser reales. Ante la iluminación espiritual que se ha alcanzado, los sombríos errores de creencia —la preocupación, el egocentrismo, la autocompasión, el resentimiento, la codicia y el temor— que parecían oscurecer la armonía que está a nuestro alcance, deben alejarse y desaparecer. Y cuando lo hagan, la armonía de pensamiento se manifestará en una percepción más armoniosa del cuerpo.

¿Enfrenta alguno un problema como si fuera real y parte de su ser? Debería partir, más bien, de la perfección de la Deidad y reconocer la presencia y el infalible amor de Dios. A medida que ore de esta manera para conocer y hacer el bien, la comprensión del bien de Dios y lo que ya es y posee el hombre a Su imagen, iluminará su consciencia.

Dicha persona no juzgará el progreso por los síntomas materiales o las normas de la mente mortal, sino mejorando el pensamiento. La experiencia le ha demostrado al escritor y a otros que ha conocido, que cuando se busca sinceramente espiritualizar el pensamiento en lugar de la curación física, se logra el enriquecimiento deseado cuya evidencia es paz interior y un cuerpo armonioso. Uno no puede mejorar o cambiar la consciencia humana sin cambiar la evidencia externa, porque no son dos cosas, sino una y la misma cosa. El estudiante que siga la infalible y positiva regla de nuestra Guía, que aparece en la página 62 de Escritos Misceláneos, seguramente conseguirá su propósito. Ella afirma: “Al mantener en mi mente la idea correcta acerca del hombre, puedo mejorar mi propia individualidad, salud y condición moral, y también la de otros”. 

Pero aquel que tiene alguna necesidad puede que pregunte: ¿Con qué rapidez pueden cambiar la consciencia y la evidencia? Sólo puede responderse que no se requiere tiempo alguno, sino iluminación. Puesto que en realidad no existe la materia, y solo es necesario cambiar la creencia errónea, la curación puede producirse tan pronto uno pueda cambiar el pensamiento; y Jesús así lo demostró. Así como Cristo, la Verdad, puede venir a la consciencia humana y cambiar el pensamiento instantáneamente, uno puede despertar del sueño de la enfermedad en un momento. Es esta consciencia espiritualmente iluminada, en la cual el Científico Cristiano sensato se esfuerza por morar, la que dispersa instantáneamente las creencias materiales oscurecidas.

Al referirse a las obras de Jesús, nuestra Guía escribe: “Él anuló las leyes de la materia, demostrando que son leyes de la mente mortal y no de Dios. Él señaló la necesidad de efectuar un cambio en esa mente y sus infructuosas leyes. Él exigió un cambio de consciencia y de evidencia, y efectuó este cambio mediante las leyes superiores de Dios” (La unidad del bien, pág. 11). 

Esta ley superior de Dios está siempre presente y en operación. Aunque las creencias y tradiciones humanas puedan argumentarnos que el hombre es otra cosa que la idea santa, armoniosa, satisfecha y pura de Dios, lo cierto es que la verdadera identidad del hombre es inmaculada y espiritual. El Cristo, la Verdad, lo capacita a uno para declarar y saber que es el hijo, o idea, de Dios, y que tiene la habilidad que Dios le ha concedido de representar la existencia feliz, espontánea y libre de trabas de la Vida divina. En un hermoso e inspirado versículo de la Biblia, Oseas escribió: “En el lugar en donde les fue dicho: Vosotros no sois pueblo mío, les será dicho: Sois hijos del Dios viviente” (1:10).

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