En un poema titulado “Señales del corazón”, Mary Baker Eddy escribe en la segunda estrofa (Poems, p. 24):
“¡Oh Amor divino!, Tu corazón es lo único que necesito para consolar al mío”.
Hoy, como ayer, este grandioso corazón del Amor se expresa en la viviente y palpitante presencia sanadora del Cristo, revelando la naturaleza divina de Dios a los hombres. Está restableciendo a los enfermos, reformando al pecador y resucitando a los muertos a través del apacible ministerio de la Ciencia Cristiana. A medida que se espiritualice el pensamiento, se comprenderá que este grandioso corazón es inseparable del vivificante y animador Principio creador, Dios, que da individualidad y existencia al hombre. Sin el poder gobernante y predominante de este grandioso corazón, el hombre no podría existir ni por un momento. Dado que la coexistencia del hombre con Dios es eterna, nada puede romper esta relación divina. En realidad, el hombre no puede ser desanimado, desalentado o descorazonado, porque Dios ha dicho: “Les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos” (Ezequiel 11:19).
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!