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Original Web

El Manual de la Iglesia

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 27 de enero de 2014

Publicado originalmente en el  Christian Science Sentinel del 10 de septiembre de 1910


Los Científicos Cristianos tienen para su instrucción las Escrituras, los escritos de la Sra. Eddy, que les revela las Escrituras, y el Manual de la Iglesia, cuyas reglas los ayudan a aplicar lo que les han enseñado. La Biblia, comprendida mediante la Ciencia Cristiana, está ayudando a sus estudiantes individualmente a vivir el discipulado cristiano; el Manual de La Iglesia de Cristo, Científico, al establecer que los Científicos Cristianos deberán trabajar juntos, los está ayudando colectivamente a vivir la fraternidad cristiana. Las enseñanzas de las Escrituras y el libro de texto de la Ciencia Cristiana corrigen el pensamiento individual, mientras que las reglas del Manual de la Iglesia hacen posible que se lleve a cabo la acción más apropiada a través de grupos de individuos y todos los Científicos en conjunto. De modo que, la Biblia, Ciencia y Salud, y el Manual son igualmente importantes en el lugar que cada uno de ellos ocupa. El Manual definitivamente se relaciona con los otros dos libros en el sentido de que nos muestra qué pasos debemos dar para que sus enseñanzas se manifiesten en nuestra vida en todas las relaciones que necesariamente tenemos con nuestros semejantes. El Manual salvaguarda y regenera la fraternidad cristiana al promover la mejor forma posible de organización de iglesia. Por estas razones, no podemos prescindir de él, más que de las Escrituras o del libro de texto de la Ciencia Cristiana.

La Sra. Eddy escribió respecto a la Biblia: “Los Científicos Cristianos son pescadores de hombres. La Biblia es nuestra roca golpeada por el mar. Guía a los pescadores. Resiste la tormenta. Atrae la atención y enriquece el ser de todos los hombres” (Sentinel, 31 de marzo de 1906). Los mismos Científicos Cristianos saben qué lugar ocupa el libro de texto de la Ciencia Cristiana en su regeneración; cómo aclara las palabras de profetas, apóstoles y del Maestro mismo; cómo trae la curación cristiana a la experiencia humana hoy en día. Y respecto al Manual la Sra. Eddy ha dicho: “De esto estoy segura, de que cada Regla y Estatuto de este Manual aumentará la espiritualidad de aquel que lo obedece, y fortalecerá su capacidad para sanar al enfermo, consolar a los que lloran y despertar al pecador” (Sentinel,12 de septiembre de 1903). Al mantenernos dentro de la ley y el orden establecidos en el Manual, tenemos las Lecciones-Sermón de los domingos, las reuniones de testimonios a mitad de semana, el aprovisionamiento de material de lectura diario, semanal y mensual, el cuerpo de conferenciantes, las salas de lectura de la Ciencia Cristiana, el trabajo del comité de publicación, la rotación de los funcionarios de la iglesia, etc., al tiempo que siempre que cumplimos con sus instrucciones, los estudiantes son enseñados y los pacientes son sanados, en todo el mundo. Realmente, se están produciendo grandes reformas a través de la acción unida en favor del bien que opera mediante el movimiento de la Ciencia Cristiana, y las actividades externas y visibles son testigos de la comprensión espiritual e interna, la cual es impulsada por la ley, el orden y la disciplina de una organización correcta.

Es mejor para el Científico Cristiano que en el presente no se le permita vivir para sí mismo. El lugar que ocupa en la organización le enseña muchas cosas que no puede aprender de otra forma, puesto que lo eleva de la consideración egoísta de sus problemas personales, a apoyar desinteresadamente una causa impersonal. Dentro de los anchurosos confines de la organización de la Ciencia Cristiana, encuentra múltiples oportunidades para renunciar a su propia voluntad, su propia opinión y su propio bienestar, para el bien de todos; oportunidades que ni el hogar ni una vida apartada del mundo, pueden aportar. Él es animado por el buen ejemplo y la buena fraternidad, a alcanzar una fe más elevada en el bien, a medida que juntos resuelven las metas de la organización.

Por lo tanto, si el Manual De la Iglesia, junto con la organización a la que sirve, tiene un lugar tan importante en el establecimiento y el crecimiento de la Ciencia Cristiana, es esencial que los Científicos Cristianos estén profundamente alertas a sus estipulaciones y exigencias. La continua fidelidad, por ejemplo, a la instrucción que se encuentra en el Artículo VIII, Sección 1, de que “ni la animadversión ni el mero afecto personal “ deberán gobernar los móviles y actos; a la advertencia en el mismo párrafo contra “profetizar, juzgar, condenar, aconsejar, influir o ser influidos erróneamente”; a la exigencia de tener una actitud afectuosa con todos los puntos de vista religiosos, médicos y legales; así como la fidelidad al requisito de adoptar el espíritu de la regla de oro, en la que con tanta urgencia insiste, sabemos que ayudará a cambiar la naturaleza humana, hasta que llegue el hermoso día en que los estatutos establecidos para mantener ese constante comportamiento cristiano, ya no sean necesarios. Es incuestionable que aquel que realmente presta atención al requisito establecido en el Manual respecto a la enseñanza de Jesús de que cada uno deberá hablar con su hermano a solas y decirle sus faltas antes de contárselo a otros, acepta una disciplina que lo hace de verdad y en profesión, un genuino Científico Cristiano.

Puesto que la organización de la Iglesia es un asunto tan vital, se transforma naturalmente en un aspecto importante que es necesario proteger. Un Científico Cristiano que en ese momento no se le puede hacer desleal a la Biblia, al libro de texto de la Ciencia Cristiana o a su autora, quizás, pueda, mediante innumerables argumentos, ser persuadido de tener una actitud tibia hacia la organización de la iglesia. La indiferencia, la inquietud, la crítica que meramente trata de encontrar faltas y no es constructiva, son indicaciones de que se está sujeto a ese tipo de persuasión. Para evitar esto, cada miembro necesita sentirse entusiasmado y tener pensamientos afectuosos respecto a todas las actividades de la iglesia; asistir a las reuniones llenos de alegría siempre que sea posible; interesarse con el fin de ayudar en cada detalle del trabajo en común, aunque esto no quiere decir necesariamente que tomará parte, personalmente, de dicho trabajo, en cada empeño de la iglesia; a veces el miembro más callado y menos conspicuo, es el que mejor sirve a la iglesia. No obstante, esto quiere decir que debemos cuidar fervorosamente nuestro amor por la organización, incluso en su actual forma incompleta, a fin de no impedir que se desarrolle en mayor belleza y utilidad.

El ser indiferentes con la organización indica que creemos que valoramos las Escrituras y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, pero rechazamos la disciplina que sus enseñanzas piden de nosotros a través de las reglas y estatutos del Manual. Encontrar y mantener un lugar dentro de la organización a veces significa renunciar a la comodidad y voluntad propia, pero también significa refugio y seguridad y el derecho a tener paz. Entonces, mientras la Guía del movimiento de la Ciencia Cristiana considere que es necesario que haya una organización para establecer la Ciencia Cristiana, ningún estudiante puede suponer que él ha “superado” ampliamente a la organización. El Científico Cristiano es un abanderado dentro de La Iglesia de Cristo, Científico, y aquel que permanece en su puesto con lealtad y amor, sirve de la mejor manera a Dios, a toda la humanidad y a sí mismo.

Se podría decir que la inspiración para escribir el Manual de la Iglesia se encuentra verdaderamente en la vida de la Sra. Eddy. Todo lo que se les pide a los Científicos Cristianos para mantener la causa más allá y por encima de todos los intereses personales, la Sra. Eddy misma lo hizo antes que ellos. Si ella hubiera pensado simplemente en su propia comodidad, podría haber sido tentada a aplicar lo que sabe de Dios para resolver su propia salvación. En lugar de eso, ha trabajado durante más de cuarenta años para dar de su provisión al mundo; ha sido impulsada a fundar la iglesia con todas sus ramas educativas, y a proteger sus crecientes actividades; ha renunciado a la comodidad, y se ha atado a esta tarea, a fin de que nosotros también podamos encontrar mediante el Cristo, la curación de nuestros pecados y dolores. Constante y bendecido es aquel Científico Cristiano que puede unirse a ella hasta que muchos más sean sanados, y hasta que La Iglesia de Cristo, Científico, esté de pie con su benevolencia hacia todos los hombres, radiante y triunfante sobre la tierra.

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