Dos mujeres estaban sentadas en la cubierta de un transatlántico, en ese dulce y reconfortante silencio que solo los verdaderos amigos pueden entender. Una de ellas recientemente había experimentado lo que parecía ser la tragedia más grande de su vida, como lo es el fallecimiento de un ser querido, y tenía un dolor en su corazón que su amiga había estado tratando de aliviar con tiernas palabras de consuelo respecto a la Vida y a la inmortalidad. La que había estado escuchando permanecía en silencio, con las manos cruzadas, tratando de comprender lo que acababan de decirle, y al mismo tiempo mirando con desinterés el jugar de las gaviotas sobre el mástil, mientras el barco se abría paso sobre las ondulantes aguas. Entonces notó que una de las gaviotas se había distanciado de las otras, dando vueltas cada vez más y más alto, hasta que fue evidente que se había separado de ellas por completo y se estaba alejando totalmente del barco. Continuó volando, de manera constante, segura, con sus fuertes alas blancas extendidas, hasta que se convirtió en un simple punto en el cielo, y finalmente desapareció completamente de la vista.
Pero ¿se había ido la gaviota a alguna parte?, pensó la silenciosa observadora, quien seguía reflexionando acerca de aquellas reconfortantes palabras que acababa de escuchar sobre lo que enseña la Ciencia Cristiana respecto a lo que se llama muerte. ¿Había cesado esa hermosa actividad? ¿Acaso ya no se identificaba con la vida, la fuerza y el vigor, y con todo lo que poseía cuando desapareció de la vista? ¿Es que algo había dejado de ser? De pronto se enderezó en su silla y contempló, con notable interés, el lejano horizonte azul, a medida que su consciencia se llenaba de una paz indescriptible, por primera vez después de muchos y penosos meses. Ella percibió la verdad de lo que su amiga le había estado diciendo, y se dio cuenta, como nunca antes, de que lo ocurrido en su experiencia era como el pasar de la gaviota más allá del alcance de su visión: el ave seguía avanzando, aunque su sentido humano y limitado de la vista ya no podía seguirla.
Si tan solo pudiera ver un poco más lejos, pensó. Y eso es exactamente lo que la Ciencia Cristiana nos permite hacer, ver un poco más allá, o, en otras palabras, discernir más claramente algo de las grandes realidades de la existencia, ocultas al sentido mortal. A medida que obtenemos una mayor comprensión de la Verdad, como aparece en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy (la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana), descubrimos que nuestra visión espiritual se amplía al tiempo que diariamente alcanzamos una mejor comprensión de Dios y la relación del hombre con Dios. A medida que continuamos estudiando y reflexionando acerca de esta sencilla, práctica, antigua y nueva religión —nueva como cada mañana con sus nuevas oportunidades, y tan antigua como las colinas de Galilea por las que Cristo Jesús caminó y enseñó— descubrimos que en ella no solo hay curación para los enfermos y reforma para el pecador, sino consuelo para los afligidos. Vemos que aunque nuestra gaviota al avanzar en su vuelo puede que no regrese, su partida ya no nos causa dolor, y las palabras de Isaías se cumplen una vez más maravillosamente, “me ha enviado… a vendar a los quebrantados de corazón,... a ordenar que a los afligidos de Sión se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado” ( Isaías 61:1, 3).
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