Cursaba la escuela secundaria cuando me interesé en la astrología. Tan pronto como supe a qué signo del zodíaco pertenecía, dejé que mi vida fuera gobernada completamente por mi horóscopo y por todos los consejos que ofrecía. Durante muchos años, acepté o rechacé muchas cosas, simplemente porque pensaba que mis días estaban determinados por las estrellas y los planetas. Mi estado de ánimo cambiaba o cancelaba alguna reunión porque mi horóscopo declaraba que tal o cual día no era favorable para mí. Nunca cuestionaba, nunca me preguntaba si esto, quizás, estaría mal. Y lo peor es que incluso terminé algunas relaciones ¡porque creía que nuestros signos del zodíaco no eran compatibles! Cuando empecé a asistir a la universidad, continué dependiendo del horóscopo constantemente.
La Ciencia Cristiana vino a rescatarme justo a tiempo. Mediante el estudio de sus enseñanzas, poco a poco aprendí que la Vida es Dios, y que el hombre, creado a Su imagen y semejanza, no puede estar a merced de la astrología o de ninguna otra cosa fuera de Dios. En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “Los accidentes son desconocidos para Dios, o la Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el sentido correcto de la infalible dirección de Dios y así sacar a luz la armonía” (pág. 424). Tenía que aprender a poner en práctica estas verdades, dejar de apoyarme en las estrellas y en el azar, y empezar a confiar en la “infalible dirección de Dios”. En aquel entonces aprendí una lección inolvidable.
En Dios no hay días malos, porque todos los días Suyos son.
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