Había sido un año muy difícil para México. Teníamos elecciones para Presidente de la República, y los candidatos postulados no eran del agrado de la mayoría, debido a cosas que habían ocurrido en el pasado.
Aunque había orado al respecto, después de las elecciones sentí que no había orado lo suficiente o correctamente, porque me empecé a preocupar demasiado por lo que podría ocurrir. A nadie le gustaba el Presidente electo, pues todos sentíamos que había habido corrupción en el proceso, y él había tomado el poder con descaro. Por tanto, había tanta inconformidad, sobre todo de parte de la gente joven, que se habían agrupado y estaban organizando una protesta bastante grande.
Llegó el día en que el Presidente en funciones tenía que presentar su informe del año, y el nuevo Presidente debía asumir. Se temía un levantamiento, y no sabíamos cuál sería la reacción por parte de las autoridades hacia los jóvenes ansiosos de salir a la calle.
Al orar sinceramente para tranquilizar mi pensamiento, encontré este pasaje por Mary Baker Eddy: “El gobierno del Amor divino es supremo. El Amor gobierna el universo y su edicto se ha publicado: ‘No tendrás dioses ajenos delante de mí’, y ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Tengamos la molécula de fe que mueve montañas, una fe armada con el entendimiento del Amor, como en la Ciencia divina, donde reina el derecho. El honorable Presidente y el honorable Congreso de nuestra favorecida tierra están en manos de Dios” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 278).
Entonces pensé que Dios es el verdadero gobernador, y que Él no compite ni comparte con nadie Su gobierno. Su gobierno no está dividido. Hay un solo Dios, un solo gobierno verdadero. Luego abracé en mi pensamiento a todos mis hermanos — todos los magistrados, gobernadores, estudiantes, partidos políticos— en un solo amor, en una percepción verdaderamente espiritual del amor, cumpliendo así el segundo mandamiento de “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31). Insistí en saber que la justicia respecto a los votos comprados pertenecía a Dios, y que yo podía dejar el progreso de mi país en Sus manos.
Manteniendo estas verdades espirituales en el pensamiento, me sentí reconfortada. Comprendí que si Dios es el único poder, esto quiere decir que Su gobierno abraza cada aspecto de nuestra vida, y que Su presencia, cuando es comprendida, podía abrir las mentes de los ciudadanos y traer paz, propósito y progreso a esta nueva etapa política de nuestro país.
Al día siguiente, cuando encendí la TV, estaban en ese momento entrevistando a los senadores recién electos, quienes se mostraban muy animados para empezar a trabajar por su país. El Senado está formado por integrantes de los diferentes partidos políticos, y dos senadores del partido que todo el mundo pensaba debería haber ganado, estaban diciendo tranquilamente que no pensaban tomar represalias, sino que estaban contentos con que eran el segundo partido más importante del país, y que trabajarían juntos con el nuevo gobierno. Luego el Presidente saliente de la República, habló a los medios de comunicación, pidiéndoles que apoyaran al nuevo Presidente.
Respecto a la gran cantidad de muchachos que se habían congregado afuera del edificio presidencial para protestar, se empezaron a ir uno a uno y no pasó nada.
Me sentí muy feliz y di gracias a Dios, porque siempre que oramos en busca de Su amor y Su apoyo, Él responde nuestras oraciones. Él imparte la comprensión de Su amor, y Su amor se aplica a toda situación, demostrándonos que no deberíamos preocuparnos, porque Dios está siempre presente, manteniendo todo en perfecto orden.
En el Manual de La Iglesia Madre, la Sra. Eddy incluye un estatuto magnífico que se titula “Una regla para móviles y actos”, el cual dice en parte: “En la Ciencia, sólo el Amor divino gobierna al hombre, y el Científico Cristiano refleja la dulce amenidad del Amor al reprender el pecado, al expresar verdadera confraternidad, caridad y perdón” (pág. 40).
Muchos países alrededor del mundo tienen importantes elecciones políticas este año, de manera que vale la pena tener en mente la aplicación de esta “amenidad”, de estas cualidades espirituales, en nuestras actividades diarias y en nuestro trato con los demás. Todo pensamiento bueno, toda idea correcta, todo propósito justo, contribuye a la curación y a la armonía de todos.