Es privilegio y regocijo del Científico Cristiano, así como su solemne responsabilidad, obedecer y estar protegido por las Reglas y Estatutos del Manual de La Iglesia Madre por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana. Uno de ellos, titulado “Alerta al deber”, dice lo siguiente: “Será deber de todo miembro de esta Iglesia defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva, y no dejarse inducir a olvido o negligencia en cuanto a su deber para con Dios, para con su Guía y para con la humanidad. Por sus obras será juzgado —y justificado o condenado” (Art. VIII, Sec. 6).
Entonces, la exigencia es defenderse, no de manera casual u ocasional, no después de que el peligro aparece o se siente su impacto, sino defenderse diaria y sistemáticamente contra el error. El orden de la obligación es importante. Nuestro primer deber es para con Dios, nuestro segundo deber es para con nuestra Guía, y nuestro tercer deber es para con la humanidad. Mientras se preserve este orden, se experimenta la inexpugnable certeza de la verdadera salud, felicidad y actividad útil.
¿Qué es la sugestión mental agresiva? Como se entiende en la Ciencia Cristiana, es todo aquello que pretende o insinúa que existe un poder aparte de Dios, el bien. Luego debemos reconocer diariamente la inmunidad del hombre contra tales intrusos, como son el desprecio de sí mismo o la vanidad, puesto que solo Dios es creador y solo a Dios Le pertenece toda la gloria. Tenemos la obligación de negarnos a aceptar las silenciosas murmuraciones de la mente mortal, que inducen por un lado a la indiferencia o la apatía, y por el otro a un sentido personal de responsabilidad o de superioridad. Cada día deberíamos ser específicos en saber que ningún mal —y esto incluye las solapadas alusiones que promueven la vanidad y esos pequeños y aparentemente insignificantes resentimientos— puede manchar el pensamiento o quebrantar la semejanza del hombre con Dios. La sugestión mental agresiva a veces ruge como un león, diseminando el terror y dispersando el esfuerzo; pero con más frecuencia viene tan silenciosamente que necesitamos defendernos para que no atribuya sus mensajes al impulso de nuestro propio corazón.