¡Cuán tierno es el consuelo sanador que nos brinda la Ciencia Cristiana en momentos de aflicción! El hecho de poder recurrir al Cristo, la Verdad, y descubrir la identidad espiritual y eterna de la persona que amamos, trae una paz que ninguna evidencia física que indique lo contrario, puede jamás quitarnos.
Esta paz espiritual está siempre al alcance de todo aquel dispuesto a apartarse del cuadro mental de sufrimiento, y volverse a Dios para encontrar la verdad acerca de la vida de alguien. En realidad, el hombre coexiste con Dios, la Vida y el Amor eternos. El hombre siempre ha dado y siempre dará testimonio de que vivimos y amamos en el Amor por toda la eternidad. La verdadera y única identidad de cada persona es la del hombre espiritual, la expresión de Dios, y no es posible que el hombre sea apartado o separado de la fuente de su vida, Dios.
La evidencia física de la muerte argumenta incisiva y agresivamente que debe aceptarse que esta ha tenido la decisión final sobre el individuo. Pero esta sugestión de los sentidos corporales, por más impresionante que parezca, nunca dice la verdad, nunca nos habla acerca de la verdadera condición del hombre amado de Dios. Dios ama al hombre. Y la Biblia habla con certeza de la seguridad que tiene el hombre en Dios, a través de las inspiradas palabras de Pablo: “Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38, 39).
Muchos han obtenido consuelo de esta verdad, incluso ante lo que parece ser una tragedia absoluta. Mediante la oración, podemos adquirir serenidad al pensar en la lección que enseña la resurrección de Cristo Jesús. La reaparición física de Jesús después de la muerte, prueba que en la realidad de la Ciencia divina, el hombre no tiene final alguno. El hombre es la expresión perfecta y continua del infinito Padre-Madre Dios que vive eternamente. El hombre no es un mortal que nació en la materia, sufre, peca y luego muere en la materia. Él es la idea eterna de la Vida infinita, y existe sin comienzo ni fin porque es el glorioso linaje de Dios. Esta es la verdad inmortal y espiritual tanto de nosotros mismos como de los demás.
¡Cuán renuentes deberíamos ser en ceder a la derrota y al desaliento cuando tenemos el reconfortante ejemplo de Jesús de que la vida continúa. La persona que amamos todavía existe como una expresión individual de la Mente divina. La consciencia individual es inmortal. Tiene su fuente en Dios, la Mente divina, y, por lo tanto, jamás muere.
Cada nueva percepción de la relación del hombre con Dios, cada momento que cedemos a los requerimientos del Amor divino, promueve nuestro crecimiento y progreso espiritual. La ayuda metafísica que hemos recibido nos lleva mucho más allá de la comprensión que teníamos cuando pedimos por primera vez un tratamiento en la Ciencia Cristiana. Es un verdadero consuelo saber que alguien realmente ha recibido la ayuda que necesitaba para comprender mejor que su vida es perfecta e inmortal en Dios.
Esa visión y comprensión espirituales jamás se pierden; nunca llegan demasiado tarde como para ayudar de alguna forma. Nadie llega jamás a un trágico fin. Siempre existe la certeza de que el progreso continuará porque la salvación es la ley de Dios. El Cristo, la Verdad, está presente continuamente en la consciencia individual y debe sentirse de formas que traen una percepción aún más clara de la vida, la salud y la alegría inmortal.
Aunque los hechos espirituales de la existencia imperecedera del hombre en Dios, no sean manifiestos y no parezcan verdad para el punto de vista material y limitado, algo maravilloso nos ocurre cuando con humildad aceptamos las enseñanzas de la Ciencia Cristiana sobre este tema. Sentimos que la presencia y el bálsamo sanador del Consolador, nos eleva por encima de la aflicción y la desesperación. Este efecto sanador no es simplemente el resultado de nuestros propios esfuerzos por sentirnos animados y mantenernos por encima de la temible situación. ¡Nosotros estamos por encima de ella! Moramos en la comprensión de que Dios, el Amor divino, es el único Padre-Madre del hombre; que el Amor es la Vida eterna del hombre; y que cada individuo mora para siempre en las armonías incesantes de la Vida. Como escribe la Sra. Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Comprender espiritualmente que no hay sino un único creador, Dios, revela toda la creación, confirma las Escrituras, trae la dulce seguridad de que no hay separación, no hay dolor, y que el hombre es imperecedero y perfecto y eterno” (pág. 69).
Uno de sus biógrafos relata cómo la Sra. Eddy enfrentó la pérdida de su amado esposo cuando falleció. Escribe: “Ella enfrentó esta gran pérdida, no tanto con entereza humana, como con la firme convicción de que Dios es la única y eterna Vida del hombre. Esto significaba que la individualidad del hombre es indestructible en el Espíritu. Ella no podía creer tanto en la muerte como en la Vida eterna. Ella debía elegir una o la otra. Ella eligió la Vida eterna” (Julia Michael Johnston, Mary Baker Eddy: Her Mission and Triumph (Boston: The Christian Science Publishing Society, 1974), p. 89.
Nosotros también podemos elegir la Vida eterna como el hecho permanente de la existencia del hombre. Entonces tendremos el consuelo que perdura, el consuelo de saber que nuestros seres queridos siempre han estado y siempre estarán expresando la Vida inmortal.