¡Cuán tierno es el consuelo sanador que nos brinda la Ciencia Cristiana en momentos de aflicción! El hecho de poder recurrir al Cristo, la Verdad, y descubrir la identidad espiritual y eterna de la persona que amamos, trae una paz que ninguna evidencia física que indique lo contrario, puede jamás quitarnos.
Esta paz espiritual está siempre al alcance de todo aquel dispuesto a apartarse del cuadro mental de sufrimiento, y volverse a Dios para encontrar la verdad acerca de la vida de alguien. En realidad, el hombre coexiste con Dios, la Vida y el Amor eternos. El hombre siempre ha dado y siempre dará testimonio de que vivimos y amamos en el Amor por toda la eternidad. La verdadera y única identidad de cada persona es la del hombre espiritual, la expresión de Dios, y no es posible que el hombre sea apartado o separado de la fuente de su vida, Dios.
La evidencia física de la muerte argumenta incisiva y agresivamente que debe aceptarse que esta ha tenido la decisión final sobre el individuo. Pero esta sugestión de los sentidos corporales, por más impresionante que parezca, nunca dice la verdad, nunca nos habla acerca de la verdadera condición del hombre amado de Dios. Dios ama al hombre. Y la Biblia habla con certeza de la seguridad que tiene el hombre en Dios, a través de las inspiradas palabras de Pablo: “Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38, 39).
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