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Hermano, no un terrorista

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 12 de enero de 2015

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Julio de 1987.


Hoy en día, la sociedad se enfrenta con una agonía que confunde y divide a muchos periodistas, teólogos, estadistas y ciudadanos en general. Al tiempo que terroristas desesperados cometen trágicos crímenes contra la humanidad, algunas voces demandan venganza, otras pacientes negociaciones. Pero la venganza no produce ninguna solución duradera, y la impaciencia aumenta mientras la agonía continúa.

Las circunstancias actuales nos están empujando a recurrir a medios espirituales, no simplemente para consolar nuestra angustia sobre los efectos del terrorismo, sino para protegernos a nosotros mismos y a otros, de ese terrorismo. Puede lograrse. Debemos ser modestos, pero la solución está presente. Asume la forma de una idea espiritual más elevada de la que la mayoría de nosotros ahora entendemos. Pero no está fuera de nuestro alcance de ninguna manera. Es necesario que miremos más profundamente y con cuidado en el lugar correcto.

El lugar correcto donde debemos mirar es la vida y enseñanzas de Cristo Jesús. Él tuvo que enfrentar traición, engaño, injusticia, brutalidad y ejecución. No obstante, mediante el amor de Dios, él triunfó. A través de la ley divina, fue victorioso. Salió de su sencilla tumba; y la Ciencia de la Vida eterna que esto ilustra imparte la luz más poderosa y pura que se haya conferido o que se conferirá a la raza humana.

En nuestro mundo de hoy, la fuerza militar defensiva y ofensiva puede ayudar a refrenar la agresión. Pero el método de Jesús era espiritual. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe: “Judas tenía las armas del mundo. Jesús no tenía ninguna de ellas, y no escogió los medios de defensa del mundo. ‘No abrió su boca’”. Más adelante ella continúa en el mismo párrafo: “Pedro hubiera herido a los enemigos de su Maestro, pero Jesús se lo prohibió, reprendiendo así el resentimiento o valor animal. Le dijo: ‘Mete tu espada en la vaina’” (pág. 48).

Aunque ninguno de nosotros hoy tiene el alcance o profundidad de la comprensión espiritual de nuestro bendito Maestro —la comprensión que le permitió triunfar totalmente sobre la muerte y el mal— Cristo Jesús es el Mostrador del Camino de la humanidad. Él mostró el camino para superar toda aflicción humana, incluso este flagelo presente. Muchas veces dijo: “Sígueme” (véase, por ejemplo, Mateo 16:24; Juan 12:26). Podemos confiar que en la medida que lo sigamos por la senda que indicó, estaremos a salvo, ayudaremos a otros a estar a salvo, e incluso podemos bendecir a aquellos que en este momento sienten que es necesario o deseable realizar actos atroces.

La victoria de Jesús relatada en el Nuevo Testamento, arroja una luz nueva y propia del Cristo sobre un suceso relatado en las primeras páginas del Antiguo Testamento (Véase Génesis 13:1—12). Abram era el tío de Lot. Poco después del año 2000 A.C., tras un período de peregrinaje nómada, se establecieron en lo que ha llegado a conocerse como Palestina, centro de tanto conflicto actualmente. Para entonces, sus rebaños y manadas habían aumentado a tal punto que, como relata la Biblia “la tierra no era suficiente para que habitasen juntos… Y hubo contienda entre los pastores del ganado de Abram y los pastores del ganado de Lot”.

En lugar de permitir que esta contienda continuara, Abram sugirió una solución que daría espacio para ambos grupos, cuando le dijo a Lot: “No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos”.

Esta declaración acerca de la hermandad podría pensarse que se refería solo a la relación de sangre que había entre Abram y Lot. Pero al comprenderse más espiritualmente, revela una profunda verdad espiritual. Puesto que Dios es Espíritu y crea todo lo que existe, cada persona, incluidos nosotros mismos y todo aquel a quien consideramos que conocemos como ser humano, es en realidad el hijo espiritual de Dios. Por ser hijo de Dios, Dios le da a cada uno todo lo que necesita a fin de que exprese su particular y eterna identidad. Nadie obtiene el bien de otro, sino que Dios le da tiernamente todo el bien mediante el reflejo constante. Nadie despoja ni es despojado. No existen terroristas o víctimas en el reino de Dios. Nadie es consumido por el odio, la venganza, la violencia o el temor. “Somos hermanos”.

Esta verdad espiritual de la identidad y la hermandad del hombre, incluye un amor que trasciende más allá de cualquier lazo humano y es el fundamento de la armonía humana. Cristo Jesús enseñó y vivió esta verdad. Dijo: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. …Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, … Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:38, 39, 43-45, 48).

Es una maravilla que nuestro humilde Mostrador del Camino no solo habló estas palabras, sino que Dios le otorgó el poder para vivirlas y probarlas en la terrible ordalía de Getsemaní y el Calvario. La Ciencia divina que sustentaba su fortaleza espiritual y moral no lo descuidó ni a él ni a la raza humana.

Por unos momentos en el jardín él anheló que sus discípulos lo apoyaran. Pero ellos no estaban a la altura de esa misión. Tal vez todavía no tenían la suficiente comprensión de que Dios es Todo. Ellos dormían. La Sra. Eddy escribe: “No hubo ninguna respuesta a ese anhelo humano, y así Jesús se volvió para siempre de la tierra al cielo, del sentido al Alma” (Ciencia y Salud, pág. 48). Mediante su obediencia a Dios, el Amor divino, él probó la autoridad del dominio que Dios le ha otorgado al hombre; lo comprobó al superar las formas más cuidadosamente organizadas de odio malicioso.

¿Será posible que muchos de nosotros hoy estemos dormidos cuando deberíamos estar alerta y orando? La oración humilde —y el vivir conforme a esa oración— es la única forma de detener el antiquísimo ciclo de agravio, odio y venganza. A pesar de lo que parece ser tan claramente cierto, la verdad es que no estamos luchando contra personas, estamos luchando contra la antigua creencia de que el hombre es un mortal, en vez del amado y bendecido hijo de Dios. El enemigo es la sugestión de que hay una mente aparte de la Mente infinita única, o Dios.

En el tercer capítulo del Génesis y en otras partes, la Biblia representa esta sugestión como una serpiente, símbolo de una astuta influencia mental. El Apóstol Pablo lacera el engaño de la serpiente cuando escribe: “No tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo” (Efesios 6:12).

Nuestra defensa contra las sugestiones de la serpiente es la verdad espiritual que Dios es bueno y es Todo. Su totalidad, comprendida, puede destruir toda creencia de que el mal es una fuerza moral o espiritual. Da a conocer al Cristo, la Verdad eterna, revelando que el hombre es idea de Dios. La Sra. Eddy escribe: “Para el Amor infinito, siempre presente, todo es Amor, y no hay ningún error, ningún pecado, enfermedad ni muerte” (Ciencia y Salud, pág. 567).

Para algunas personas esto presenta un concepto radicalmente nuevo. Es posible que piensen que es una manera ingenua y totalmente indefensa de enfrentar el fanatismo. En realidad, expresar el poder de Dios, el Amor divino, no provoca el sacrificio de más víctimas. Ofrece la única manera definitivamente eficaz de superar la mentalidad de odio y temor que embauca y produce víctimas. El Amor, reflejado al amar de manera pura y constante, pone al descubierto y destruye la mentira que aterrorizaría a todo el mundo. La Sr. Eddy escribe: “Amad a vuestros enemigos, o no los perderéis; y si los amáis ayudaréis a que se reformen.

“Cristo señala el camino de la salvación. Su modo no es cobarde, falto de benevolencia, ni imprudente, sino que enseña a los mortales a subyugar serpientes y echar fuera el mal. Nuestra propia visión debe ser clara si hemos de abrir los ojos de los demás, de lo contrario, el ciego guiará al ciego y ambos caerán” (Escritos Misceláneos, pág. 210-211).

Comprender este profundo enfoque espiritual para enfrentar el mal y la violencia —y para dar los pasos prácticos que muestran nuestra renuencia a expresar odio o desesperación ante la cruel y dura evidencia de la violencia— nos trae paz y seguridad a nosotros y a aquellos que amamos. También ayuda a aclarar la atmósfera general del pensamiento humano y a apoyar los esfuerzos de aquellos trabajadores y pensadores en pro de la humanidad que buscan la manera de salir del vicioso círculo del terrorismo. De esta forma, promovemos paz en un mundo que algún día tendrá que unirse para resolver este problema mediante el Amor divino práctico.

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