La práctica de la Ciencia Cristiana comienza con los hechos de la existencia verdadera: la verdad acerca de Dios, que es Su totalidad; la verdad acerca del hombre, que es su perfección como idea de Dios; y la verdad acerca del mal, que es su nada o inexistencia. El pensamiento que se basa en estos hechos no es influido fácilmente por las sugestiones de que hay algo presente aparte de la totalidad de Dios, la perfección del hombre y la nada del mal.
En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la Sra. Eddy dice: “Para razonar correctamente debiera haber un solo hecho ante el pensamiento, a saber, la existencia espiritual” (pág. 492). Todo problema que se nos presenta es una tentación para que pasemos del razonamiento correcto a la ilusión de que existe un poder aparte de Dios. Un problema es simplemente nuestra propia creencia de que el mal existe, además de ser el consentimiento que damos a la creencia del mundo de que el mal existe. Entonces nuestro trabajo para lidiar con el problema no consiste en examinar los síntomas o mantenernos en el mismo plano mental que las creencias malévolas y tratar de argumentar más fuerte que ellas, sino en elevar nuestro pensamiento hacia los hechos verdaderos de la existencia y aferrarnos firmemente a ellos. Nuestra labor científica es mantener estos hechos ante nosotros, y darnos cuenta de que la evidencia de discordancia es meramente una ilusión.
En el Apocalipsis leemos: “Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego. Tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra” (Apocalipsis 10:1, 2).
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