La Ciencia Cristiana enseña que para comprender a Dios correctamente y para entender nuestra filiación divina, nuestra eterna unidad con Dios, el pensamiento debe estar libre de las confianzas falsas y de las conclusiones erróneas que resultan de ellas. Una de las conclusiones falsas más sutiles, es la creencia en un pasado material, la creencia de que hemos sido mortales y hemos tenido en el pasado experiencias materiales que fueron realidades. Mientras este error permanezca en nuestro pensamiento y no sea destruido o reprimido, nos ata con grilletes mentales a la conclusión de que tenemos una deuda que pagar por las ofensas físicas o morales del pasado; por lo tanto, trabajamos bajo la influencia frustrante del miedo y la condenación propia, que son las causas precursoras de la enfermedad y la muerte.
Hace unos años, un practicista de la Ciencia Cristiana tuvo como paciente a un veterano de la guerra civil, quien estaba sufriendo por una herida recibida en la guerra. Como el caso no cedía al tratamiento, se le preguntó a la Sra. Eddy cuál sería el error que estaba impidiendo que se realizara la curación; ella respondió en efecto, que tanto el practicista como el paciente creían que alguna vez hubo una guerra, y la consideraban como una conexión en la historia del hombre. ¿Cuántos de nosotros hemos liberado totalmente nuestro pensamiento de la creencia de que el error, el mal, ha tenido una historia? Nos han dicho que Cristo vino para destruir las obras del diablo, y que para poder demostrar la verdad para nosotros mismos y los demás, es absolutamente necesario que el pensamiento se libere de esta carga, de esta creencia en un pasado material, puesto que, mientras perdure esta creencia estamos aceptando la pretensión del error de que poseemos una vida separada de Dios.
Si la Vida es Dios, como enseña la Biblia y la Ciencia Cristina, entonces la creencia en una existencia separada de Dios es una ilusión, no es real y nunca ha sido real; es el sueño-Adán que hay que superar, probar que es irreal, de la manera que Jesús nos enseñó, y esto nunca puede hacerse con seguridad, mientras admitamos su realidad, ya sea pasada o presente. La creencia en una concepción material, nacimiento, crecimiento, madurez, nunca estuvo en la Mente, nunca fue el hombre o la creencia del hombre; sino que es y siempre ha sido tan solo una falsedad auto-constituida, como Jesús lo definió cuando dijo: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (San Juan 8:44). Nuestra Guía dice: “Puesto que el hombre es el reflejo de su Hacedor, no está sujeto a nacimiento, crecimiento, madurez, decadencia. Estos sueños mortales son de origen humano, no divino” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 305).
¡Es increíble la carga de la que podemos liberarnos cuando comprendemos que, en verdad, no hay un pasado malo que pueda atormentarnos y molestarnos con su recuerdo! De esta manera, es borrada la creencia en la herencia, la creencia en la influencia prenatal, y la creencia de que el hombre, la idea de Dios, fue alguna vez esclavo o sirviente del pecado. También podemos escapar de la creencia consciente o inconsciente de que estamos bajo algún “veredicto paternal”, “veredicto médico”, o sentencia humana de algún tipo; que alguna vez hemos sido heridos por la negligencia, ya sea física o mental; que hemos quebrantado una ley física en el pasado, y debemos sufrir las consecuencias. Ante la luz de la Verdad, se ve que todas esas pretensiones son falsas, que no forman parte de la existencia verdadera, porque “si alguno está en Cristo [la idea espiritual del ser], nueva criatura es; las cosas viejas pasaron” (2º Corintios 5:17); porque estas cosas nunca existieron. Se pueden citar muchos textos de la Biblia que lo ilustran: “Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados” (Isaías 44:22). “Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones” (Hebreos 10:17). “Echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miqueas 7:19).
Desde el punto de vista científico que “ahora somos hijos de Dios” (1º Juan 3:2), y por lo tanto, siempre lo hemos sido, podemos con entendimiento, combatir y superar todas las afirmaciones de la creencia falsa llamada mal. En derecho penal, si un hombre acusado de un delito puede probar una coartada, queda absuelto de inmediato; porque es evidente que nadie puede estar en dos lugares diferentes al mismo tiempo. Así que permitámonos, por medio del entendimiento espiritual, establecer nuestra coartada: tomemos consciencia de que no estábamos allí cuando se cometió el presunto delito; estábamos en Dios, y siempre lo hemos estado, porque “en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28). Para estar libre de las creencias mortales no debemos hacer admisiones mentales falsas; no debemos concederle al error más realidad en el denominado pasado que en el presente, porque como un hombre piensa en su corazón, así es él (véase Proverbios 23:7).
Debemos saber que una creencia falsa, o un pretensión falsa, nunca fue nuestra creencia o nuestra pretensión, sino que fue simplemente una de las mentiras del mal acerca del hombre; y esta mentira nunca ha afectado al hombre en lo más mínimo o cambiado el hecho acerca del hombre, más que una mentira acerca de la tabla de multiplicar ha afectado su verdad inmutable. Tanto el hombre como la Ciencia son coexistentes y coeternos con Dios. Todas las ideas de Dios son perfectas e indestructibles. El sueño-Adán de la existencia material no tiene ni Dios ni creador ni Principio divino; no es el ego; por lo tanto, dejemos de identificarnos a nosotros mismos con él, tanto en el pasado como en el presente; identifiquémonos más bien, con el hombre real, el hombre de Dios, y desde este punto de vista del Cristo se verá que todas las pretensiones del mal son falsedades. El Salvador, quien conocía las posibilidades del hombre, dijo “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). No somos salvos al cuidar al llamado hombre mortal, sino al superar la creencia de que somos o alguna vez hemos sido mortales. La promesa es: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21).