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Las órbitas de Dios

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 24 de abril de 2015

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Mayo de 1959.


El universo de Dios con su orden científico se está volviendo cada vez más evidente para los hombres en esta era de la investigación, la invención y el progreso religioso. A medida que el pensamiento humano se aparta de las creencias falsas sobre la materia, el tiempo y el espacio, esferas más amplias de percepción y acción se están desenvolviendo. Esta tierra no es el horizonte del conocimiento. La sabiduría acerca de las multitudes de los cielos se está multiplicando. Se está prestando mayor atención al relato espiritual de la creación en el primer capítulo del Génesis.

A medida que el estudiante investiga cuidadosamente este capítulo inicial de la Santa Biblia y su interpretación científica en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, se destacan dos hechos, muy apropiados para la era actual. Primero, Dios, la Mente suprema, es el único creador; segundo, junto con la concepción de cada idea, se halla el lanzamiento de la misma dentro del propósito eterno.

Si las ideas de la existencia creadas por Dios, no estuvieran acompañadas del propósito y el control de las mismas para toda la eternidad, su funcionamiento sería inútil. Todo lo que Dios pone de manifiesto debe tener una continua utilidad. Puesto que la Mente creadora es el origen del universo, también debe ser absoluta, la que todo lo incluye. Esto implica que las ideas que emanan de la Mente divina permanecen eternamente dentro de las órbitas de la intención que Dios tiene para ellas.

Toda identidad verdadera, desde la más pequeña hasta la inmensidad, vive y se mueve de acuerdo con la ley de Dios de inmutable perfección. La ley de atracción espiritual hace imposible que algún poder pueda sacar estas emanaciones fuera de los circuitos que Dios les ha dado, porque forman parte permanente del universo infinito del bien. Su estado está fijo y no puede ser invadido. El error no puede vivir en la atmósfera del Espíritu, sino que las ideas de Dios beben de su esencia sagrada y prosperan en ella. Lanzadas con éxito en el propósito absoluto que la Mente tiene para ellas, cada idea divina mantiene un curso constante. Más allá de todos los eónes,En el agnosticismo, inteligencias eternas que emanan de la divinidad suprema. persiste en la carrera que Dios ordenó e indicó para ella.

La propulsión de todo concepto divino a lo largo de los caminos de la Mente, los alcances del infinito, se logra mediante las energías del Espíritu. Estas fuerzas son indestructibles, nunca permiten que la obra del creador no logre su meta, carezca del sustento esencial, o sea anulada. El orden divino en todo el alcance de la Mente jamás llega a una etapa final, sino que desenvuelve por siempre el círculo de sucesos celestiales.

El lanzamiento de ideas que realiza la Mente jamás es experimental o defectuoso. El primer capítulo del Génesis declara sin duda alguna: “Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (versículo 31). Este logro ha durado desde más allá de la historia de la humanidad, hasta ahora, y tiene dentro de sí, los elementos de la continuidad infinita. Dado que la tierra y la luna son mantenidas en sus cursos constantes, ¿es acaso extraño suponer que el hombre, la obra máxima de Dios, sea mantenido en el desenvolvimiento eterno del dominio divino que le fue otorgado?

La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy, al escribir acerca del control que tiene la Mente sobre todo lo que realmente existe, dice: “Esta Mente, entonces, no está sujeta a desarrollo, cambio o disminución, sino que es la inteligencia divina, o Principio, de todo el ser real, que mantiene al hombre eternamente en el ciclo rítmico de una felicidad creciente, como testigo viviente e idea perpetua del bien inagotable” (Escritos Misceláneos, págs. 82-83). Esta declaración del origen divino y absoluto del hombre, indica la predestinación de su eterna unidad con Dios.

Las órbitas de Dios no son canales limitados donde Sus ideas son confinadas, sino oportunidades divinamente trazadas para que sean un reflejo de la infinitud de la Mente. La seguridad científica del procedimiento permea esta atmósfera. La Mente no puede enviar sus ideas a ambientes que sean esencialmente desemejantes a ella, para que anden sin rumbo y caprichosamente a través del tiempo, sino que las guía con precisión para toda la eternidad.

El Maestro, Cristo Jesús, dijo que su identidad espiritual provenía del Padre, y hacía siempre las cosas que le agradaban al Padre, y regresaba al Padre. El linaje de Dios no se lanza de cabeza a la propia destrucción, sino que se mueve de acuerdo con la previsión de su creador. No puede desviarse por caminos engañosos, porque nunca está separado de la voluntad de Dios. El primer capítulo del Génesis es un relato verdadero de la creación, tanto hoy como cuando fue escrito por primera vez.

Los intentos de hoy para lanzar vehículos a las nuevas esferas de la exploración, representan un enfoque más cercano a los descubrimientos del orden divino. Sin embargo, ni las invenciones modernas ni la propulsión humana al espacio, pueden por sí solas interpretar suficientemente el infinito. Las alturas, profundidades y distancias desconocidas de la materia jamás pueden revelar la Verdad primordial. Solo la Ciencia divina puede realmente atravesar la inmensidad e informar de la presencia del reino de los cielos por todo el espacio. Mediante el enrarecimiento de la consciencia humana, el pensamiento es elevado a la atmósfera de lo primitivo y absoluto, el todo eterno.

Cuando San Juan estaba en la Isla de Patmos, escribió que vio “un cielo nuevo y una tierra nueva”, y lo que estaba ocurriendo en ellos (Apocalipsis 21:1). Es evidente que contempló más de la naturaleza de la realidad, de lo que el conocimiento humano, a través de los últimos siglos, ha sido capaz de explicar. Y la Sra. Eddy, al hablar de su descubrimiento de la Ciencia divina, escribe: “La mente divina me condujo a un nuevo mundo de luz y Vida, un nuevo universo —viejo para Dios, pero nuevo para Su ‘pequeña’”. Más tarde ella amplió esta declaración con la siguiente profecía: “Quien vive en el bien, vive también en Dios,  —vive en toda la Vida, a través de todo el espacio” (Pulpit and Press, p. 4).

La humanidad ha sido entrenada durante siglos para creer que el hombre se ha apartado de Dios y ha caído en la mortalidad. Se supone que allí el hombre se mueve en órbitas que él mismo crea, y experimenta incertidumbre, fracaso, pecado, sufrimiento, limitación en todo sentido, y muerte. Todo esto es una suposición falsa, puesto que no puede haber existencia separada de Dios, quien es la Vida infinita. La Ciencia Cristiana ha venido a restituir a todos los hombres la percepción de la coexistencia continua y eterna de Dios y el hombre. Al prestar atención a esta revelación de la Verdad, la consciencia humana despierta a la posibilidad de ir más allá de la atmósfera de la materia, y estar consciente de la existencia espiritual.

El reconocimiento de la existencia del hombre conforme al propósito que la Mente tiene para él, abraza a la humanidad paso a paso en la demostración misma de la inmortalidad de esta verdad. Con este despertar el pensamiento humano se encontrará liberado de las llamadas leyes de la materia, la mente mortal y el mal; de la aparente atracción del magnetismo animal y el hipnotismo de la sugestión mental agresiva, y estará sostenido por las leyes de la Vida y el Amor supremos.

En la vida del Maestro puede encontrarse una ilustración de esto, cuando camina sobre el mar. Como Jesús conocía y aceptaba la supremacía del Espíritu que abraza el universo y al hombre, estaba liberado de las falsas suposiciones de la mente mortal, y sostenido en la demostración divina. Ni el Jesús humano ni el Cristo, su verdadera identidad, se hundieron en las olas. Jesús no fue desamparado como una víctima de las leyes de la gravedad, el peligro o la destrucción. El humano no fue ignorado, descuidado o abandonado a la muerte. Como Jesús confiaba en la verdad del hombre, sostenido en la intención final que la Vida tenía para él, fue mantenido con el Cristo en seguridad, dominio y libertad.

¡Cuán recta era la forma de proceder del Maestro divina y humanamente! Debido a que conocía, y había recurrido a su verdadera individualidad como el Hijo de Dios, su experiencia humana triunfó sobre todo intento del error de envolverlo en alguna discordia o desastre. Esta sabiduría espiritual le impidió cometer equivocaciones, perder el tiempo en ocupaciones infructuosas, fracasar en su misión más elevada. La verdad de que el hombre se mueve dentro del alcance del propósito de Dios, siempre lo llevó hasta la cima de la demostración sobre todo sentido material. Nada podía robarle su derecho de nacimiento o destino divinos. Él vino para mostrarnos cómo seguir el mismo camino lleno de propósito.

A la espera en los escalones de nuestra puerta están los métodos espirituales de la existencia, experiencias que emanan del infinito, libertad que surge de la comprensión de la irrealidad de la materia. El día de hoy ofrece a los hombres oportunidades para abandonar muchos pesos terrenales, para intercambiar las creencias antiguas por las realidades espirituales. La potencia de la Ciencia divina se expresa a través de leyes espirituales. A medida que se prueban las ideas verdaderas, las cuales salen a la superficie mediante el estudio y la revelación, la vanguardia de la exploración científica divinamente preparada, se extiende más allá de la atmósfera de la materialidad, para tocar el reino de la inmortalidad.

El estudiante serio de matemáticas considera que la aritmética es solo el primer paso en su estudio y práctica. De la misma manera, el Científico Cristiano aspira a lograr y demostrar cada vez más del cálculo del infinito. Cada nueva perspectiva del orden divino, lo capacita para conocer más claramente su identidad como el hijo de Dios. Entonces la lucha por seguir los caminos que él mismo ha diseñado, comienza a cesar, junto con las desilusiones, desengaños y frustrantes limitaciones. En lugar de eso, resplandece la presencia del Amor divino, la cual jamás ha abandonado al hombre para que haga su propia vida, sino que ha planeado y preservado el funcionamiento del reino de los cielos dentro de él mismo para siempre.

Tomar consciencia del propósito divino, que resguarda y guía el progreso del hombre, capacita a los hombres para dejar de creer que el azar, la voluntad humana, un destino desafortunado, o el sentido personal puedan ser árbitros de la experiencia de alguien. Brinda profunda paz, confianza y receptividad al control divino, los cuales resultan en logros mucho más grandiosos de los que los mortales puedan alcanzar. Cuando se eliminan el temor, la desesperanza o la resignación al destino, el hecho de estar conscientes del propósito divino revela la gloria de la existencia celestial aquí y en todas partes.

El hombre, moviéndose en la órbita de la intención absoluta que Dios tiene para él, jamás está solo. Está consciente de que la actividad del Principio está con él; siente en toda su identidad cómo la inmortalidad lo vivifica; refleja el propósito divino como el pulso innato de su ser. Está consciente con la omnisciencia, activo con la omnipotencia, y que existe con la omnipresencia.

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