Hace algunos años, un experimentado practicista y yo estábamos hablando sobre el problema del paciente que no es receptivo, y otras situaciones que surgen en la práctica de la Ciencia Cristiana. En aquella época, yo me sentía sumamente impresionado por la resistencia a argumentar a favor de la Verdad, que manifiestan muchos que buscan ayuda en la Ciencia Cristiana. Cuando mencioné esto, el practicista dijo: “¿Por qué vamos a dar poder a lo que piensa cualquier mente mortal negativa? Lo que tú piensas es importante”. El practicista entonces explicó que los pensamientos que reflejamos de Dios, lo que pensamos de la verdad espiritual, es siempre el factor determinante.
A menudo yo había pensado: “¿Cómo voy a ayudar a este paciente con unos pocos pensamientos buenos? El 90 por ciento del tiempo se la pasa pensando en pensamientos materiales negativos”. Entonces comprendí dos puntos importantes. Primero, que un pensamiento equivocado no tiene el mismo poder que uno correcto. Yo había estado juzgando sobre una base cuantitativa, en lugar de cualitativa. No había reconocido el poder que tiene un pensamiento espiritual que emana de la Mente divina. Segundo, me di cuenta de que los pensamientos erróneos en realidad no forman parte de la consciencia del hombre. No contienen ni una pizca de realidad, mientras que los pensamientos espirituales son reales y sustanciales.
Recordé que Josué exhortó a los hijos de Israel a que no sirvieran a los dioses falsos de otras naciones, sino que fueran leales al Señor, y les aseguró: “Un varón de vosotros perseguirá a mil” (Josué 23:10). Y con frecuencia he parafraseado estas palabras y he comprendido que un solo pensamiento espiritual correcto desarraigará miles pensamientos materiales equivocados.
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