¿Por qué será que algunas fases del pecado y la enfermedad con frecuencia parecen ser más tenaces y difíciles de vencer que otras? ¿Acaso el mal puede realmente inyectar más poder y tenacidad en un cáncer que en un cólico? Eso es lo que alega el mal, pero esa pretensión no tiene ninguna ley de la Verdad que la apoye.
En un párrafo del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, bajo el título marginal “Las enfermedades no deben ser clasificadas”, Mary Baker Eddy dice: “Una enfermedad no es más real que otra” (pág. 176). Un problema al corazón no es la realidad del hombre más que la urticaria, el reumatismo que el raquitismo, la artritis que el asma. La pretensión del mal único, la mente mortal, que insiste en que puede clasificar sus conceptos falsos, diciendo que algunos son leves y no deben temerse tanto, y que otros son serios y deben temerse mucho, tiene que verse como una mentira acerca de las mentiras. Pero la mentira de la clasificación falsa, no tiene poder para elevar la mentira acerca de cualquier enfermedad o pecado por encima del nivel inanimado de la mente malévola y ficticia, que es donde se origina.
La publicidad persistente, resonando en los oídos de la gente, de que cierto producto transformará la vejez en juventud, o que algún otro producto satisfará todos los anhelos mortales, a veces ha engañado temporalmente a muchos, y asegurado grandes ventas de tales productos. De esa forma, la mente mortal arrogante, a través de la sugestión persistente, induce falsamente a los mortales a creer que algunas mercancías producen enfermedades monstruosas, enormes como Goliat, o aflicciones pecaminosas que se prenden como sanguijuelas. Siempre que un mortal consienta en aceptar que las declaraciones de un anunciante engañoso son verdad, se expone a sufrir las consecuencias. Siempre que un mortal consiente en aceptar la apreciación y clasificación falsas que la mente mortal hace acerca de sus propias creencias, se expone a sufrir a causa de ello.
Los mortales temen los nombres que se dan a ciertas enfermedades porque otros mortales están atemorizados de ellas. Todos los israelitas, excepto David, le tenían miedo a Goliat. ¿Por qué? Porque ellos aceptaban el ostentoso valor que se daba a sí mismo. Creían que tenía la fuerza y el poder que pretendía tener. Pero David no aceptó el mal y su ficticia apreciación de sí mismo. ¿Por qué no? Porque él sabía que todo el poder verdadero le pertenece a Dios, el bien universal, y que aquellos que confían más en Dios de lo que temen el mal, pueden con valentía enfrentar y vencer las bravuconadas del mal con las fuerzas de Dios. La mente mortal, donde se origina todo pensamiento y concepto material malévolo, aumentaría de diversas formas muchas de sus malvadas concepciones. Establecería una creencia general entre los mortales respecto a algunas enfermedades, opinión que muchas veces es iniciada y apoyada por la opinión médica. Incluso llamaría a una enfermedad curable y a otra incurable, lo que solo significa que desde su punto de vista totalmente material no ve ninguna forma de efectuar una curación.
La Ciencia Cristiana está ayudando muchísimo a sus estudiantes a comprender la sencilla verdad de que Dios, la Mente infinitamente buena y la única causa real, no crea ni conoce ninguna enfermedad o pecado. Dado que nada puede ser real excepto lo que Dios causa, ninguna enfermedad —ya sea que la mente mortal la clasifique de leve, intermedia o seria— puede ser real, porque Dios, el bien, no causa ninguna enfermedad. Una vez que comprendemos que el mal en su totalidad se encuentra completamente fuera de la Mente infinita, Dios, comenzamos a ver que es verdaderamente imposible que cualquiera de los vástagos del mal pueda hacer una brecha en la infinitud de Dios y amenazar o afligir al hombre, Su reflejo.
La mente material puede engañar a los mortales y hacerles creer su pretensión de que ciertas enfermedades son en verdad más serias, y por ello hay que temerles más que a otras. Puede decirle a todo oído dispuesto a escucharla: “Te acuerdas de que tu tía Fulana y tu tío Fulano sufrieron de este problema y se murieron”. O puede que argumente: “Las estadísticas médicas muestran que esta es una de las peores enfermedades. Si cuentas el número de amigos que han muerto debido a esto, verás que hay una buena razón para que tengas miedo”. Así es la propaganda de engaño y falsedad del diablo.
El Científico Cristiano acomete contra estas mentiras con preguntas como las siguientes: “¿Acaso la inteligencia infinita, Dios, ha conocido o causado alguna vez la enfermedad o el pecado? No. ¿Es que siquiera uno de la familia eterna de Dios, Sus hijos o ideas, ha sido alguna vez afligido o muerto? No. ¿Es cierto que toda la realidad es Dios, la Mente infinita, y Su universo de ideas que no pueden ser angustiadas? Sí. ¿Entonces qué debo hacer para elevarme por encima del mesmerismo de estas sugestiones malévolas? Debo usar la habilidad que Dios me ha dado para conocer a Dios, Su totalidad y la unidad que el hombre tiene, colectiva e individualmente, con Él.
Lo que argumenta tan agresivamente en favor del prestigio del pecado y la enfermedad es la mente mortal. Y argumenta con pensamientos materiales y la sensación material. ¿Contra qué argumenta la mente mortal de esta manera? Solo contra aquello que cree en ella y le teme: un estado negativo de pensamiento de su propia concepción.
Veamos que en Dios y en Su reino universal por siempre presente, no existe la mente mortal, ni personalidad mortal que escuchar, o temer, o que pueda ser afligida por la demoníaca mentira de que el hombre es un mortal que puede ser angustiado. Sepamos con firmeza que Dios hace que Sus hijos conozcan para siempre lo siguiente: que nada en la totalidad del error puede entrar en la universalidad de Dios que todo lo abarca. Allí moran a salvo la Vida divina y sus manifestaciones en el presente y eternamente, sin estar en peligro debido a la creencia material, e inconscientes de ella, cualquiera sea la clasificación que el pensamiento que no conoce a Dios y a Su idea le haya dado.
No hay calificación, ni excepción, en la promesa de las Escrituras: “Envió su palabra, y los sanó, y los libró de su ruina” (Salmos 107:20). En realidad no hay ninguna clasificación de enfermedad o pecado excepto la línea de demarcación que la comprensión espiritual establece para siempre entre la Verdad y todo error. Esto revela que para Dios y Su hombre no hay enfermedad o pecado de ningún tipo o grado, porque Dios es Todo-en-todo.