El poder que da vitalidad al tratamiento en la Ciencia Cristiana es Dios, el Amor divino. El amor del Amor, comprendido y practicado, es suficiente para renovar por completo lo que uno piensa de sí mismo. Sin embargo, debemos estar conscientemente listos para que esta acción redentora se produzca, de otro modo, inconscientemente la resistiríamos.
El objetivo de lograr una curación física, que es, quizás, lo que con más frecuencia impulsa a la gente a pedir un tratamiento en la Ciencia Cristiana, no es sino una pequeña parte del propósito de la Ciencia Cristiana. Un estudiante de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, muy pronto aprende que su sufrimiento es ocasionado por cierta fase de una forma material de pensar que no ha sido corregida —de temor, tal vez, o ignorancia o pecado— más que por un desarreglo físico o químico en el cuerpo. También aprende, que parte de la contribución que hace un paciente al tratamiento en la Ciencia Cristiana es hacer caso a las palabras de Cristo Jesús: “Todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24). Entonces comprenderá que uno debería exigir mucho de un tratamiento, y reconocer plenamente su poder, de otro modo, solo recibirá una pequeña parte de lo que Dios, nuestro amado Padre-Madre, hace fluir a borbotones.
Con demasiada frecuencia la persona que sufre de una aflicción física o mental, toma el teléfono para llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana antes de haberse detenido a orar con calma por la aparente discordancia. Tal vez ha sido mesmerizado de tal manera por la molestia o la aflicción, que lo único que piensa es en aliviarse. Sin embargo, si tan solo se detuviera un minuto para preguntarse: “¿Qué espero realmente que haga este tratamiento mediante la oración?”, puede honestamente descubrir que no iba a pedir lo suficiente. Con frecuencia la tentación es meramente buscar alivio del dolor, lograr dormir bien por la noche, restablecer una actividad física, o reparar una relación quebrantada.
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