En la búsqueda por comprender nuestra verdadera identidad, muy pronto aprendemos en la Ciencia Cristiana que el hombre es en realidad el reflejo de Dios. ¿Pero qué significa esto para nosotros? Encontramos las respuestas sumamente iluminadas en las palabras y el ejemplo de Cristo Jesús.
Jesús tenía una percepción divinamente pura de su relación con el Padre, y se afirmaba en ella constantemente. Su sublime metafísica cristiana indica muy claramente lo que significa decir que el hombre es el reflejo de Dios. Con discernimiento divino él afirmaba su relación espiritual en términos que captaban la verdad absoluta de la existencia, pero eran tan simples que los podía usar al enseñar a sus discípulos y responder a quienes lo atacaban.
A los Fariseos les dijo: “Yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió” (Juan 8:42). Así lo traduce The New English Bible: “…Dios es la fuente de mi ser, y yo vengo de él”.
Es importante notar que las palabras del Salvador: “Yo de Dios he salido, y he venido” no significan que él dejó al Padre. Como él mismo dijo: “El que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:29).
Repetidamente, cuando Jesús usaba la palabra “yo” en dichas declaraciones, se identificaba con el Cristo. El Cristo, manifestando a la humanidad la verdad eterna de la existencia, revela la unidad del hombre con Dios. Trae a nuestra percepción la realidad del hombre reflejando la naturaleza de Dios. En esta comprensión, encontramos nuestra propia individualidad real. También encontramos curación, como Jesús probó.
El reflejo es exacto
Uno de los aspectos fundamentales del reflejo en la Ciencia es la exactitud. En cada punto y en todo sentido, la imagen reflejada, el hombre, coincide exactamente con su fuente, la Vida, la Mente, el Amor.
Como afirmó Cristo Jesús: “No puede el Hijo hacer nada de sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace… Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (Juan 5:19, 20, 26).
Existe una correlación precisa entre esta inspirada explicación de la fuente y el reflejo, y la ilustración que da Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Tu reflejo en el espejo es tu propia imagen o semejanza. Si levantas un peso, tu reflejo también hace esto. Si hablas, los labios de esta semejanza se mueven de acuerdo con los tuyos. Compara ahora al hombre ante el espejo con su Principio divino, Dios. Llama al espejo Ciencia divina, y llama al hombre el reflejo. Entonces nota cuán fiel, según la Ciencia Cristiana, es el reflejo a su original. Tal como tu reflejo aparece en el espejo, así tú, al ser espiritual, eres el reflejo de Dios” (Ciencia y Salud, págs. 515-516).
El reflejo jamás se desvía de su fuente. Cualquier supuesta desviación —al pecado o la enfermedad, la oscuridad o el deterioro, la acción destructiva o la muerte— es imposible en la realidad del reflejo divino. Cualquier cosa que presente ese cuadro del hombre es ilusión; es totalmente una mentira, totalmente irreal, un mito o sueño resultante del engaño de sí mismo.
En la Ciencia el hombre siempre refleja la armonía, sustancia e inmortalidad de la naturaleza y el ser de Dios. El hombre incluye y expresa todos los atributos y poder que pertenecen a su Padre perfecto, Dios. No incluye ni expresa nada —ni siquiera un átomo, pensamiento o condición— que se desvíe ni siquiera ligeramente de la naturaleza de Dios, el Espíritu.
La comprensión de esta verdad es restauradora porque elimina todo el catálogo de pecado, enfermedad y muerte. Destruye el temor. Excluye el sufrimiento. Elimina la escasez. Ninguno de ellos tiene lugar alguno en el Dios infinito y perfecto; como tampoco pueden tenerlo en Su reflejo, el hombre. Comprender esta verdad, mediante la oración profunda y sincera, restaura nuestra percepción de la existencia armoniosa que expresa a Dios, nuestra percepción de nuestra propia individualidad real. El resultado es la curación.
El reflejo es completo
Otra característica fundamental del reflejo es el hecho de que es completo. En la unidad de Dios y Su auto expresión, el hombre refleja toda la acción, toda la inteligencia, toda la sustancia, de su Hacedor. La imagen reflejada manifiesta toda cualidad, elemento y atributo de su original, y sólo estos.
Como reflejo, la imagen es tan completa como su original. En las palabras ya citadas de Cristo Jesús: “El Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace”. Todo lo que Dios expresa pertenece a Su reflejo, el hombre verdadero. La infinitud del Amor que se derrama manifestándose por siempre, los recursos ilimitados del Alma, las energías inagotables de la Vida, el inmensurable alcance de la inteligencia divina, son todas manifestaciones del Ser infinito; y el hombre, por ser reflejo de Dios, expresa todas ellas.
De este modo el hombre refleja la totalidad y perfección de la divinidad en la compleción de su propia individualidad, y no incluye cualidad, característica o elemento alguno que no esté en el original. No hay posibilidad de que el hombre sea incompleto o tenga privación alguna porque ninguna de ellas existe en Dios. No puede haber pérdida, escasez o soledad en el hombre porque ninguna de ellas existe en el Ser infinito que el hombre refleja.
La integridad e infinitud de la Mente excluye la posibilidad de que exista algo más que ella misma y su reflejo. Ningún temor puede invadir el ser del hombre porque ningún temor existe en la Mente. Ninguna fuerza destructiva puede tocar al hombre, porque ninguna existe en la Vida inmutable. El ser de Dios llena todo el espacio porque Él es ilimitado.
El reflejo es completo e infinito, y manifiesta la naturaleza del Todo-en-todo. El efecto de esta verdad, siempre y cuando tenga preponderancia en la consciencia humana, excluirá toda evidencia de limitación, mortalidad o mal. Restaura, a nuestra percepción, la evidencia de la integridad y perfección del hombre, manifiesta en la curación.
Consciencia y reflejo
Otro aspecto fundamental del reflejo es la consciencia. Cristo Jesús expresó esto en los términos más profundos aunque más simples, cuando dijo: “Así como el Padre me conoce,… yo conozco al Padre” (Juan 10:15).
Dios es el Ser consciente; de modo que Lo conocemos como Mente divina o Ego. Dado que el Ego divino, Dios, conoce Su propio reflejo consciente, la manifestación o reflejo, el hombre, refleja este conocer consciente. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy describe al hombre como “la consciente identidad del ser como se encuentra en la Ciencia, en la cual el hombre es el reflejo de Dios, o la Mente, y por tanto, es eterno…” (pág. 475).
Por tanto, el reflejo es una cosa de la consciencia; realmente, la esencia misma del reflejo es la consciencia. En su uso común, la palabra “reflejo” a veces se refiere a la contemplación del contenido de la mente propia o los procesos mentales propios de alguien. De manera que, en la metafísica cristiana, el reflejo se refiere a la contemplación de la Mente infinita y su propio contenido. La Mente conoce su propio reflejo; y el reflejo, el hombre, es la evidencia de este conocer divino.
Puesto que esto es verdad, el ser consciente del hombre está lleno de la luz de Dios. ¿Acaso no implicó esto Jesús cuando dijo: “Así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz” (Mateo 6:22). Esta consciencia espiritual individualizada, es el todo del hombre.
Podemos aplicar esta comprensión al demostrar la Ciencia Cristiana. En la Ciencia del reflejo, no hay consciencia subliminal, subconsciente o inconsciente en el hombre. Solo existe la gloria y luz pura, la inocencia sin tacha y pureza divina, del mediodía eterno del Alma, manifestada como el ser consciente del hombre.
Como el hombre refleja verdaderamente el Ego divino, o Mente —en cada punto y en cada detalle de su ser en conformidad con la naturaleza de Dios— no puede haber mal en la naturaleza del hombre. Cuando se comprende esta verdad, actúa como una ley espiritual que gobierna toda nuestra existencia. Cuando el poder del Cristo alcanza a la humanidad, esta ley celestial de la bondad y perfección conscientes del hombre, actúa en el pensamiento humano para disipar las pesadillas del sentido mortal y la ilusión del mal. Actúa como una ley de recuperación, una ley de curación, una ley de preservación, una ley de progreso.
Podemos valernos nosotros mismos de esta verdad en todo sentido. Pone al descubierto y desarraiga la causa mental desapercibida de lo que pudo haber parecido ser una enfermedad pertinaz. Nos capacita para liberarnos de las tendencias maliciosas y los impulsos desagradables.
Puesto que esta verdad del reflejo es en realidad la ley universal que todo lo abarca del Principio auto expresivo, o Mente, podemos utilizarla para corregir cualquier concepto que podamos tener de otros que parecen estar regidos por la ira o el sensualismo, el egoísmo o la desenfrenada voluntad humana.
Esta misma línea de razonamiento espiritual nos capacita para ayudar a levantar la maldición o mentira mortal que pesa sobre las naciones, que la humanidad es básicamente tanto mala como buena, tanto animal como espiritual, y está, por tanto, condenada a destruirse a sí misma mediante la desintegración social o la guerra nuclear.
En la Ciencia del reflejo, ejemplificada por Cristo Jesús, el hombre es el reflejo divinamente iluminado de la Vida y el Amor infinitos. Su naturaleza es buena y su ser es inmortal. Mora dentro del Padre, y todos los atributos de bien del Padre moran en él. La revelación de la metafísica de Cristo, elucidada en la Ciencia Cristiana, nos está capacitando para probar cada vez más el poder de esta verdad salvadora para rescatarnos a nosotros mismos y a toda la humanidad.