Mary Baker Eddy brinda a aquellos que están en la práctica de la curación cristiana, este aliento e instrucción: “Mantén perpetuamente este pensamiento: que es la idea espiritual, el Espíritu Santo y el Cristo, lo que te capacita para demostrar, con certeza científica, la regla de la curación, basada en su Principio divino, el Amor, que subyace, cobija y envuelve todo el ser verdadero” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 496). El Espíritu Santo y el Cristo. Para muchos, Cristo es un término conocido, pero ¿qué es el Espíritu Santo, y de qué manera ayuda en la obra sanadora?
La Ciencia Cristiana enseña que el Espíritu Santo es sinónimo de Ciencia divina, el Consolador prometido por Cristo Jesús. Es la plena revelación de la Verdad, dando a conocer las cosas más profundas de Dios y el valor espiritual de la vida de Su Hijo, Cristo Jesús. La vida de Jesús reveló la profundidad, altura, anchura y poder del Amor divino. El Espíritu Santo revela que el Amor es inmortal y omnipresente, el Principio que está por siempre en operación. Presenta al hombre como la obra del Amor, que vive en el reino del Amor, bajo la regla del Amor; como el reflejo perfecto y constante de Dios. En el Glosario de Ciencia y Salud, la Sra. Eddy proporciona el significado espiritual de Espíritu Santo: “La Ciencia divina; el desarrollo de la Vida, la Verdad y el Amor eternos” (pág. 588). Esta Ciencia es vital; un poder viviente. Opera universalmente, sin límites. Desenvuelve el poder sanador del verdadero cristianismo.
La Ciencia divina presenta toda la gloria de Dios. En la Ciencia, Dios jamás se ve separado de Su manifestación, porque el Principio y la idea, Dios y el hombre, son uno en el ser. Jesús estaba consciente de esta relación divina con Dios. Oraba: “Ahora, pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). La individualidad verdadera del hombre, como la presentaba el Cristo, nunca ha estado separada de Dios, sino que habita eternamente con nuestro Padre por ser Su imagen y semejanza. La Ciencia divina nos recuerda que el Cristo destruye la creencia en un hombre semejante a Adán, en un hombre separado e independiente de su creador. El hombre es el resultado directo de Dios, el resultado de la actividad de la Verdad, de la Vida, del Espíritu. ¿Acaso puede el resultado de la Verdad ser error? ¿Puede el resultado de la Vida ser la muerte? ¿Puede acaso el resultado del Espíritu ser un mortal pecador? Jamás. Dios es el Principio viviente, la causa o autor perpetuo de todo el existir. La identidad, esencia y naturaleza del hombre se encuentran en él y solo son de Dios. El Espíritu Santo revela que el hombre refleja toda la gloria de Dios.
Cuando Juan bautizó a Jesús: “El cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma…” (Lucas 3:21, 22) Sumergido en el reconocimiento de la totalidad del Espíritu, Jesús fue lleno del Espíritu Santo, la comprensión de la Ciencia divina. Entonces su naturaleza inmaculada y pura escuchó la voz de Dios identificándolo como Su Hijo amado. En la medida en que somos tocados por el Espíritu Santo, nuestras propias vidas son purificadas y tomamos consciencia del conocimiento que Dios tiene de nosotros, como Sus amados hijos e hijas. Este sentido espiritual nos gobierna, y al estar conscientes de la unidad del hombre con Dios, el único Ego, somos liberados del sentido material de enfermedad y dolor.
Cada servicio dominical de la Ciencia Cristiana está diseñado para hacer que la humanidad tome consciencia y sienta la presencia y el poder del Espíritu Santo. El servicio es coronado con la “declaración científica del ser” de Ciencia y Salud (pág. 468), y esta escritura correlativa de Primera de Juan: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (3:1-3). Cuando esta “paloma” desciende sobre la congregación, el hombre a semejanza del Amor es revelado más claramente y se da a conocer el poder sanador del Cristo.
Juan el Bautista dijo a quienes venían a bautizarse en el río Jordán, que cuando Jesús viniera, bautizaría con el Espíritu Santo y fuego. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud que la Ciencia “trae el bautismo del Espíritu Santo, cuyas llamas de la Verdad fueron descritas proféticamente por Juan el Bautista como consumiendo el error” (pág. 558). A la mayoría puede que el bautismo con agua les parezca muy bien, pero el bautismo con fuego puede hacerlos vacilar.
Es útil notar la diferencia entre las llamas del infierno y las llamas de la Verdad. Las llamas del infierno castigan y torturan. Están compuestas de culpabilidad, ira, venganza, dolor, lujuria, odio y pesar. Estos constituyen la naturaleza auto destructiva propia del pecado. Aquí o en el más allá, ya sea el tormento propio del pecado o la creciente comprensión de la Ciencia divina, hace que los mortales se aparten de su asociación con el pecado. Como el hijo pródigo en la parábola de Jesús, recuperan la sensatez, recuerdan a su verdadero Padre, y vuelven a estar ante Su presencia.
Las llamas de la Verdad son depuradoras y purificadoras. Refinan la sustancia del pensamiento y sacan a relucir el oro en el carácter. El oro no es destruido; es purificado; solo la escoria, los errores de los sentidos, es consumida. El relato de Sadrac, Mesac, y Abed-nego en el Antiguo Testamento es ilustrativo (véase Daniel cap. 3). Ellos no fueron heridos o quemados ni sufrieron de ninguna manera en el horno del rey. Solo las cuerdas con que estaban atados se quemaron. Cuando el rey miró en el horno de fuego ardiendo, vio un cuarto hombre caminando con ellos, el cual tenía la apariencia del Hijo de Dios. El Espíritu Santo reveló la verdadera naturaleza y sustancia del hombre: espiritual, indestructible e inmortal. Hoy, las “cuerdas”, o creencias en la enfermedad, que intentan atar a la humanidad, son quemadas por las llamas de la Verdad. Una vez más, la Ciencia del hombre —que él no es material, sino espiritual— es revelada.
En su ensayo “Estanque y propósito”, la Sra. Eddy explica: “El bautismo del Espíritu Santo es el espíritu de Verdad que limpia de todo pecado; que da a los mortales nuevos móviles, nuevos propósitos, nuevos afectos, todos ellos señalando hacia lo alto” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 204). La revelación de la Verdad no es un ideal intelectual o filosófico apropiado solo para la contemplación. Expresa la energía divina del Espíritu avivando y energizando sus ideas. El Espíritu Santo transforma nuestras vidas. Sanados de la enfermedad y liberados del pecado, reconocemos que la Ciencia divina nos ha dado un nuevo corazón, y anhelamos ver más del nuevo cielo y de la nueva tierra que San Juan profetizó. La Ciencia es la levadura de la que habla una de las parábolas de Jesús; Dios se la reveló a la Sra. Eddy, y está contenida en su obra Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras.
El odio que la mente carnal siente contra la Verdad a menudo se evidencia en su odio de la mujer, Mary Baker Eddy, mediante la cual la Verdad ha llegado y bendecido nuestra era. Sus esfuerzos por impugnar el carácter y la credibilidad de la escriba de Dios, tienen el propósito de ocultar de la humanidad, la evidencia del Espíritu Santo y su poder sanador. El argumento respecto a la Descubridora de la Ciencia Cristiana es la manera en que el magnetismo animal enceguece a la humanidad para que no vea la gloria de la revelación de la Verdad. Pero las llamas de la Verdad son más que suficientes para quemar la escoria: toda maquinación de la mente carnal. El Espíritu Santo desenvuelve eternamente el poder salvador de Dios, como lo presenta la Ciencia divina; es una luz que no puede ser oscurecida. Y es en esta luz que podemos discernir el verdadero carácter de nuestra Guía.
La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud que Dios la había preparado para recibir la revelación de la Ciencia divina (pág. 107). Desde temprana edad su carácter había sido probado y refinado por el Espíritu. Ella tenía una afinidad natural por el Espíritu, un amor constante por la Palabra de Dios. El amor desinteresado era una característica especial de su naturaleza desde su niñez. Aunque fue criada en la atmósfera del calvinismo, que con frecuencia hablaba más vigorosamente del castigo inevitable del hombre, que de su salvación, el corazón de ella naturalmente gravitaba hacia un Dios que para ella Se presentaba a Sí Mismo como el Amor eterno y universal. Fue la consciencia del amor de Dios, más bien que una creencia en Su severidad, lo que la sanó de una fiebre alta (véase Retrospección e Introspección por la Sra. Eddy, pág. 13), y posteriormente le permitió sanar a un niño ciego mediante la oración, años antes de su descubrimiento de la Ciencia Cristiana (Church History, document: A10402).
Este tipo de sucesos aumentaba su anhelo de comprender a Dios y el poder sanador del Cristo. No obstante, la doctrina de la dispensación, la teoría que limita las obras sanadoras de Jesús a su propia época, prevalecía en su época y con frecuencia también en la nuestra. De modo que, al experimentar frecuente y dolorosa invalidez, y no recibir la ayuda de la práctica común de la medicina, ella buscó los sistemas alternativos de salud de su época, como vemos que tantos hacen hoy en día. Pero durante todo este tiempo, ella nunca dejó de vivir una experiencia centrada en Dios, centrada en la Biblia. El Espíritu era el eje central de su vida. Nada, ni una seria enfermedad, ni la repentina muerte de su primer esposo, ni la muerte de sus padres, ni el hecho de que la privaran de tener a su hijo, ni una gran pobreza, ni la infidelidad de su segundo esposo, ni su continua mala salud, pudieron impedir que ella recurriera constantemente a Dios. Ella fue puesta a prueba, examinada, y probó persistentemente su lealtad.
Nadie más estaba preparado para recibir la revelación de la Ciencia divina; nadie más soportó la preparación de la Verdad, la Vida y el Amor para este propósito. Su carácter único, el grado en que su propia naturaleza fue refinada por las llamas de la Verdad, puede verse en contraste con la fragilidad de aquellos que pensaron que podían hacerse cargo de su obra. Uno de los primeros estudiantes prometedores demostró ser incapaz de enfrentar el arrebato del sensualismo. La abandonó y luego se volvió contra ella. Su hijo adoptivo encontró que la seducción de la sociedad y los viajes eran más satisfactorios que la rígida disciplina de la Ciencia divina. Uno de sus editores, incapaz de aceptar el liderazgo de una mujer, y la superioridad del sentido espiritual sobre la destemplada pericia en los negocios, abandonó la Causa. Varios estudiantes prominentes no lograron reprimir el deseo por el poder personal y el prestigio, y demostraron ser incapaces de someterse a las exigencias de la Verdad y el Amor. En la Sra. Eddy, la pureza, la disciplina, la humildad, la fortaleza espiritual, la constancia, la fidelidad, la gracia y el amor, se combinaron para formar un carácter verdaderamente receptivo y obediente a la Verdad. Su vida no podía separarse de la verdad a la que ella servía.
Cuando uno maneja por el estado de Nueva Hampshire, puede ver las mismas montañas que la Sra. Eddy vio con frecuencia durante los primeros años de su vida. A medida que aprendemos a apreciar su obra, tenemos que llegar a la conclusión de que su esencia espiritual era más fuerte que esas montañas, y que su obra sobrevivirá a todas ellas.
Jesús declaró que el Consolador, o Espíritu Santo, estaría con nosotros para siempre. Nada puede retroceder la revelación de la Ciencia divina o negar el poder de la Palabra de Dios. Revela el Principio inalterable de todo el existir.
¿Has pensado detenidamente en el poder de la Palabra de Dios que se revela a sí misma atravesando la ignorancia humana, incluso el odio? ¿Has considerado el poderío y el propósito del Amor divino como se manifestó en la vida de Cristo Jesús y en las enseñanzas del Espíritu Santo? El poder divino que impulsó esos descubrimientos espirituales trascendentales, es el mismo poder que respalda la práctica de la curación cristiana. El conocimiento de esto nos da la “certeza científica” en la práctica de la Ciencia Cristiana. El Espíritu Santo y el Cristo nos traen ante el trono de Dios, el poderío y gloria del Amor divino.
