La historia bíblica de Nehemías cuando reconstruyó el muro de Jerusalén, es una historia muy útil para cualquiera que desea comprender mejor la manera, propia del Cristo, de lidiar con las sugestiones malévolas, con todo aquello que trataría de malograr, obstruir, distraer, desalentar o frustrar cualquier obra buena.
Cuando Nehemías se enteró de que habían derribado el muro de Jerusalén y sus puertas estaban quemadas, se sintió sumamente afligido y oró a Dios en busca de guía. Al comenzar a formarse la idea de reconstruir la estructura, muy pronto surgió la oposición a este trabajo entre los enemigos de los judíos —Sanbalat y Tobías— pues “les disgustó en extremo que viniese alguno para procurar el bien de los hijos de Israel” (Nehemías 2:10). Esta es una respuesta típica del mal: ser perturbado por la luz pura de un buen ejemplo y una labor dirigida por Dios.
De noche, y sin saber acerca de la oposición, Nehemías inspeccionó cuidadosamente el área. Desde el principio, tuvo la sabiduría de ocultar sus intenciones, y no reveló sus planes a los oficiales, sacerdotes o trabajadores. De la misma manera hoy, todo empeño correcto, toda labor constructiva, debe apoyarse en el fundamento seguro de confiar calladamente solo en Dios.
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