Antiguamente, los percebes se afianzaban en gran número al casco de los barcos transoceánicos y, si cada tanto no se los removía, retrasaban considerablemente el movimiento de las embarcaciones. Gracias a las investigaciones realizadas con sustancias químicas, actualmente existe una pintura para los cascos de los barcos que, por sus características, impide que los percebes se fijen en la parte inferior de los mismos.
Muchos mortales se sienten infelices porque creen que cierta forma de pecado, enfermedad, impedimento, relación desagradable o circunstancia adversa, se ha fijado como un percebe en sus vidas, y no encuentran la forma de liberarse. Creen que el mal puede fijarse y unirse a ellos de alguna manera, y que tienen poca esperanza de contender exitosamente contra sus agresivas pretensiones. Si lo que los mortales ven, oyen y sienten materialmente es aceptado como evidencia decisiva de la condición de hombre, esa triste conclusión es justificada.
No obstante, la Ciencia Cristiana está despertando el pensamiento para que halle una mejor y más verdadera percepción de la existencia: el sentido espiritual. Este concepto de la existencia muestra que Dios, la causa única, es el Espíritu infinito, la Mente, la fuente y sustancia de todo lo que realmente es, y el hombre, individual y colectivamente, es la evidencia, o expresión, de Dios; por ende, es semejante a la Mente y es espiritual, no es mortal ni semejante a la materia.
Por más radical que es esta enseñanza al negar terminantemente la sustancialidad de la materia, y al afirmar que el testimonio del sentido material no es confiable, está ganando el respeto y la adhesión de pensadores que no tienen esperanza alguna de obtener salud, felicidad y paz perdurables, así como continuo progreso, en ningún otro lado, más que en una base espiritual: la infinitud de la Mente, que constituye, contiene y condiciona todas las identidades.
Cristo Jesús enseñó y demostró este concepto de la Vida y su representante, el hombre. Dijo que a medida que sabemos o comprendemos lo que es espiritualmente cierto, nos liberamos de todo lo que es penoso o falso. Él no dijo nada acerca de que el mal podía fijar sus condiciones en nosotros, sino que demostró que el obtener una clara percepción de la idea espiritual de Dios y el hombre, demuestra la continua superioridad que tiene el hombre sobre la pretensión del mal de que puede fijar formas de discordancia en él. Las obras sanadoras de Cristo Jesús ilustran gráficamente esto.
Comprendamos y declaremos a diario que nuestra individualidad no es lo que la mente material dice que es —un compuesto de células y sustancias químicas sujetas a las fuerzas enigmáticas del azar y la circunstancia— y veamos que esto no es más que el concepto erróneo del hombre, cuyo ser es realmente el representante e idea de la Mente eterna, espiritual, armonioso y semejante a Dios. A medida que comenzamos a entender esto, vemos cómo podemos probar que ningún pecado, enfermedad o discordancia pueden jamás fijarse a nuestra condición de hombre. Percibimos que el único “Yo” o “Nosotros” es Dios, en quien está eternamente toda verdadera individualidad. Las sombras no pueden fijarse a los rayos del sol. Como tampoco pueden las oscuras e ignorantes creencias y condiciones del mal, adherirse a tu individualidad o a la mía, puesto que por siempre viven en Dios y por Él.
A propósito de esto es la siguiente declaración de Mary Baker Eddy: “El mal intenta imputar todo error a Dios, para que así la mentira parezca ser parte de la Verdad eterna” (La unidad del bien, pág. 17). Dios como Vida se evidencia únicamente por las identidades que manifiesta esta Vida; así es como el mal, esforzándose, según parece al sentido humano, por imputar todo error a Dios, se esfuerza por imputarlo en la manifestación de Dios, el hombre, la bestia, la flor, el arbusto, el árbol, cuya única identidad verdadera está en Dios y es de Dios.
La Ciencia revela que es imposible que la mente mortal hipotética, el error básico, pueda llegar más allá de su propio reino de suposición. No tiene poder por medio del cual elevarse por encima de su propio nivel inanimado, no tiene poder por medio del cual proyectar sus mentiras de pecado, enfermedad, deterioro y discordia, fuera de su reino ficticio, a la Mente infinita, para imputárselas allí a las ideas de Dios.
El estudiante de la Ciencia Cristiana, al percibir algo de la individualidad espiritual que Dios ha otorgado al hombre, puede probar para sí mismo y otros en su experiencia diaria, que la identidad del hombre nunca está en las garras del mal. El mal no tiene nada con que fijar su negatividad a la sustancia positiva que es Dios, la Mente, individualizada en el hombre.
Lo que carece de mente no puede adherirse a la Mente; lo que es malo no puede adherirse al bien; lo que es error no puede anexarse a la Verdad; lo que es materia no puede unirse al Espíritu. El Científico Cristiano sabe que no hay nada en la imagen y expresión de Dios a lo que el mal pueda afianzarse. Dios y todas Sus ideas están por siempre a salvo y seguras. El mal y lo hipotético nunca pueden siquiera tocar, y mucho menos fijarse al bien y lo real.
Nos cuentan que cuando Pablo estuvo en el naufragio en la isla de Melita, encendió un fuego “y una víbora, huyendo del calor, se le prendió en la mano. …Pero él, sacudiendo la víbora en el fuego, ningún daño padeció” (Hechos 28:3, 5). Pablo debe de haber sabido que el mal no puede imputar ningún error a Dios. Por lo tanto, no puede imputar ninguna de sus mentiras, entre ellas, un reptil que exuda veneno, a la identidad de la expresión de Dios, el hombre.
Una bestia venenosa que se fija al cuerpo físico de un mortal, no es sino una forma de error animado adhiriéndose a otro error. La escena se desarrolla en el reino hipotético de la mente mortal, un reino en el que el hombre de Dios nunca aparece. Él permanece por siempre en unión perpetua con Dios, el Todo-en-todo, jamás separado del bien omnipresente, y eternamente superior a la pretensión del error de que puede imputar sus mentiras a Dios y a Su hijo.
En la medida que estas verdades sean comprendidas, los hombres tendrán dominio sobre los falsos fenómenos llamados pecados, enfermedades y otras formas de aflicción que el mal dice puede imputar a Dios y a Su hombre, y se liberará de todas ellas. Contra las mentirosas pretensiones del mal, el hombre está totalmente protegido por el Cristo, la idea espiritual de Dios y el hombre.