Todo estudiante de la Ciencia Cristiana sabe que sus enseñanzas brindan una nueva forma de pensar, una nueva perspectiva de las cosas, un nuevo punto de vista para reflexionar y actuar.
Encontramos maravillosa inspiración y alegría al aprender las verdades absolutas del bien omnipotente de Dios y el verdadero ser del hombre como idea espiritual de Dios. El hombre ama naturalmente las grandes verdades de la existencia, y recurre a ellas en busca de fortaleza, consuelo y paz, los cuales ciertamente se manifiestan en vigor y abundancia.
No obstante, muy pronto nos damos cuenta de que no podemos contentarnos meramente con la dicha eufórica de aceptar estas verdades como una teoría. Estas verdades deben vivirse, deben aplicarse en la práctica a cada momento. Llegamos a comprender que la norma de la Ciencia y la norma de la Verdad deben poner a prueba nuestros pensamientos y conclusiones. En otras palabras, vemos la necesidad de realmente enfrentar nuestros propios pensamientos. Percibimos la importancia de poner en tela de juicio los pensamientos que tocan a nuestra puerta mental, y aceptar solo aquellos que son válidos y dignos a la luz de la Ciencia.
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