Nunca olvidaré la primera vez que regresé a casa del campamento. Después que mis padres me recogieron en el aeropuerto, fuimos al parque, donde me enteré de que mis padres se estaban divorciando. Conmocionada y sintiendo que me habían dejado de lado, de inmediato pensé que el divorcio se debía a que yo había ido al campamento. Después de eso, cuando mi mamá me preguntaba cada verano si deseaba ir, siempre le decía que no porque temía que, si me iba, cuando regresara a casa me dejarían de lado otra vez.
Finalmente, volví al campamento, y mientras estaba allí aquel primer verano, no podía creer que había evitado asistir por tanto tiempo, pues mi experiencia no incluyó ningún dolor durante o después del mismo, como yo había temido. Al año siguiente después de eso, regresé al campamento sin ningún temor o duda.
Aquel año, tenía mucho que aprender. Estaba en un programa especial, y nos divertimos mucho. Todos nos transformamos en una familia. Pero, aunque yo había superado el temor a regresar al campamento, la experiencia todavía provocaba malos recuerdos de regresar a casa y recibir noticias perturbadoras. Me ponía a llorar sin ninguna razón y a sollozar cada vez que pensaba en mi padre. En el curso de las dos semanas, participamos en actividades como andar por un circuito de sogas, ir en balsa por el río y acampar, y aunque yo la estaba pasando muy bien, esos malos recuerdos realmente me impedían disfrutar todo como debía.
Un día fuimos a andar en bicicleta por las montañas. Era la primera vez que lo hacía y fue muy emocionante. El paisaje era sumamente hermoso. Estuve todo el tiempo maravillándome por la sorprendente creación de Dios, y sintiéndome muy agradecida por formar parte ella.
Cuando bajamos y ya estábamos por llegar al final del recorrido, yo iba por una parte muy empinada de la montaña donde el camino era sinuoso, hice una curva muy cerrada y me caí sobre unas plantas de cactus. Como tenía puesto unos shorts, el lado de una de mis piernas estaba cubierto de espinas de cactus. Me las ingenié para continuar bajando la montaña en la bicicleta y llegar de regreso al campamento. Fui a quedarme en las instalaciones de la enfermería de la Ciencia Cristiana, y llamé a un practicista de esta Ciencia para que orara por mí. Yo quería sacar las espinas de la pierna, pero por más que lo intentaba no lograba hacerlo.
Después de tratar de sacarlas de muchas formas diferentes, me di cuenta de que necesitaba orar. Mientras oraba, empecé a entender que esas espinas de cactus estaban tan clavadas como aquellos malos recuerdos acerca de mi papá parecían estar clavados en mí. Todo ese llanto que surgía repentinamente se debía a que yo estaba lista para lidiar con el divorcio y con todos los sentimientos que no había resuelto.
Lo que realmente me ayudó fue el artículo “Sentirse ofendido” que aparece en el libro Escritos Misceláneos 1883–1896, de Mary Baker Eddy (págs. 223–224). Una parte que se destacó para mí fue: “La flecha mental lanzada por el arco de otro prácticamente no daña, a menos que nuestro pensamiento la arme de púas”.
Este pasaje me ayudó a comprender que no necesitaba permitir que mi experiencia del pasado afectara las experiencias que estaba teniendo en el presente. Esa experiencia del pasado no tenía ningún poder.
Más tarde aquella noche, todas las espinas salieron cuando una de las enfermeras me hizo sumergir en agua la pierna. Me sentía agradecida, pero la pierna todavía me dolía mucho.
A las 3:30 de la mañana siguiente, el grupo de nuestro campamento se despertó y se dispuso a llegar a la cima de una montaña cercana. Caminar por senderos empinados y trepar por las rocas me pareció difícil debido al estado de mi pierna, y estuve al borde de las lágrimas todo el camino de subida. Una vez que llegamos a la cumbre, me sentí maravillada al ver la vista tan hermosa, y comprobar cómo la obra de Dios se expresaba en todo a mi alrededor.
Tuvimos 45 minutos para estar por nuestra cuenta. Algunos durmieron una siesta, otros comieron. Yo, por mi parte, hice el compromiso de “quitarle las púas a la flecha”.
Cuando empezamos a bajar la montaña 45 minutos más tarde, conscientemente dejé los malos recuerdos en la cima, y sentí que todo el odio y la tristeza desaparecían de mis hombros. La verdad es que el amor de Dios siempre ha estado conmigo; no puedo estar separada de él. El Amor no se fue cuando mi papa dejó a mi familia; no se fue cuando yo estaba en el campamento; y no se fue cuando yo estaba andando en bicicleta por la montaña. Y puesto que Dios el Amor divino, es mi verdadero Padre, sin importar quien entre y salga de mi vida, yo siempre estaré a salvo y recibiendo todo lo que necesito.
Al bajar de la montaña, fui saltando todo el camino, cantando canciones de shows de Broadway. El dolor había desaparecido y mi pierna estaba completamente sana. Al saber que Dios tiene realmente el control, no olvidé lo que había ocurrido, pero estaba finalmente libre de sus efectos. Y no me sentía ansiosa por regresar a casa.
Esta curación tuvo un efecto muy importante, y estoy muy agradecida por lo que aprendí de ella.