Nunca olvidaré la primera vez que regresé a casa del campamento. Después que mis padres me recogieron en el aeropuerto, fuimos al parque, donde me enteré de que mis padres se estaban divorciando. Conmocionada y sintiendo que me habían dejado de lado, de inmediato pensé que el divorcio se debía a que yo había ido al campamento. Después de eso, cuando mi mamá me preguntaba cada verano si deseaba ir, siempre le decía que no porque temía que, si me iba, cuando regresara a casa me dejarían de lado otra vez.
Finalmente, volví al campamento, y mientras estaba allí aquel primer verano, no podía creer que había evitado asistir por tanto tiempo, pues mi experiencia no incluyó ningún dolor durante o después del mismo, como yo había temido. Al año siguiente después de eso, regresé al campamento sin ningún temor o duda.
Aquel año, tenía mucho que aprender. Estaba en un programa especial, y nos divertimos mucho. Todos nos transformamos en una familia. Pero, aunque yo había superado el temor a regresar al campamento, la experiencia todavía provocaba malos recuerdos de regresar a casa y recibir noticias perturbadoras. Me ponía a llorar sin ninguna razón y a sollozar cada vez que pensaba en mi padre. En el curso de las dos semanas, participamos en actividades como andar por un circuito de sogas, ir en balsa por el río y acampar, y aunque yo la estaba pasando muy bien, esos malos recuerdos realmente me impedían disfrutar todo como debía.
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