Le pedí a una amiga que me recortara las puntas abiertas de mi cabello, largo hasta la cintura. Ella terminó cortando más de diez centímetros. Me puse histérica, ¡sí, hasta lloré! Cuando finalmente recuperé la calma, reconocí que había reaccionado tan fuertemente porque me identificaba a mí misma con el largo de mi cabello. Perder diez centímetros era una amenaza para el “yo” que creía ser.
Con esta experiencia realmente aprendí mucho. Empecé a ver que mi identidad no tenía nada que ver con mi cabello, cómo me quedaban los jeans, mis calificaciones o los amigos con los que salía. Mi verdadera identidad es ser hija de Dios.
¿Qué significa esto? Este pasaje de la Biblia, un poco modificado, me ayudó a aclarar mi pensamiento: “Tú eres la hija del Rey y eres completamente gloriosa por dentro y por fuera” (véase Salmos 45:13, según la versión King James). Percibí que fui creada por Dios y por lo tanto era amada y valorada debido a mi identidad espiritual. Esto se convirtió en mi punto de referencia cada vez que necesitaba recordar qué me definía: Dios, no mi cabello.
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