Yo no tenía tiempo para la religión ni interés en ella. Trabajaba en una agencia de publicidad de la Avenida Madison, en la ciudad de Nueva York, y mi vida estaba llena de todo lo bueno: dinero, viajes, ropa linda y una casa de vacaciones perfecta.
Después de Nueva York, me mudé a Los Ángeles para trabajar en Hollywood. No había nada que yo no tuviera, o eso era lo que pensaba, hasta que una noche vinieron a visitarme unos amigos. Estábamos sentados comiendo, tomando vino y pasándola bien, cuando surgió el tema del significado de la vida. Hubo preguntas como: ¿Por qué estamos aquí? Y ¿de qué se trata la vida?
De alguna forma, en medio del aturdimiento del vino y las respuestas intelectuales (aunque no muy profundas) a esas preguntas, se me encendió una lucecita y me vino a la cabeza un pensamiento que decía: Tú sabes por qué estás aquí. En la Escuela Dominical aprendiste el porqué.
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