El verano anterior a mi último año de bachillerato, visité la universidad a la que estaba segura que asistiría. Parecía tener todo lo que quería, como un programa increíble para mi área de estudio y una reputación excelente. Además, estaba ubicada en una ciudad importante y me prepararía perfectamente para la carrera que deseaba.
Durante el proceso de solicitud, decidí postularme para una variedad de otras universidades, aunque tenía poco interés en asistir a ellas. A lo largo del año visité algunas, y me sorprendió completamente que me encantara una universidad que parecía tener todo lo que no quería. Era pequeña, algo oscura, y no estaba en una ciudad importante. Al terminar mi visita, me convencí a mí misma de que, aunque me había gustado mucho el tiempo que pasé allí, nunca podría tener la carrera que quería si asistía a ella, por lo que no debía considerarla como una opción.
Hacia el final de mi último año, después de que fuera aceptada en la universidad “de mis sueños”, tuve la oportunidad de volver a visitarla. Para mi sorpresa, encontré que el ambiente no era lo que había estado esperando. Mientras volaba a casa al término del fin de semana, luché con la idea de si debía asistir a esta universidad de primera categoría, que pondría un gran nombre en mi diploma, o ir a la universidad más pequeña que me encantaba, pero había dejado de lado.
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