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Para jóvenes

El amor, realmente

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 23 de diciembre de 2019


Pienso que sería de muy mal gusto que un hombre me dejara justo antes de las fiestas. Pero eso era justamente lo que me acababa de pasar.

 “¿No podía esperar hasta después de las fiestas?”, le dije gimiendo a una amiga. ¡Sí, gimiendo!

Ahora, no habría sorpresas divertidas en Navidad, ni actividades juntos, y tendría que ver a mis amigos —cada uno de los cuales tenía a alguien especial con quien pasar las fiestas— disfrutar de todas las cosas que hacen las parejas en esa época del año. 

No sé qué esperaba que me dijera mi amiga en respuesta a la decepción que yo sentía, pero no era esto: “Las fiestas son o demasiado tristes o demasiado felices”.

¿Cómo? ¿Desde cuándo es la felicidad algo malo?

Ella entonces señaló que concentrarse mucho en todas las actividades navideñas —o en el temor a perderlas— hace que sea fácil pasar por alto el verdadero significado de la Navidad. Dijo que este podría ser un buen momento para que yo me centrara más en el mensaje espiritual de la Navidad.

Honestamente, esto no me entusiasmaba mucho. Pero al mismo tiempo, no quería tener una Navidad desdichada. Así que decidí ahondar en el asunto.

Soy Científica Cristiana y siempre había escuchado que la Navidad no se trata simplemente del nacimiento de Jesús, sino del Cristo. No entendía muy bien qué es el Cristo, pero mientras leía la Biblia y el libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras de Mary Baker Eddy, y oraba un poco, fue claro para mí que el mensaje principal de Cristo Jesús era que Dios nos ama y cuida de cada uno de nosotros. Y él probó que el amor de Dios no es simplemente un lindo pensamiento abstracto, sino que realmente sana: elimina el dolor y transforma vidas. Este mensaje es el Cristo sanador, y Jesús lo expresaba tan bien que lo llamaban Cristo Jesús. El mensaje y el hombre estaban estrechamente conectados.

Me di cuenta de que, si bien Jesús no estaría sentado conmigo alrededor del árbol de Navidad, el Cristo estaría allí, y dondequiera que yo estuviera esa Navidad. El amor de Dios está en constante comunicación con cada uno de nosotros todo el tiempo. A medida que sentimos el poder de ese mensaje del Cristo, recibimos ayuda, somos consolados y sanados.

Obviamente, en aquel momento en particular de mi vida, yo no me sentía tan amada. Es decir, seamos realistas: Mi novio me acababa de dejar, y que te rechacen nunca es divertido. Así que necesitaba escuchar claramente este reconfortante mensaje y sentir su efecto en mi vida. Yo había sentido el amor de Dios antes, pero sabía que esta era una oportunidad para sentirlo más constantemente, así como la paz que lo acompaña. En base a las experiencias de curación que había tenido en el pasado, podía confiar en que el amor de Dios no era un premio consuelo —tú sabes, mejor que nada, pero no tan bueno como un romance—sino algo que enriquecería mucho más mi vida. Esto era más que un día en el año; se trataba realmente de descubrir algo acerca del amor y el cuidado de Dios que pudiera sostenerme cada día, sin importar que yo fuera soltera o tuviera pareja.

A medida que aceptaba la presencia y el poder del Cristo, comencé a sentirme realmente más amada que cuando estaba en aquella relación. Hice algunos amigos nuevos, y eso fue muy bueno. Pero más profundo que eso fue este nuevo sentimiento de que todo el amor en mi vida venía en realidad de Dios, porque Él es Amor, de manera que toda acción amorosa y amable es realmente una expresión de Dios y una prueba de Su amor por nosotros. 

Unos amigos me invitaron a cenar con ellos en Nochebuena. Si bien la idea de sentirme como una chaperona al salir con dos parejas amigas había sido doloroso después de la ruptura, aquella noche pude celebrar con todo mi corazón. Estaba feliz de estar allí y agradecida por el amor que me expresaron y que expresé, aquella Nochebuena y en mi vida en general.

Para mi sorpresa, me sentí muy feliz durante esas fiestas. Todavía tenía algunas lecciones que aprender al aceptar que estaba soltera otra vez, sin embargo, me sentía amada más constantemente, y no dependía de quién estuviera en mi vida en un momento dado. Me sentía amada por Dios. Todo el año.

Aquella Navidad fue un punto decisivo. Si bien, indudablemente, no había tenido las fiestas románticas dignas de una película que había esperado, lo que obtuve me ha llevado desde entonces a través de todo tipo de Navidades; algunas perfectas, otras no tanto. Sin embargo, jamás perdí ese sentimiento de que Dios me ama, y ese es un enorme regalo.

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