Hace aproximadamente diez años, comencé a sentir una pérdida general del vigor y el equilibrio en mi caminar diario, incluso me caí varias veces debido a la debilidad en las piernas. Tres médicos me tomaron escáneres cerebrales y determinaron que tenía la enfermedad de Parkinson. Su pronóstico fue que primero necesitaría una silla de ruedas y luego quedaría confinado en una cama. Me dijeron que no había cura. Yo me negué rotundamente a aceptar algo así.
Me derivaron a una neuróloga. Su respuesta fue que tomara píldoras, pero solo me hicieron sentir peor (tuve pesadillas horribles). Así que me quitó toda medicina.
De niño, había asistido a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana durante unos cinco años. Recordé lo que aprendí allí, que el hombre es espiritual, no material. Pensé: Dios es bueno y Él hizo al hombre perfecto, así que no voy a aceptar esta enfermedad como la verdad acerca de mí mismo. En cambio, me centré en existir en la presencia de Dios. También leí Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy.
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